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viernes, 27 de abril de 2012

LA TUMBA (Cuentos de los muchachos del Rincón) Está todo mal


LA

TUMBA

(Cuentos de los muchachos del rincón)

ESTÁ TODO MAl hay que hacerlo de nuevo






Descubrí la tumba en una tórrida tarde del verano extremeño. A pocos metros de la orilla al finaln del Rincón, en el claro de un bosque se eucaliptos que malsombreaban  en suelo. El túmulo cuadrado fabricado con desechos de obras por algún alarife caritativo y beodo. Tarta de dos pisos coronado por un ajado y herrumbroso crucifijo; profusamente adornada con flores de plástico que retenían unas cadenas sustentadas en pivotes metálicos en las esquinas, y a los pies dos anillos plateados dejaban evidencia de algún antiguo y apasionado amor.

El tiempo había dejado su huella en el enterramiento  y me detuve a escrutarla pacientemente; ni un nombre, ni fecha, ni siquiera unas siglas. ¡nada!

Solo era una más de la curiosidades que sorprenden al viajero y que quedan en su morral andariego como anécdotas del largo camino.

Absorto el viajero, como siempre en sus pensamientos que le llevan a desear el don de ubicarse el lugar y momento de los hechos. ¿Qué pasó? , ¿Quién era? ¿Qué fue de su familia, sus amigos, sus amores?. En fin, qué misterio encerraba la enigmática tumba pérdida en la orilla del río Guadiana.

¡Buenas tarde nos de Dio!- La voz cascada y débil de un anciano me sorprendió. Se había sentado junto a mí sin apercibirme de ello y sin haber detectado su marcha lenta pero ruidosa por los guijarros y las hojas secas de verano.

¡Qué caló verdá!
-          Si señor, y eso que usted por sus años  debe estar acostumbrado.
-          ¡Calle usté, 85 y entoavía no m´ acomodao a estos calores!
-          ¿Quién era?
-          ¿Quién era quién?-se hizo el distraido el anciano.
-          ¡Ah...el de la tumba!. Esa es una historia-como toas- triste y alegre a la vé, pero...lo que bien acaba, dao sea por venturoso.

El viajero ofreció al viejo un trago de la bota de vino que siempre colgaba junto a su mochila. Agradeció vivamente el remojar la reseca garganta. ¡S´agradece!

El silencio que siguió sólo lo rasgaron el arrullo de las tórtolas que anidaban más allá, en los eucaliptales.


-¿Usté sabe lo que por estos pueblos es una jira?
-Una romería, ¡no!
-Si pero, la jira jira se jace el lune despué del Domingo de resurrección de la Semana del Señor, ya con Él resucitao. ¡No hay jira sin resurrección ni mocita sin amor!.

-Hace tres años-prosigió el amable viejo- y aunque la tumba pareza que tie más, unos muchachos en vé de jacé la jira donde siempre la ha hecho too el pueblo, pa está más íntimos, se vinieron a la orilla del río al lado opuesto de la villa; eran una jarca d´ocho o dié entre mozos y mozas toos rondando los quince o deciseis años.
Mucho vino, la vieja guitarra y los amorios que nacen solos; aunque el “Carlos” y la “Carmela” ya se conocían desde los doce años.

Carlos y Marcela se conocieron en una Primavera espléndida de sol y lluvias, especial en esta tierra de extremos en que en que el Verano se hacía Invierno en un soplo y sin solución de continuidad el Invierno, Verano; sólo algunos privilegiados años las estaciones se sucedían con normalidad.

Carlos, un negrillo de alborotados pelos rubiales, pantalón corto y bolsillos atestados de chinatos; su tirador al cuello y con ganas de dar guerra a los “novinos”gorriones inmaduros de las últimas nidadas que aguardaban quietos en las ramas, piando llamando la atención de sus padres para que los alimentaran, esta quietud de los pájaros daba a los muchachos la oportunidad de ensayar el disparo varias veces hasta dar con los desdichados gorriones de las recientes nidadas en el suelo.

Marcela, era una bella chiquilla estilizada y con pequeños pezones que anunciaban un cuerpo esplendoroso de futuro. El encuentro en un atardecer cálido de Abril marcó sus vidas; se hundió todo un mundo de gorriones y muñecas, de juegos al pincho o a la role. El cosquilleo que ambos sintieron al conocerse no era más que el amor temprano. Las pocas veces que se veían por las fiestas: en Navidad, en las matanzas de los cochinos, Semana Santa y las jiras. Las salidas del colegio de aulas separadas eran momentos de miel para los dos chiquillos que iban descubriendo en ambos los cambios brutales y hermosos de la adolescencia.

Sus hormonas estallaron hacia los quince años en un principio de verano que salieron con la pandilla a bañarse en el río. Compartieron risas y chanzas con los compañeros de excursión y sin darse cuenta buscando la soledad se alejaron del grupo.

