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viernes, 27 de abril de 2012

EL VIEJO LOBERO (Cuentos de los muchachos del Rincón)


EL
VIEJO
LOBERO
(Cuentos de los muchachos del Rincón)


HUMANUN AMARE EST, HUMANUM AUTEM IGNOSCERE EST.
Plauto
HUMANO ES AMAR PERO TAMBIEN ES HUMANO EL PERDONAR






¡Tanto monte!!Tanta cuesta!, !Qué ganas tenía! ni arriba ni abajo, al frente y sólo al frente buscando las costas de Portugal.

Aquella tarde llegó al Rincón y decidió pasar unos días en aquellos parajes de paz, antes de internarse en el vecino país, Allí no conocía a nadie y nadie repararía en él. Tiempo tendría de rumiar la triste historia de su vida. ¡Tanto monte!  ¡tanta cuesta! y ahora en aquellos parajes tan llanos que antes le produjeran agorafobia ahora lo liberaban.

Llovía suavemente y la cantina estaba llena del humo que despedía la chimenea del fondo y el calor entibiaba el ambiente. La escarcha de la noche aún no había sido vencida y un manto blanquecino cubría las tierras y dibujaba simetrías perfectas en las telarañas del pasado verano. A pocos metros de la Venta una cordada de lluvia lo había obligado a apresurar el paso y ya anochecía como en los días del profundo invierno.
Abrió la puerta y al cerrar dejó tras de sí una estela de agua; era aun temprano para que los hombres llegaran a "echar un vaso" pero si había un grupo de muchachos que jugaban en un viejo futbolín en espera de que llegaran sus padres para volver con ellos a cenar al chozo.

Se sacudió la zamarra raída, compañera de mil aventuras y se aposentó en una mesa junto al fuego. Los chicos interrumpieron su partida y se quedaron mirando, con el descaro de la juventud, a la inusual figura que se recortaba en el ventanal sobre un fondo de lluvia y viento.
Era un viejo muy alto, fuerte, que a los chicos se les pintó como uno de esos héroes de las películas de vaqueros e indios que tanto les gustaban y que alguna vez vieron en el cine de la capital. Largos cabellos lacios y grises cubrían sus hombros y una barba entrecana le daba la apariencia de un patriarca; su cuerpo no parecía de un viejo ¡desde luego!
Los muchachos tornaron de nuevo a alborotar pero sin dejar de dirigir miradas furtivas atraídos por el personaje que sentado en la mesa de la ventana dejaba perder la vista en el exterior de la acogedora cantina.
-¡ Una jarra de buen vino!  solicitó al ventero que no se había distraído de sus tareas pese a la llegada de aquel forastero.

- ! Pos esta primavera me tengo que jacé d´un zurrumicale, lo vi a enseñá a cazá pájaros- se oyó decir a uno de los chicos.
El desconocido, oía perfectamente la conversación, que aunque poca gente había, siempre era a gritos.
-! Pos paquí no hay y tendrás que alargarte a los pinares de Valverde, cruzando el río y la pandilla del Cerro-Reyes siempre anda por esos andurriales y pue habé jaleo como otras veces.
-¿Y qué?- respondió un pecoso cabezón apodado "el tarra"- la última vé salieron descalabraos en la Casa de los Miedos.
-¡ Si, si!- como decía "el loco" ¡que paliza les dimos ellos a nosotros!
- Los animales salvajes no están hechos para el divertimento de los hombres; su lugar es el que les ha dictado la naturaleza y su mayor don es la libertad y lucharan por ella hasta la muerte si es preciso- . Era la voz profunda y pausada del viejo que salía de la ventana, ya en penumbras, sólo iluminada su faz rojiza por los tueros de la chimenea que sorprendió a los muchachos, los acalló y captó su atención.

