miércoles, 6 de junio de 2012

LAS COSTILLAS (CUENTOS DE LOS MUCHACHOS DEL RINCÓN)

LAS
COSTILLAS
(CUENTOS DE LOS MUCHACHOS DEL RINCÓN)
01092011


¡No m´ables, no m´ables! na de í a esa venta a comé pajarito.
¿Qu´están güenos?, me lo va a conta a mi, a tu agüelo, qu´a puesto má costilla en su via que tien los paisanos de este mundo.
En llegando la amanecía, cargaba las trampas al jombro- má de trecienta- y en los zurcos qu´habían jecho los labraores a cá dié pasos, colocaba una, cebás con gusanos que apañaba de los bichos muertos y podríos, y en la otoñá, las jormigas alá y hasta alguna miga e pan que me quitaba de la comía.

Pacencia y güen tiento pa colocá las costilla que na má tocalá un pájaro, saltaba y los enganchaba por el cogote.
Endispués, en la Ribera, escondío entre las taramas, los iba pelando con pacencia, que no me faltaba, ni tiempo tampoco. Si había un rato, roía un cacho pan con un peazo de queso duro pa cogé juerza y otra vé la burra al trigo, otro repaso a las trampa que com´eran tantas me llevaba su buen tiempo. Sacá los pájaro enganchaos y limpiá las trampa que si no, los gorriatos golian qu´allí la había palmao uno de los suyo y no picaban la próxima vé. A cebá las costilla y a esperá limpiando los muerto.

¡Y, no te creas!, que me sacaba cá día unas doce docena, pájaro abajo, pájaro arriba. Y asin, toos los día del año, con sol, con lluvia (No se cogía ná) con tormentas o con niebla (Cuando má caian). Los que no pelaba en el campo, los acababa en casa, queando la cabeza, que gustaba mucho cuando eran fritos y los pasamo por un fueguino para chamuscar los plumones. ¿Y tanto cuidiao pa que? En cuando ibas a vendelos too eran pegas, ¡Que si no está, mu limpios! ¡Qué si son mu chicos! Tó pa regatearnos y los diéramos má barato.
Pue con too y con eso, en aquellos años de jambre, saqué pa alante a tu agüela y a tu padre.

Y, ¡No m´ables! Que jace mucho tiempo que no cato un pájaro y too porque esa no fue la única vé que me salvaron la vía

M´acuerdo q´un día, era ya tiempo verano que yo guardaba una piara cerdos, p´allá, pa los campo de Villanueva. Yo barruntaba la tormenta, porque me dolían los callos y así jué:
A meia tarde se formó un barullo de los demonios del infierno desataos, relámpagos y rayos pa no contá; no había sentio una marabunta como esa en muchos años y de las que má teme el hombre de campo “la seca”, la tormenta que no rompe en agua, que se sua má que bajo una chapa lata, y lo má cerca que tenía era una caseta arrumbá y pá allí m´alargue cuando la orilla cambió y cayeron pedriscos como huevos de gallina que si alguno me coge o m´escalabra o me jace una buena pitera.

M´acomodé como pude junto a un muro derruío y esperé a qu´escampara. Entre la cortina de pedruscos, entreví un arrendajo, que aquí llamamos gallos de monte, mu bonito y mu colorio, que estaba sobre un peñasco. Subía y bajaba como un muñeco de la feria ¡Está agarrao con algo! Pensé.
Y como los bichos me llaman, me dije ¡Este es mío!
Pero quien salía con lo que estaba cayendo con los guarros paraos quieto alreeor de la ruina. Y me decidí, salí por patas en busca del bicho pero cuando llegué al peñasco el gallo había desaparecío como con magia.

Maldiciéndome, mire pa las ruinas pa refugiame otra vé, un resplandó y sentao de culo en el suelo. Uno o má rayos no habían dejao piedra sobre piedra de la casucha y el oló a guarro chamuscao, que parecía día de matanza. ¡Como jedía aquello! ¿No quedó ni uno pa muestra!
Sólo en medio la jesa, lo pensé ¡El arrendajo m´a salvao la vida!

Por eso, no quiero pajarito fritos, que ahora he visto en una taberna que los llaman “los que volaron”, que están proibios.