Carlos ya no era el niño de los chinatos en los raídos bolsillos y Marcela lucía todo el esplendor de su adolescencia y allí escondidos entre los atarfes y sobre la fresca hierba, conocieron sorprendidos sus cuerpos y las sublimes sensaciones que uno u otro podían proporcionarse. Se amaron con toda la pasión de sus pocos años, enzarzaron sus cuerpos desnudos como dos posesos y el climax fue el fin del mundo conocido. La vuelta a la provisional acampada, les hizo salir de su ensimismamiento  y volvieron al sol, al río, a las alamedas y a los amigos que de pronto pasaron a un segundo plano.
¡El mundo era ahora de ellos dos! Y no lo iban a dejar escapar, pero…


-¡Eche un trago abuelo!, parece que estaba usted allí!
-No, pero lo pueo barruntá porque es la misma historia de toos, de la mía con mi mujé. Yo tuve más suerte que mi nietecino.

-¿Su nieto?
-¡Si es mi nieto, Carlitos ¡,y por eso, algunas tardes cuando tengo argo de fuerza m´arrimo p´aquí y platicamos; el me cuenta sus cosas y yo las mías, fuimos uña y carne en vida y quiero que lo sea, si es posible, también en la muerte. Ya tengo el nicho pagao, al lao suyo y al otro lao el de mi santa. ¡Seguro que bajo tierra nos daremos las manos! El Carlos era un número uno, siempre estaba ande tenía qu´está, a trabajadó no le ganaba nadie y bueno como el pan bendito de Dio .El Carlos era bello por adentro y por afuera.

Y aquel rostro surcado de profundas arrugas, curtido, sin lamentaciones dejó escapar un par de sinceras lágrimas que encogieron el corazón del viajero.

“Hace tres años, creo, pos la azotea ya no férula como enantes, el lunes de jira se juntaron los muchachos en este mismo claro a pasar el día; llevaban sus refrescos, las chuletas empanás y la tortilla de patatas que primorosamente  sus madres les habían preparado levantándose con el alba y de postre unos bollos de la tahona que por aquí se nombran “preñaos” pues llevan dentro de la masa una buen trozo de chorizo gordo y dos huevos cocíos”

-¡No me diga usté ná , que toos  jacen chanza d´ellos!, pero asina es la tradición.
En ese momento de distensión pasé la bota al viejo que agradeció el trago en su seca garganta.

“ Pos, le decía; es día de mucho comé y bebé, mucha juerga y un poquito vino. La caló invitaba a chapuzase en el río. ¡Maldito río!... y entre bromas y risas, nadie notó la ausencia del Carlitos tragado por unos de los muchos remolinos que abundan en el traicionero río.
Todas las risas juveniles se trocaron en preocupación y hasta las chicharras y gurrupéndolas se callaron. Carlitos no aparecía y todos volvieron preocupaos
al pueblo.
Lo encontraron cerca de la frontera dos días después. ¡Aquel ser bueno y amoroso no era más que una piltrafa por culpa del maldito río. Un corte de la digestión nos dijo el informe del forense, ¡Ah! Y con posterió ahogamiento-Qué son muy puntillosos los matasanos”

Mientras la tarde caía y una fresca brisa ribereña aliviaba el calor del estío, el curioso viajero dejaba descansar al fatigado viejo.
-          ¿Y, Marcela?
-          ¡Ay la mí Marcela su vida se convirtió en un invierno perpetuo! Lloró hasta vaciase y en el entierro, como pocos conocían su profunda relación con el muerto, montó un tiberio por lo que toos llegaron a pensá que le había dao la locura y asina fue, loca quedó desde entonces”

El andariego viajero sintió como tras el frescor del crepúsculo llegaba la noche e invitó al anciano a regresar despacito al pueblo pero, rehusó.
-          Mucho he hablao con usté pero poco con él. ¡Me quéo!
Y allí llegando la noche dejó al viejo sólo con su tumba y sus pensamientos.


Pasados dos años el viajero regresó por azar a aquellos parajes del Guadiana y al pueblo cercano de donde partió la historia de Carlos y Marcela, comió sus suculentas chacinas de cerdo y sus incomparables uvas que antaño lo hicieron famoso en toda Europa.
Al atardecer – había pasado a ser un noctivago viajero para evitar del rigores del calor-se encontró en aquel recodo del río, junto a un puentecillo para vadearlo.
Intentó recordar pero el lugar estaba muy cambiado como si no fuera el mismo aunque seguro estaba de no haberse equivocado. Buscó por el bosque de álamos y eucalyptus mas no pudo encontrar nada. La tumba había desaparecido. Tomaría un descanso esperando que llegara la noche para volver de nuevo al camino, despreocupado del tema con sus pensamientos en otros paisajes, se quedó dormido.