-Cantinero, otra jarra, y ¿no tendría un sitio donde dormir unos días que pasaré aquí, pago por el servicio.
-Puede dormir si quiere en el “doblao” de encima de la cantina, hay algunas ratas, pero tiene una chimenea pa curá las cosas de la matanza y allí estará a gusto en estos días de tanto frio.
-No importa  estoy acostumbrado a todo, me quedaré unos días si me surte de leña, buena comida y mejor vino. Y pago por adelantado y generosamente el servicio.
Tras escanciar vino siguió el viejo sus reflexiones:
-“Cuando se les priva de ella les robamos su alma animal. Suyos son los amaneceres, las noches, las nieblas y todo en fin lo que es su libertad; todo lo que acontece en su entorno y aunque queramos tener su alma animal un tiempo encerrándolos llegado un tiempo se rebelan, indomables, muriendo o matando. Cómo languidece un jilguero confinado en una jaula, pierde el canto, el brillo de sus plumas, entristece y al poco se “embola” no come y muere. Y si alguno resiste, engaña, pues a la menor oportunidad escapará abandonando vuestros cuidados por buenos que fueran”

-¡Tabernero, otra jarra!- voceó el hombre.
Los muchachos se habían acercado al viejo que parecía ser un buen conocedor de los animales y esa era una conversación apetecida por todos.
-“Los animales del campo están hechos para la libertad y cuando se acercan al hombre, se “vician” y aquel lobo se vengó por haberle robado su alma animal libre y cuando oyó la llamada de los suyos- que no olvidó a pesar de vivir mucho tiempo con los hombres- su instinto se despertó y lo siguió. Su alma canina comprendió (Si es que un lobo puede comprender) que teniendo abrigo, cariño y comida, le habían robado lo más preciado… su libertad y se vengó ¡Vaya si se vengó!

-¿Un lobo? ¿Qué pasó?- Moi se había excitado.
Se había nombrado al mítico animal que despertaba el miedo secular del hombre rural y aunque los muchachos sólo lo habían visto en estampas, el miedo al lobo corría por sus jóvenes venas.

Se levantó el viejo con los ojos perdidos en la noche y se encaminó a la escalera de caracol que conducía al doblado, dejando anhelantes a los chicos e imbuidos en sus pensamientos. Vieron la gigantesca figura del viejo perderse en las sombras del techo. Cuando llegaron los parroquianos y la venta era un infierno de voces rudas,  junto a la chimenea del doblado, él soñaba con riscos y canchales.

Paseó todo el día disfrutando de aquellos parajes cercanos al río, dejando vagar su mente y tratando de apaciguar su alma; un buen pollo asado por el ventero fue su  almuerzo y tras una breve siesta, al atardecer volvió a la silla que había hecho suya junto a la ventana a la vera del fuego. Fuera seguía lloviendo. Junto al futbolín cerca de una docena de muchachos parecían esperar algo.

-Este se va a bebé en unos días más que el resto de los parroquianos en un año. Pensó en ventero cuando en un corto espacio de tiempo, sirvió la segunda jarra al forastero. ¡qué sed tié el joio!

“En la Sierra de san Pedro al norte de la provincia, uno de los lugares más agrestes y duros que conocerse puedan, riscos y portillas llenos de vegetación salvaje y por donde ciervos y jabalíes campan libres en las partes bajas del monte, escondiéndose en las grandes manchas de vegetación tupida y enormes roquedales donde abundan las raposas, garduñas, gatos monteses, ginetas y tejones; águilas imperiales, búhos reales y buitres que surcan lentos los cielos en busca de alimento y por supuesto…!los lobos!”

“Allí vivían dos hermanos, Agustín de trece años y Javi “el hormiguina” que contaba entones once años. Y allí en una zona agreste donde sólo subían pastores y ocasionales cazadores de temporada, junto a su padre, un modesto ganadero que le sacaba provecho a una pobre tierra que heredó de sus padres. Guardaban cabras y ovejas y no se vivía mal.
Tenían caballos para bajar al pueblo en no más de una hora. Una casa hermosa de madera suficiente para los tres y que levantó el abuelo que era carpintero de oficio y de los mejores de la zona por lo que con sus artesanas manos, crió a sus hijos, compró la finca y levantó la casa y otras estancias para el ganado”
-¡Chavea! Dile al tabernero que traiga otra jarra y que me apañe una docena de ranas- se interrumpió dirigiéndose a Moi que se le caía la baba de escucharlo.

