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domingo, 23 de diciembre de 2012





CUENTO DE NAVIDAD  2012.

                                                                  Marcial-Jesús HUEROS IGLESIAS.  




Llegó desde el Este, donde el Sol se levanta más temprano y los fríos son más violentos. De un hermoso país montañoso a orillas del Danubio, y que sus propios hombres lo hicieron inhabitable por la codicia y la mala sangre. Le habían hablado, que más al Oeste, había unas tierras donde bajaban ríos de leche y miel, donde en vez de hojas marchitas, caían de los cinamomos y las catalpas de los jardines públicos, monedas O billetes. Un soñado paraÍso para dejar atrás una infancia de sufrimiento y miseria.


Recién salido de un tétrico hospital, donde estuvo muriendo más de un año, al quemarse las dos piernas por la chiquillada de echar gasolina a un fuego donde iba a desayunarse un trozo de carne vieja. En aquellas salas atestadas de dolientes, con olor a desinfectante barato, con malencarado personal, rogaba cada noche a su Dios que le arrebatara  la vida antes del amanecer en que lo sometían a las curas, a los cambios de vendajes que le producían un dolor insufrible que sólo lo abandonaba cuando lo hacía su consciencia.


Lo vi allí, junto al semáforo-su amigo, su compañero- su cuerpo delgado y enjuto temblaba de frío y su figura se desdibujaba en la espesa niebla. Esperaba la parada de los coches y ofrecía con humildad sus preciadas mercancías: adornos navideños para colgar, tiras de olor en forma de arbolitos de Navidad o de hojas de marihuana para los más jóvenes.

Allí separado por un cristal empañado, él, la niebla y el frio, al otro lado, la pintada señora calentita lo miraba unas veces con indiferencia, otras con desprecio y un poco de asco.

¡Cómo afean los semáforos estos piojosos emigrantes! parecían decirle aquellas caras embadurnadas de potingues y pinturas.

Día día, hora a hora, con el gélido viento y la fría lluvia, la enjuta figura, sin un mal abrigo, apelaba a la caridad de los viajeros para con una pequeña ganancia, sacar algo con lo que alimentar al pequeño Kilim.


-Señor, mi hijo no tiene que comer. Y para sus adentros se preguntaba:
¿Porque no nos quiere nadie? ¿que hemos hecho?


Kilim, nació cuando el tenía catorce años, era su hijo y soñó que el nuevo país, con sus manos, ganaría para darle de comer y regalarle todo lo que él no había tenido.


Más pronto o más tarde la "pulisia" aparecía alertada por los solidarios conductores. No huía, no hacía nada malo, sólo ofrecía sin intimidación y con humildad las chucherías compradas con mucho esfuerzo y cuyas escasas ganancias alimentarían a su pequeño hijo. Le quitaban el escaso género, lo amenazaban, cuando no, lo montaban en el coche y lo llevaban a la comisaría (Como apreciaba pasar ese ratito calentito en el patrullero)

-¡Pero señor, mi hijo tiene que comer!- Los "pulisias" sólo pensaban en la cena navideña, en la bicicleta del niño y el coche de capota de la niña chica, en el hogar cálido y en los langostinos de plástico de la cena de Nochebuena; en la cara que pondría el cuñado, cuando le enseñase el coche nuevo.


-¡Anda vete y que no te vea más en el semáforo!


 A mediodía de nuevo en la calle, con la mente puesta en Kilim que ese día no comería bien.


Cuando llegaba la noche, se acostaba en la fría y húmeda yacija,  acurrucando al niño para darle su poco calor y bajo el techo de uralita, lloraba pensando:
-¿Pero, porque no nos quieren?¿Qué hemos hecho?

Sabía que con sólo nombrar su procedencia, se le cerrarían todas las puertas, por eso a su llegada, se bautizó como Raúl o Mario. Decir la etnia a la que pertenecía, lo condenaba de antemano.

Antes de ser el muchacho del semáforo, ejerció de "gorrilla" facilitando a los conductores, la búsqueda de un lugar donde estacionar en los atestados aparcamiento de los hospitales.

-¡Señor, aquí! y esperaba junto al coche, sonriente, esperando que el agraciado conductor se metiera la mano en el bolsillo y dejara en su palma algúnos céntimos.

El verano anterior, pegó cientos de panfletos en farolas y postes, ofreciendo todo por poco, dispuesto a trabajar hasta la extenuación. Nunca recibió una llamada aunque fuera para limpiar inodoros.

Así atendió a su hijo Kilim los dos primeros años, pero un día se dio cuenta que los ríos de leche y miel perdían poco a poco su caudal, la leche se agrió y la miel se aterronó. Dejaron de correr.

Otro tiempo, fruto de la desesperación, trató de vender su cuerpo como había visto hacer a la prostitutas en la cales de su ciudad. Era un joven agraciado, de raza gitana eslava y siempre encontraría algún depravado ávido de carne joven. Se exhibió en algunos lugares de mala reputación, pero la náusea y sobre todo su dignidad, le hicieron desistir de la idea y siguió vagando por las calles a la espera de un maná que no llegaba y de una suerte que siempre se le mostraba esquiva.
Muchas veces pensó en acabar con todo, sería una solución, pero la visión del rostro sonriente de Kilim, ajeno a las miserias, alejaba funestos pensamientos.

QUISO HACER "LAS ESPAÑAS"

Aquella noche, se asomaba a los ventanales iluminados; veía gente sonriente y largas mesas de ricas y caras viandas (La mayoría ni las conocía) y los oía cantar canciones sin sentido que hablaban de un niño pobre que nació en un establo  ¿Se referirían a Kilim?

Los dos debajo de la uralíta: salami, aceitunas y mortadela.

Debajo del árbol bellamente iluminado, atractivos paquetes de  regalos, grandes y coloridos, pero su mente no acertaba a imaginar los contenidos. No los miraba con envidia y no se rebelaba porque no estaba en su cultura; sólo se encogía de hombros y lloraba pensando en su pequeño que dormía ajeno bajo el techo inclemente de las uralítas.

Nació la mañana de Navidad con más frío y viento que los días anteriores, y allí estaba junto a su amigo, el semáforo. Si le di algo, no fue por caridad sino por justicia. Me acerqué a él y lo abracé, el me correspondió mecánicamente, sentí su frío y su delgado cuerpo se estremeció.

Me sorprendió oír mi voz que junto a su oído decía...¡YO SI TE QUIERO!



Diciembre 21-12-12. El día que el mundo iba a acabar.
Baiar (padre) y Kilim, existen.

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