No sintió la presencia del anciano que a pequeños pasos se acercaba, sólo oyó un:
-          ¡Buenas tardes nos de Dio!
Se volvió y recortándose la figura en un gran sol moribundo vio la silueta del viejo que se sentó junto a él.
-          Otra vé por aquí, ¿no?.
-          Si de paso. ¿Y la tumba?
-          Lo reconosco señó, estuvo usté aquí hace poco con la misma mochila y el mismo cayao. ¿La tumba de Carlitos?, ha estao usté dormido en el sitio exacto donde estuvo hasta el pasado invierno.
-           
Aunque el experto viajero no es nada supersticioso, algo sintió en el estómago que le hizo levantarse y cambiar de lugar procurando no molestar al viejo.
-          - Unas fuertes tormentas descargaron más arriba del cauce y provocaron un “riá” que cubrió el puente y las fuerzas de las aguas arrasaron too a su paso, se llevó muchos árboles y la tumba.
-          ¡ EL RIO , EL CABRON DEL RIO, LO AHOGÓ DOS VECES!

-          ¿Y, qué fue de la Marcela?

-          La Marce, rota, quiso ingresá en una casa de esas de monjas pa no salí jamá pero como no tenía” posibles” y la creyeron loca la echaron y siguió rumiando sus penas ante una familia desesperada que no barruntaba que le pasaba a su “niña loca”.

-           
Aquellas Navidades, despué de los acaecidos que le conté y como toos los años, muchos migrantes volvían ar pueblo a pasá unos días con los suyos- una costumbre, sabe usté-pasá esos días señalaos con la familia en la tranquilidá  del
pueblo.

Toos estaban contentos, el ambiente de juerga entre soníos de panderetas, zambombas, petardos y villancicos, los vecinos se visitaban unos a otros, tomaban aguardiente y polvorones caseros y la camaradería reinaba entre toos, olvidando viejas peleas.

-Creo que fue la noche de la nochebuena, mucho rejolgorio  y despué a cena con la familia. Marcela ajena a los festejos- que nada le decían- vagaba por las hechiceras calles, neblinosas y frías ajena al ajetreo de la fiesta. Su mundo murió en un recodo del maldito río que también ahogó sus esperanzas, sus ilusiones y en fin…toda su vida”.
“Misa del gallo; toavía con la pepitoria de pollo en el galguero. El pueblo, cumplía el rito anuá de celebrá el nacimiento de Díos. Y , allí recaló Marcela en su eterno vagabundeo por el pueblo”

El respetuoso viajero, sabe que pone en boca del viejo palabras que no dijo porque sencillamente las desconocía. ¡Pero no puede evitarlo”

En el atrio de la iglesia rompió la noche de recogimiento un grito desgarrador ¡Carlos! ¡Carlos! Y los sentidos de la muchacha se hundieron en la negra noche sólo rasgada pobremente por el cuchillo de las velas.
- Es la loca, que l´ha dao un vaido.
Y un atento muchacho, ante la indiferencia de los demás la sostuvo entre sus brazos contemplando aquel bello rostro sucio a la luz de las velas.
- ¡Dejelá, está loca! Y se perdieron, ajenos a la escena, en el interior del templo al toque de misa.

En el atrio sólo quedaron aquellas dos figuras, haciendo sombras vacilantes en las piedras de la iglesia. No se resistió a acariciar  aquella cara y dejó resbalar sus dedos por el pelo rubio y encrespado de la chica.
-¡Carlos!- volvió en sí.
- No me llamo Carlos, soy Marcos, tuve un hermano gemelo con ese nombre que se ahogó en el río el verano pasado; a mí me mandaron a Madrid con cinco años y he vuelto a pasar las fiestas con mi familia y conocer mi pueblo.

Carlos y Marcela habían vivido tan absortos su amor que apenas se conocían.
Agradeció la familia de Marcela que aquel agraciado joven de la capital llevase a la “niña loca” a la afligida casa. Prometió visitarla al día siguiente, Navidad para hablar y saber cosas de su hermano muerto.
Y cumplió su promesa, en la fría tarde de invierno volvió a casa de la muchacha con un poco de prevención por las circunstancias en que se habían conocido.

No reconoció en principio la casa que ya había visitado de noche; era una casa sencilla de labradores, un pasillo amplio conducía al salón y a lo largo del pasillo se ubicaban las habitaciones de la familia. Todo olía a limpio y muy cortado se sentó en el sofá recibiendo de nuevo las gracias de sus habitantes.

A no tardar, la mesa de llenó de un suculento surtido de las bondades chacineras de la matanza familiar acompañado de una jarra de vino de pitarra que el padre de la chica hacía sólo para él.
Cuando apareció Marcela por el pasillo procedente de su cuarto ataviada con sus mejores galas radiante de belleza juvenil, el corazón de Marcos se paró por un instante…

El impertinente viajero, ansioso de escuchar el fin del relato porque caía la noche y debía emprender su camino.
-          Bueno ¿Y qué pasó?- inquirió nervioso.

- ¡Señor, eso se lo dejó a su imaginación!
Y lentamente se perdió con su andar cansino, camino del pueblo cuyas primeras luces brillaban a lo lejos.

Badajoz, 17 de Agosto de 2.005





“Cuando años después el viejo viajero volvió por aquellos andurriales, nadie supo darles referencias de lo aquí narrado y como otras veces creyó que lo había imaginado. Pero… aquella tumba del muchacho al que el río había ahogado dos veces seguro, que sólo  en su imaginación… No había existido.

Marcial-Jesús Hueros Iglesias.

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