Y otra vé, ¿No te contao? Estaba yo al contrabando en el Guadiana y pa pasá la Raya, había un pescao de barca que se ganaba sus güenos duros pasándonos a la orilla portuguesa y al contrario.
¡M´acuerdo como si agora mismo juera!
Estaba el día entre dos luces y una n iebla, meona, espesa, cubría el río. No se movía ná pero el barquero, jombre hecho al río, no se achantaba fácil. Yo y el otro contrabandista llevábamos a las esparda sujetos con correas, casi cuarenta kilos de café pa pasalo a España. Cuando llegamos al río el jombrecillo nos esperaba jumeando un pitillo, pagamos y nos montamos en la barca.
Dende principio, la bicha se movía má de la cuenta, como si quisiera echanos pa fuera, en total silencio que ni las pala de los remo se oían (Siempre estaba encima nuestra la Guardia Civil).
No me preguntes por qué, porque no lo sé entavia. Se oyeron unos tiros, montones de fogonazos en la calma de la noche, ya cerca la amanecía y la barca empezó a bailá ca ve má juerte y los tres ¡Al charco! Yo no veía ná, algunos gritos de alto, mucho barullo.
Totá, después supe que la barca no apareció jamá, el otro se hundió con la carga y lo encontraron dos día despué to podrio en la orilla portuguesa y el barquero tamién se ajogó, que llevaba cincuenta años en el rio y entoavía no había tenío tiempo de aprende a nadá.
Yo me ví sin carga, malflotando en el agua, no veía má allá de los deos de las manos y sin sabé que jacé.
¡De esta no salgo- pensé! Y en la oscuridá oí el reclamo de un pato azulón, imaginé que estaba descansando en los junco de la orilla y hacía allí nadé despacio, jaciéndome el muerto.

M´acuerdo que me meé, y pocas veces he sentío má alivio en mi vida, canta otra vé el azulón y yo p´alla, cuando lo medio vi, estaba de patas en el agua, no nadando y al llegá vi que levantaba el vuelo de un gran tronco flotante que me sirvió pa recuperá juerzas y me dejé llevá hasta que el tronco se paró en un recodo, que daba paso a un correntón del río.

Y, ¡No te lo vas a creé!, en la orilla, los rescoldo d´un fuego reciente, que avivé con ramas y me salvaron de morir congelao; mientras me calentaba, pensé que aquel fuego era, de una postura de acecho de los civiles en su ronda de noche.
¡Si no hubiera seguío la voz del pato agora no estaría contando esto!

¡Si habiérais pasao el jambre que nosotros pasamos, comprenderíais muchas cosas que contamos los viejo!

Esperabamos el Invierno, a que llegaran las grullas del norte y matar una eran má de dié kilos de carne fresca, carne mala, pero al buen jambre no hay pan duro y una güena caldereta de grulla, era como la de borrego sólo que má negra y má dura.
Nos jalábamos hasta las cigüeñas, que las respetábamos mucho por aquello de los niños.

Había en la jesas de Campanario una tierra de alcornoques y en algunos de ellos, junto a la vía del tren, estaban infestaos de nios.
Una mañana, ¡Que Dios me perdone!, estaba el verano mu avanzao y en una rama de un enorme alcornoque, se vian cuatro cigoños como cuatro soles y yo m´acordaba del dicho “ave que vuela a la cazuela” y me subí al árbol con mu malas intenciones. El nio estaba al final de la rama y era un gigante; me arrastré hasta llegá a los pollos que intentaban pícame y por el peso de las ramas acumuladas con los años, el nio, los cigoños y yo, al suelo desde unos 6 metros. Al caé sobre los cigoños, salve la vida al aplastarlos, aunque yo algo me llevé y no fueron los cuatro cigoños muertos, sino los dos brazos partios.
¡No ves como los tengo torcios por donde fueron las tronzauras!
¡Come tú pajarito si quieres, q´a mi me da cargo de concencia después de haberme salvao la vida varias veces!



Marcial-Jesús Hueros Iglesias
Pq. Americas 01092011

1 comentario:

  1. Lo acaba de leer Juan y le ha gustado un montón. Creo que la letra está demasiado grande, ¿quieres que la cambie? Besos

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