“La unión de los tres era perfecta desde que la madre murió al nacer el pequeño y después de una estancia de ocho años con la abuela, subieron los tres a vivir al monte. Su relación era envidiable; juntos en la faenas, en las jornadas de caza…habían sustituido la presencia materna por una verdadera comunión que los llenaba de alegría de vivir y plácidos pasaban los días en aquellas soledades.
No sabía Agustín por entonces que era un “Marcado por los lobos”
¿Y que es un “marcado por los lobos”?
Miró el hombre al chiquillo con paciencia.
“Entre los loberos y cazadores de alimañas existe la leyenda que si un lobo escapa de una trampa  y reconoce el olor del cuerpo del trampero, el animal lo perseguirá allá donde vaya y tratará de matarlo perdiendo ese animal el miedo al hombre”
“Agustín no conocía de verlos a los lobos y sólo algunas noches del último invierno oyó el canto de libertad de los animales que aullaban muy lejos y lo que a sus antepasados les erizaba los cabellos a él , le parecía un atractivo canto de la naturaleza”
“A principios de aquel verano, después de la esquila de las ovejas y cuando las cabras parían los alegres cabritillos, una tarde Agustín ensilló un caballo y se encaminó al “canchal de los lagartos” lugar predilecto de estos animales por el terrible calor que hacía y donde abundaban ejemplares de más de medio metro. Los acechaba en sus huras o madrigueras y de una certera pedrada de su tirador los partía en dos; si se cansaba de esperar sacaba el pincho en forma de arpón y los ensartaba dentro de las cuevas. No era difícil hacerse con seis o siete en un par de horas- era su límite establecido- los despellejaba conservando sólo el tronco de blanca carne. Y, todo, porque su padre era un entusiasta de la carne del bicho. Los asaba y a trozos lo tomaba con el gazpacho”

No pusieron buena cara los muchachos al oír los gustos culinarios de aquella familia.

“Aquel día, de vuelta, al montar en el caballo, creyó oír unos gruñidos débiles, desmontó de nuevo y no tardó en encontrar el foco de los ruidos. Era un cachorro de perro, desvalido y famélico que gruñía quedamente sólo con tocarlo. ¡Seguro! Que se escapó de una madriguera de cimarrones y se perdió en las breñas graníticas. Lo acurrucó entre sus piernas y regresó a la finca.

_Padre, t´e traío lagartos.
-Gracias hijo, vamos a cenar. ¿pero qué es eso que guardas ahí?
- H´encontrao un perrillo abandonao.
- ¡Cómo si no tuviéramos bastantes! ¿Y donde fue el hallazgo?
-¡En el canchal de los lagartos.
-¡Déjamelo ver! Y tomó el cachorro en sus manos.
A pesar de su delgadez, era un animal hermoso, de fuerte cabeza y en el centro de la frente un mechón de pelo blanco puro.
-¡Con que un perro, eh! Es un lobezno. No creí que criaran tan cerca. Cuando llegue el invierno habrá que tener más cuidado con el ganado. Elimínalo cuanto antes, estréllalo, ahógalo, porque aquí no puede quedarse.
-¡Pero papá, si es un cachorrillo! Quiero quedármelo.
Al ver la ilusión del niño, accedió, siempre condicionado por la pérdida de la madre que lo inclinaba a dar a sus hijos todo cuanto pudiera. Y aquello aún en contra de su voluntad ¡podía! No sabía que aquella decisión marcaría para siempre la vida de sus hijos.

Y, el lobezno, se crió como un perro más, con la diferencia que con el tiempo se convirtió en uno más de la familia y entraba y salía de la casa como nunca se le había consentido a ninguno y cuando llegó el invierno era un hermoso animal con su orgulloso mechón de pelo blanco en la frente. Era el centro de atracción de los pocos muchachos del lugar que lo adoraban y con él se entretenían después de las faenas del campo.

