jueves, 7 de junio de 2012

LA MANTA Y LA ROCA (CUENTOS DE LOS MUCHACHOS DEL RINCÓN)








LA
MANTA
Y LA
ROCA.
(CUENTOS DE LOS MUCHACHOS DEL RINCÓN)
27122000












Tres sombras proyectaba el fuego central de la choza sobre el techo de bayuncos secos, que años atrás levantaron dos de los presentes y mucho antes de que el tercero de ellos viera la luz del sol.
De la choza grande, aledaña a la del "Tío Murallas" llegaban retazos de la conversación que mantenían los padres de "Cali", junto con el inconfundible tufillo de la cena.

El "Señó Tomás", abuelo del muchacho, se estableció en el Rincón después de la contienda civil y allí trabajó hasta lo indecible para sacar adelante los seis hijos que Dios y la "Señá Martina" le dieron y de los que sólo quedaba cerca el que discutía en la choza grande, padre de "Cali".
Toda una vida, sin un día de descanso, hasta que la edad lo venció y lo confinó a una silla, donde rumió sus desventuras hasta el día en que su mente le abandonó.

-¡Ya no vale, ni pa ir por los güevos a los nidales. Los rompe toos!- se quejaba la madre de "Cali".

Y al muchacho le dolía mucho ver así a su abuelo, que le había enseñado todo lo que sabía de las cosas del campo, principalmente de los animales que les rodeaban y tanto le apasionaban, a lo que había ayudado mucho el "Tío Murallas"
Poco después de establecerse el abuelo, una noche un individuo joven, se presentó en el chozo grande procedente de Portugal, andrajoso pero de paños caros, presencia de caballero y allí se quedó…
Ahora el paso del tiempo lo había transformado, lo  achaparró y los elementos le castigaron duramente el rostro y la piel. Llevaba un jersey de color indefinido, unos pantalones caídos con una cuerda por cinturón, barba de varios días gafas con un cristal opaco y zapatillas de esparto y tela.
Hizo su cabaña junto a la de la familia del “Señó Tomás” y hacía la vida en el campo, sólo entraba a su choza a dormir y guardar sus exiguas pertenencias. Decía sentencioso que era rico porque “tenía todo lo que quería o sea la vida y no necesitaba nada más”

El hermetismo sobre su pasado, creó un sinfín de leyendas en torno a él: que si fue un noble y rico portugués que dio muerte al amante de su bella esposa; que si un sicario del maquis de la posguerra; que si un notable contrabandista con deudas de sangre, etc.
Al principio de su llegada, nadie le preguntó quién era, porque trabajaba desde la primera luz hasta entrada la noche, sin hablar y nunca en todos aquellos años salió de su boca ni una sola queja (Mucho menos una frase larga).

En los primeros tiempos cuando sentía la presencia de la Guardia Civil por la choza grande huía a las manchas del monte y hasta pasados unos días no aparecía, pero poco a poco se fue integrando en aquellas desperdigada población (Los chozos distaban mucho entre unos y otros) y llegó a ser una institución en aquellos contornos. El secreto de quien era moriría años después con él.
Si famoso era su mutismo, más lo era su disposición en ayudar a los demás y no había nadie en los contornos que no debiera algo al “Tío Murallas”
Cuando años después se marchó del Rincón, lo hizo como cuando llegó: en silencio y sin molestar.

Desde el principio, una gran amistad surgió entre los dos hombres. El “Señó Tomás” apreciaba casi más que su capacidad de trabajo, su mutismo y su buena educación de portugués;”Tío Murallas” nunca agradecería suficientemente (Según su criterio) el ser acogido y protegido por el viejo y finalmente querido por sus hijos.

