LA BATALLA DE LA ALBUERA: LAS ADELFAS.
Allá en la encrucijada donde confluyen los caminos,
que desde el Su peninsular se dirigen a Badajoz y Portugal, se ubica la pequeña
población de La Albuera, con unas pocas casas asomadas al río Nogales, donde
vivían una 250 almas que hasta aquel aciago día, dedicaban su existencia a
labores agrícolas o ganaderas, con la única preocupación de la salud y el pan
cotidiano de cada día.
Iglesia de La Albuera |
Los jóvenes combatientes |
Aquella mañana de Mayo, dos muchachos pescaban
jaramugos bajo en puente del Nogales, cuando de la dirección de Badajoz, vieron
como al cielo se elevaba una gran nube de polvo y un ruido, al principio
amortiguado, que fue ganando intensidad a lo largo de la mañana, hasta que
vieron llegar en lontananza más caballos de los podían contar en sus cortos
años de escuela, subieron la cuesta de la ribera para avisar a un vecindario ya
avisado.
Los hombres dejaron sus labores y las mujeres
comadreaban a las puertas de las casas, sobre el motivo del estruendo que venía
a turbar el monótono discurrir de sus existencias. Los muchachos corrían
alborozados a las eras nerviosos y espectantes ante la parada militar que
suponían se avecinaba, pero aquel cuerpo de ejército no iba a pasar desfilando
y enseguida mostraron su intención de sentar sus bases en el pueblo.
Primero el ruido de las caballerías que se difuminaban
en su mismo polvo; caballeros uniformados brillantemente, tocados de bruñidos
cascos con penachos de plumas al viento, lucidas charreteras y sables que
lanzaban destellos al sol del mediodía. Detrás la infantería marchando
marcialmente y seguidos de los cañones con sus formaciones de artilleros y
cerraban los carros de municiones, pertrechos y avituallamiento que acompañaban
un buen número de mujeres. Fueron tomando el pueblo y el río, montando
campamentos ordenados y sin mezclarse unos con otros.
Ellos no sabían bien contar tanto, pero las historia
dijo luego que habían llegado a aquella humilde villa unos 30.000 hombres, casi
2.000 caballos y eso si lo contaron 32 cañones.
En la iglesia se quedaron los que mejor vestían; eran
mayores y en sus voces y en sus gestos, demostraban que su costumbre era
mandar. La Historia diría, que el más orondo y canoso, con el pecho lleno de
medallas, era el General Beresford y con él los no menos laureados, Lardizábal,
Castaños, Zayas…y toda una camarilla de jefes y oficiales que impartían órdenes
a los ayudantes que partían hacia los campamentos envueltos en el denso humo de
las hogueras.
Artilleros |
Se sucedían los días y nada parecía presagiar tan malos
augurios, la vida bulliciosa parecía normal en los campamentos y los franceses
no aparecían, como se esperaba, en el horizonte del Sur de Andalucía.
De Sevilla y de Córdoba, habían partido 20.000
infantes, con una caballería de 3.200 animales y arrastrando 40 cañones
pesados; infantes y caballeros franceses con la inclusión de los temibles
lanceros polacos del Vístula, famosos por su formación, valentía y violencia.
En los alrededores de la población, en el campamento
norte, un soldado destacaba por su edad y noble porte, el General español
Gabriel de Mendizábal, ahora enrolado de infante y que quería demostrar quién
era después de ser degradado por cobardía en la batalla del Gévora.
Mientras el avance francés seguía con mucha lentitud,
porque aparte de las dificultades orográficas de las estribaciones de Sierra
Morena, las tropas galas están muy enfermas. Los médicos de Napoleón no daban
abastos con la cantidad de miembros de la soldadesca que enfermaban, cosa que
no sucedía con el generalato y la oficialidad.
Comenzaron a pensar, por el gran número de bajas, que
alguna enfermedad infecto-contagiosa estaba diezmando a los soldados. Náuseas,
vómitos, deposiciones diarreicas sanguinolentas, vértigos y otros síntomas que
acababan en convulsiones tetánicas, taquicardias paroxísticas, bloqueos con
parada y muerte. Algún galeno recordó en sesión médica, que sus homólogos
ingleses, viajeros en la India, describían una enfermedad endémica que se
transmitía por el agua principalmente y que llamaban cólera morbo, que años
después asolaría a medio mundo, diezmando en un alto porcentaje a la población
de la vieja Europa y ordenaron “matar el agua, pensando que ese era el vehículo
de trasmisión, pero la morbilidad no bajó a pesar de beber el agua hervida.
Preparando la carga |
Los soldados, utilizaban las vainas del fruto de las
adelfas a modo de canutos que rellenaban de tabaco, mezclándolo con las
semillas plumosas que contenían. Tampoco conocían que cuando utilizaban ramas
de estas plantas para asar, hacían tóxicos los alimentos, no sabían en fin, que
todas las partes de estas plantas eran venenosas, hasta el punto que la miel
elaborada con el polen de sus flores, producían daños al organismo, porque toda
ella contenía un principio activo cardiotónico que actuaba en el cuerpo humano
y animal, produciendo un envenenamiento general y un siglo más tarde, sería
considerada como una de las plantas más tóxicas de la botánica ya que tal
sustancia perniciosa no era destruida ni por la acción del fuego.
Por fin, en la primera quincena del mes de Mayo, las
tropas han formado sus frentes, los aliados han tenido tiempo suficiente de
descansar y pertrecharse durante los días anteriores acampados en el pueblo,
los franceses llegan exhaustos y enfermos. Juan de Dios Soult, conquistador de
Badajoz, está al frente de las tropas invasoras y en su cuartel general reunido
con sus generales, Goudinot, Gazán, Girard, Werle…, todos temen el momento de
la batalla, sabiendo de las escasas fuerzas de las tropas sufrientes de la
orografía del camino, las inclemencias del tiempo y desconociendo completamente
que las culpables de la situación eran…las adelfas.
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