-¿No te has dao cuenta- le dijo un día el “hormiguina” que los perros no se l´acercan y gruñen en cuanto lo ven?
-¡Eso es envidia que tienen por ser el favorito!
Aquel año fue uno de los inviernos más crudo que se recordaba, días y días de encerrarse en casa, de interminables lluvias y ventiscas que convertían el cuidado de los animales en un suplicio y durante las largas noches, cuando se oía el aullido de un lobo en la lejanía, el lobezno se removía inquieto, actitud que no pasaba desapercibida para los habitantes de la casa.”

-Tabernero, otra jarra de vino y pon a la parroquia lo que quieran, yo invito.

“Llegó la primavera, el verano y el nuevo invierno fue más duro que el anterior, incluso nevó-cosa rara en la zona- y una de las mañanas de frío el animal desapareció. Pero pasada una semana “el hormiguina” lo vio merodeando cerca de la casa, lo llamaron y entró pero no se mostraba tan cariñoso ni juguetón como siempre. Comió y se acostó junto a la chimenea en su lugar de costumbre. Agustín se barruntó que aquel animal no era el mismo que él había criado.
La  nieve caía como nunca en aquellos contornos desacostumbrados, hasta dejar la dehesa y los montes blancos y la mañana amaneció envuelta en una espesa niebla que no dejaba ver ni las rocas más cercanas.
-No salgáis de casa hasta que levante la niebla a atended si podéis a los animales. Voy a buscar un “jato” de ovejas que se perdieron ayer monte abajo- les recomendó el padre.
Salió acompañado de los mastines fieles y del lobo en busca de las ovejas. Agustín y “el hormiguina” quedaron al amor de la lumbre felices de no tener que padecer las inclemencias del exterior”
Ya no eran solo los muchachos los que seguían el relato sin respirar, el viejo había conseguido atraer la atención de toda la concurrencia, Se echó otro vaso al coleto y prosiguió:

“Hacia el mediodía, oyeron cascos de caballo y pensaron que su padre llegaba; pero era extraño que lo hiciese a galope tendido. Cuando salieron el caballo levantaba vaharadas de vapor y estaba herido en la grupa.
-¡”Hormiguina”,  ha pasao algo gordo, padre no ha vuelto, no te muevas de aquí para nada y no salgas fuera.
Ensilló su caballo y bajó como pudo entre la nieve al pueblo que se perdía entre la niebla. Avisó a la Guardia Civil- dos hombres- y con tres más, el resto se desentendió- cosa rara en estas tierras- pero como supo después el era “el niño que protegía a los lobos”
Con muchas penalidades subieron y rastrearon hasta encontrar el lugar del encuentro:
El caballo, aterrado ante una manada de lobos hambrientos, había derribado al jinete que se defendió con ayuda de sus valientes mastines; dos lobos muertos por disparos yacían sobre la nieve y el cuerpo del padre muerto a dentelladas y a medio devorar por los malditos”

No sé como el alma de un muchacho normal, puede en tan pocos segundos cargarse de odio para conservarlo toda la vida. Los guardias trataron de apartarlo del cadáver, pero les rogó que lo dejaran. Quería conservar hasta el más mínimo detalle de aquella carne querida, destrozada. No lloró. ¡No tenía tiempo!”

El rostro del viejo, iluminado por las llamas dejaba ver sus ojos humedecidos.
-Es el humo que me viene. Moi,  acércate por otra jarra de vino.
- ¿Y el lobo amigo del mechón blanco, donde estaba?- apuntó con los ojos muy abiertos  “el tarra” que seguro esa noche no dormiría del miedo que tenía en su pequeño cuerpo?
El viejo, no contestó.