A pesar del vino, en la cabaña del “Tío Murallas” esa noche reinaba la tristeza y sin ellos la palabra era escasa, el silencio era sepulcral.
Con el nacimiento del nuevo día, llegaría la separación, el abuelo de “Cali” viajaría a la ciudad para ocupar un puesto en el asilo de ancianos de las hermanitas de la caridad.
Ni el tiempo había querido ayudar en ese día, se avecinaba una buena tormenta. Tanto el “Tío Murallas” como “Cali” habían escuchado la conversación de los padres y sus planes.
Quizás la proximidad de la separación, la magia de la noche tormentosa o los tragos de vino desataron la lengua del viejo con una inusual locuacidad; habló ora en portugués ora en español (Siempre se habían entendido así).

“Yo oí una historia, allá na minha terra, en la frontera, mais allá da Raia en la heredade que me vio nacer, terra que toudo me dio y toudo, un mal y triste día me robó- se detuvo a tomar aire y “Cali” lo miraba asombrado, nunca le había oído decir tantas palabras juntas- y me trajo a esta bendita terra donde nadie me preguntó ¿Quién era ni de dónde venía? Pero que me dio el pan que me como y me dará el descanso eterno, cuando estos viejos huesos escacharraos, no aguanten más”


“Hace muchos años, en un invierno crudo como este, iban por un camino embarrado de minha terra, tres figuras: una encorvada y vieja, apoyada en un cayado negro, a su lado un hombre joven, vigoroso de andares firmes. Y a su alrededor saltando alegremente un chiquillo de no más de doce años: eran el abuelo, el hijo y el nieto; andaban camino de la casa de misericordia (asilo portugués).
Ya llegando, el viejo cansado de la larga caminata, rogó a su hijo detenerse a descansar en un pequeño bosque lindero donde dos mojones indicaban la división de las propiedades y en ellos se sentaron.
-¡Nietico!
-¡Di avo!
-¡Procúrate una pedra y te sentas con nos!
-¡Es igual, abuelo, estoy bien así!
-¡No lo digo por ti nietico!, lo digo por tu hijo…para que tenga donde sentarse el día que traigas a tu padre a la casa de misericordia.

Cuando calló el viejo, lo relevo la fuerza de los truenos que se enseñoreaban sobre la frontera y pequeños haces de luz de los relámpagos iluminaban el techo de la choza. “Cali” el muchacho, no perdía la vista del fuego y miraba furtivamente a su abuelo que permanecía inmóvil, apoyado en su cayado, serio su rostro, desdibujado por las luces y las sombras de las inquietas llamas de la candela.

“Tampoco hará muchos años, me contaron que en Lisboa, en una casa de misericordia, se detuvo una mañana a su puerta, un desvencijado carro tirado por una mula y de él, descendieron un anciano labrador seguido de su hijo, que se encaminaron cansinamente al edificio…
¿Qué llevas ahí hijo mío?- preguntó el anciano al observar que el joven llevaba un bulto voluminoso que el viejo presumía serían sus escasas pertenencias
-¡Pues una manta padre! Que no quiero que pase usted frio ahí dentro y con ella seguro que se apaña.
EL anciano deslío el hatillo, sacó su sempiterna navaja de monte y de un corte perfecto dividió la manta en dos mitades.
-¿Qué hace usted padre?
Y le entregó parsimoniosamente una de las dos mitades.
-¡Nada hijo!, yo con la mitad tengo bastante. Tómala, guárdala, que yo tampoco quiero que tú pases frío cuando te llegue la hora.

Dos lágrimas resbalaban por el rostro encendido del joven “Cali” y una llama viva las convirtieron en brillantes que titilaban en sus mejillas.
Al callar el “Tío Murallas”, sólo se oía el crepitar del fuego y la tormenta fuera, que arreciaba.

Se metió en su cansado gabán, se caló su pringosa gorra, miró la impasible estatua del “Señó Tomás” iluminada por los rescoldos del fuego, abrió la puerta y… se perdió en la noche.

Marcial-Jesús Hueros Iglesias
Alburquerque  27122000






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