“Agustín y el pequeño “hormiguina” enterraron a su progenitor en el cementerio del pueblo, prácticamente solos. Agustín se preguntaba que pecado habían cometido para ser tratados así. Todavía no sabía que era un “marcado por los lobos” Aún se conserva en el pueblo la  tumba y la lápida donde reza ”muerto por los lobos”.
Con la falta del padre todo comenzó a hundirse alrededor de los dos muchachos, desvalidos y sin nadie que los defendiera los buitres humanos cayeron sobre ellos. Los gastos del entierro fueron desorbitados; vendieron el ganado y pagaron las engrosadas cuentas de los buitres.
Se dedicaron a cazar para sobrevivir y un día, subió un representante de las fincas colindantes para comunicarles que el terreno ya no les pertenecía y que se marcharan. En unas pequeñas dependencias del pueblo, heredadas de sus abuelos, guardaron lo que les quedaba y con las armas se echaron al monte.
Rodaron de sierra en sierra, sierra Gorda, sierra del Vidrio, sierra Garbanzos, bajando sólo a los pueblos a comprar lo imprescindible y lo más importante: los cartuchos.
Por entonces, los ganaderos y los ayuntamientos pagaban a los alimañeros una prima por piezas cazadas que consideraban que diezmaban los rebaños y Agustín  con el cargo de su hermano, se hizo alimañero llevando al “hormiguina” como escudero. Ganaba el joven cazador de la sierra buenos dineros por su magnífica puntería y su paciencia para acechar.

Todo se truncó el día que “el hormiguina” el aliado fiel, el siempre silencioso y un tanto enfermizo; el vivaracho y todo corazón del “hormiguina” pisó un cepo que le hizo una herida por la que se veía el hueso tronzado. Comprendió Agustín que aquello tenía mal arreglo, y si quedaba tullido ¿Cómo lo atendería?
Con quince años de edad el muchacho murió en un hospital de la capital afectado de gangrena. Un cepo para lobos lo había matado. ¡Otra vez los lobos!”
El viejo calló y se retiro ante la estupefacción de los chicos que se habían olvidado que había que ir a cenar. Tampoco apremiaron a sus padres.
-Mañana es domingo y no hay que trabajá.

“Con que celeridad envejeció Agustín; en un año se hizo medio salvaje, ajeno a soles y a tormentas, a fríos y penalidades y en tan sólo ese año y siendo prácticamente un niño se hizo el mejor lobero de la comarca, desde Valencia de Alcántara al Puerto de las Herrerías. No hubo sierra por él no pisoteada, sierra de los bueyes, de las perdices, sierra dueña y con un solo afán: matar alimañas para sobrevivir con sus carnes, sus pieles o el premio de los ayuntamientos y con la obsesión de encontrarse con el lobo del mechón blanco que tantas veces le robaba el sueño”
“Con veinte años y unos dinerillos ahorrados, conoció en un colmado de un pueblo llamado Salorino a una guapa moza, bien plantá y se enamoraron; era una brava mujer hija de pastores de sierra y acostumbradas a las escaseces y la soledad.
Ninguna moza se casaría con él por su vida errante y libre; pero aquella arriscada mujer lo seguiría al fin del mundo.
Ella quedaba en el pueblo con sus padres hasta que nació su primera hija, mientras él con los ahorros y lo que quedaba de sus pertenencias originales construyó una espaciosa cabaña en la sierra de los Castaños y desde allí, con su fiel caballo hacía incursiones en busca de blancos para su escopeta. Desde el episodio de su hermano menor jamás utilizó un cepo.”
Se veía al viejo cansado.
-¡Amigo! Se compadeció el Moi-le pido una jarra de vino.
-Bueno, pa  celebrá que el lunes, si Dios quiere partiré hacia Portugal en busca del mar.
-¿Andando?
-¿Y, cómo si no?
Bebió un largo trago notando la expectación de la concurrencia. El fuego eran rescoldos y fuera llovía torrencialmente lo que ayudaba más a que los parroquianos fueran reacios a abandonar la cantina.

Cansado de tanta soledad en el monte, decidió que subieran la mujer y la hija a la sierra, a vivir en la confortable cabaña que era su cuartel general. Fueron tres años de felicidad que le concedió el Dios en el que siempre creyó y que tan mal lo estaba tratando. Se ausentaba con frecuencia tres o cuatro días  en busca de los animales dejando a la mujer y a la hija bien instaladas en aquellas soledades
Pero a la primera no le importaba, estaba acostumbrada a ello y era feliz porque lo amaba por encima de todo y la pequeña crecía fuerte en aquel saludable ambiente.

Y un día, un maldito día, la niña se alejó por la tarde de la cabaña, mientras su madre creyéndola dormida lavaba la ropa al otro lado de la casa y tendía a la suave brisa del atardecer.
Cuando aquella noche llegó el lobero a la casa, las luces estaban apagadas y dentro se oía el llanto de su mujer enloquecida; bajó del caballo asustado y corrió hacia el porche. Todo estaba muy oscuro, no había fuego en la chimenea y allí la vio,  a su brava mujer, a su amor, llorando con la mirada perdida.
1¿Qué te pasa? Y la cría ¿duerme?.
-Se ha ido.
-¿Se ha ido donde? ¿al pueblo con tus padres? ¿Y, porque lloras?
Lo abrazó desolada. Se ha ido al monte. En el crepúsculo, desapareció y por más que busqué no encontré nada y decidí esperarte, tú que conoces la sierra mejor que nadie.
Al encender el quinqué de la mesa, comprobó que su amor había luchado en el monte y su cara y brazos estaban llenos de arañazos.
-No te preocupes mujer, seguro que la encontraré, se habrá asustado y cobijado en cualquier sitio. ¡Bajo al pueblo y vuelvo con los civiles y más hombres! Y, verás como la encontramos y todo se queda en un susto.
Y el lobero Agustín bajó al pueblo y regresó muy entrada la madrugada con los hombres que se prestaron. Toda la noche rastrearon el terreno sin encontrar nada.

El amanecer, les brindó el más sangriento espectáculo. Los restos de su hija estaban esparcidos por los riscos con jirones ensangrentados de ropa. Rastreó loco, había sido un solo lobo que sorprendería a la criatura algo alejada de la casa, la mató y la arrastró más de dos kilómetros monte arriba y allí la devoró hasta saciarse, abandonando los restos a otras alimañas. Algunos pelos blancos le indicaran quien era el asesino de su querida hija.

Describir lo que sentía Agustín sería a más de ocioso inenarrable. Que aquel cuerpecito bello y regordete, sano, en pocas horas no fueran más que unos restos sanguinolentos. No lloró, ¿Para qué? Solo se arrodilló.
¡Hijo de puta!, sobre los restos de mi amada hija
juro ante Dios mi Creador que no descansaré en
este mundo ni un instante hasta encontrarte y
destruir tu maldita ralea. Yo el “marcado por los
lobos”, que un día te recogí, te crie, te salve de
una muerte cierta; te quise como a uno de los
míos. ¡No me perdonas el haberte robado la li-
bertad y te vengaste en mi padre, en mi hermano
chico y ahora en mi adorada hija. ¡Malditos
sean todos los de tu estirpe!

Su bella mujer enloqueció al sentirse culpable de la cruel muerte de su hijita, se fue a vivir a casa de sus padres y postrada en un sillón languideció y murió dos meses después que su hija.

El lobero peregrinó por todos los canchales, subió a las más altas portillas, no hubo palmo de terreno que no escrutaran sus vengativos sentidos. Mató y mató todo lo que cruzaba en su camino como un sanguinario depredador; enloquecido por la sangre de las alimañas que no dudaba en destrozar con sus propias manos, desgarrando la carne de pura furia intentando así calmar su odio. Pero nada lo tranquilizaba.”

-¡Chicos, vámonos- dijo con pocas ganar un parcelero- se hace tarde y las mujeres se van a procupá.
-Se figuraran que con la que está cayendo no podemos ni salí.
Y ahora fue el tabernero quien llevó al extraño una jarra de vino sin que la pidiera.
“Y un día lo vio, en la sierra de Alpotreque; fue sólo un instante, pero el mechón blanco era inconfundible. Era primavera y siguió sus pasos con paciencia y sin prisas. Días y días de mucha incertidumbre para no perder los rastros. Por sus movimientos dedujo que aunque andaba mucho se movía en un corto espacio.
-O sea, que no eres un maldito lobo, sino una maldita y puta loba ¿Y cómo no me di cuenta cuando estabas conmigo?!Tampoco me preocupé y siempre te llamé lobo. Ahora que te he encontrado no escaparás del ”marcado por los lobos”
Y una mañana descubierto el cubil se plantó frente a la entrada sin caballo y sin más armas que un cuchillo de montería que utilizaba para rematar a las piezas cuando no lo hacía con sus manos.
Se sentó a esperarla. Confiaba en su habilidad y su odio. Sus armas, sus fuertes mandíbulas, las mías la rabia y una higüela de doble filo afilada en extremo. A
media mañana se asomó a la puerta de la madriguera, lo miró y él a la causante de su maldición. Estaba algo vieja con su inconfundible mechón blanco y toda su altivez. En poco tiempo dejaría de ser un “marcado por los lobos” tanto si uno como otro moría o sucumbían los dos.
A mediodía se decidió, no tenia escapatoria, tenía que defender a su camada del lobero.

Se arrancó mientras él tranquilo, cuchillo en mano se incorporó para repeler el ataque A la carrera y de un formidable salto le cayó encima pero antes del cuerpo a cuerpo, en su acometida se encontró con la formidable higüela que se hundió en su peludo cuerpo. Se revolvió ya herida de muerte, logró alcanzar con sus mandíbulas el brazo y el hombro derecho del lobero y en el suelo las dos sangres se mezclaron. La acuchilló una y mil veces totalmente enloquecido. Agotado sobre el cuerpo de la maldita vio el cielo azul donde alimoches y buitres observaban la insólita escena.

En un segundo se agotaron, las penas, la ira, el rencor y el odio. Todo de golpe se había esfumado y una gran paz interna lo invadió.
En la cueva se acurrucaban cinco preciosos cachorros de lobo, con los ojos cerrados que gemían inquietos y allí los dejó sin ampliar más la venganza con su muerte.

Por eso- la voz del viejo se hizo más profunda- y dirigiéndose a  Moi: dejad que cada animal viva libre en su medio y cumpla las funciones que le fueron encomendadas. La del cernícalo o zurrumicale que le has llamado,  que cada tarde vuelva a cernirse, a colgarse del cielo inmóvil  en busca de su langosto. ¡Cada cual en su sitio!

El silencio sólo era interrumpido por el crepitar de los troncos con que habían recebado de nuevo la chimenea al ver que nadie podría salir de allí en algunas horas. Todos rumiaban la apasionante historia.

El inquieto Moi rompió el silencio:
-¡Qué historia más bonita y más bien contada! ¿Qué edad tendría hoy el viejo lobero?
-Tendría no…tiene unos treinta y cinco años. Mira Moi, los sufrimientos y las privaciones hacen envejecer al hombre más que el propio tiempo. Las penas acaban por encallecer los nobles corazones, que si de verdad son nobles y a pesar de tantas desgracias y penalidades llegan a la paz consigo mismo y con los hombres, para ganar una serenidad interior que los reconcilie con la vida y sólo le quede dar gracias por su existencia.
Fuera seguía lloviendo a mares. El viejo miraba por la ventana con la jarra de vino en la mano.

-Por cierto-insistió el inquisitivo Moi-¿Y que fue del viejo lobero?
-¿De Agustín?
-Si, de Agustín.
-Moi…el viejo lobero soy yo.

Se levantó con los ojos perdidos en la noche y se dirigió a la escalera de caracol que conducía al doblado. Por un instante algunos creyeron ver en su cuello una gargantilla con los dientes de un lobo ensartados.
Otros creyeron oír su última frase:
¡Mañana el mar!

Marcial-Jesús Hueros Iglesias.19102004.

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