LOS
NOGALES
AZULES
(CUENTOS DE LOS MUCHACHOS DEL RINCÓN)
01112011
A
Sergio Román (Espina). 19042013
En el sudoeste de Portugal, la llanura alentejana, se hace monte para
ascendiendo formar la Serra da Ossa. Pequeños núcleos de casas blancas de zócalos
azules se alzan en la monotonía del verde obscuro de la serranía en un boscaje
de robles, encinas y alcornoques en algunos lugares tan densos de vegetación
prácticamente inexpugnable.
Todos conocían la “Quinta das Nogueiras”. En un cerro en medio de un
vallecillo se levanta una mansión con aires de palacio flanqueada por dos
riachuelos, uno a cada lado, que ya cerca de la llanura se hermanaban en río
para perderse rumbo al mar.
Esa fue la casa solariega de mi familia que algún antepasado mío levantó
después de “hacer las Américas” y donde habían nacido y morado varias
generaciones antes que la mía. Siempre me pareció, sobre todo de niño, una
fábrica monstruosa de grandes salones, eternos pasillos e interminables y altas
escaleras. Me hablaron de las suntuosas fiestas del pasado donde se reunía la
flor y nata del Reino, de grandes cacerías
a las que acudían las más nobles y mejores escopetas, con unos
resultados de caza espectaculares: osos, linces, jabalíes venados, toda la gama
de caza mayor de la región estaba allí representada y en gran abundancia con
copiosa comida y cobijo en aquellos parajes serranos. Las tierras de la
“heredade” eran de las más extensas del país.
Junto a la majestuosa construcción decenas de otras estancias destinadas
al almacenaje o al ganado y junto a ellos el poblado de los jornaleros. En
realidad era como un núcleo feudal: la casa del señor y alrededor un verdadero
pueblo y muchas construcciones desperdigadas por el bosque pero no muy lejos
unas de otras pues todas dependían de la “Casa grande”, y por tener tenía hasta
su iglesia algo alejada de la casa a la orilla de uno de los riachuelos. Los
domingos aquella orilla se llenaba de vida; cientos de aparceros y sirvientes de la gran casa se reunían a oír
la preceptiva celebración de la misa.
Delante de la entrada principal protegida por unos artísticos
soportales,. Un jardín exuberante con cientos de especies raras traídas de
allende los mares por algunos de mis antecesores; era un inmenso jardín bien
cuidado por un gran equipo de jardineros.
Junto a la fuente principal, destacaban dos inmensos nogales, uno a cada
lado, de porte casi gigantesco para árboles de su especie, que fueron traídos
de los alto de la sierra en un tiempo que nadie vivo recordaba y que eran
conocidos en toda la comarca como “los nogales azules”
La iglesia o ermita, me impresionó desde niño al tener cementerio propio
al que yo no me acercaba pero el vivir cerca de tantos muertos algunas noches
mis sueños me jugaban malas pasadas.
Quizás fuera una noche de invierno, cuando la sierra era azotada por un
vendaval de viento y aguanieve, cuando conocí la triste leyenda. Mientras fuera
parecía que se habían desatados todos los demonios. Solos, mi padre y yo
sentados frente a la chimenea del salón noble, tan grande que en sus buenos
tiempos se quemaba, troceado, el volumen
de un roble entero de buen porte.
Lo recuerdo con la mirada fija en el fuego y un vaso de licor en la mano
y yo oyendo la tormenta, agradeciendo el calor de la chimenea y con la edad
propia de magnificar cualquier historia.
Encendió su pipa con la parsimonia y el rito que le era tan
característico, tomó un trago y empezó a hablar fija la vista en la hoguera y
como si yo no existiera:
“Fue en los primeros años del siglo pasado, exactamente hacia 1909 o
1910 cuando un amanecer de la recién estrenada primavera, llegaron hasta el
palacete dos ricos carruajes desprovistos de ornato alguno. De uno de ellos se
apeo un personaje de noble ropaje que solicito con urgencia hablar con mi
abuelo. El personaje fue agasajado conforme a su rango y como se acostumbraba
en esta casa famosa por su hospitalidad; aquí quien llegase, sin mirar
condición, encontraba cobijo y alimento para descansar del andar por estos
caminos serranos siempre peligrosos por la presencia de algunos bandoleros que
hicieron de la sierra el escenario de sus fechorías y eso que sabían que la ley
de entonces era con ellos y al que capturaban moría irremediablemente en la
horca.
Nadie supo de aquella entrevista, que sucedió en este
mismo salón y, ya entrada la noche uno de los carruajes se dirigió hacia la
iglesia y a cada lado del altar depositaron dos ataúdes de tamaño menor a los
normales y confeccionados toscamente, como hechos con premura. Un alarife de la
casa, tapió en silencio los dos nichos, uno a cada lado del altar y allí
quedaron sepultados y olvidados sin la más mínima señal externa de su
existencia.
Pasados los años, tu abuelo, mi padre, hizo cavar dos
fosas profundas bajo cada uno de los nogales que no tenían el porte que tienen ahora
y una noche ayudado por dos peones de su confianza abrió los nichos de la
capilla y enterraron los restos que quedaban de los féretros uno en cada fosa.
El tiempo no había borrado las letras que toscamente a
fuego fueron grabadas en uno de los laterales y que mi abuelo no reparó en la
primera inhumación:
CONSTANTINO
1893-1909
AUGUSTO-LEOPOLDO 1892-1909
Murieron el mismo día dos hermanos de 16 y 17 años.”
Tras una chupada a su pipa, pareció reparar en mí, que escuchaba embobado y con un poco de miedo.
“Tu bisabuelo era uno de los hombres más ricos y
poderosos de Portugal y en sus tierras -
hoy muy mermadas- solían cazar los reyes con toda la corte y como habrás
supuesto ya, cada ataúd contenía los
restos de un príncipe, uno de ellos heredero al trono”
“Andaban los príncipes de caza por estos pagos armados
de arcos y flechas (la que más les gustaba, a la antigua) con su séquito, cuando en la mañana se levantó una espesa
niebla que aquí acontece hasta en pleno verano por las condiciones del valle,
se alejaron de los demás y se perdieron en la espesura del bosque buscando el
rastro de un colosal ciervo con una cornamenta digna de figurar en un lugar
preferente del pabellón de caza del palacio de Villa-viçosa y del que se venía
hablando hacia tiempo por su belleza y
altamente codiciado por los más expertos cazadores del reino, y así se adentraron en lo más intrincado del
bosque. Sintiendo el rastro cerca descabalgaron y ninguno se apercibió de que
escondido en la espesura de la floresta,
un enorme oso pardo los acechaba. Se irguió sobre sus patas traseras
hasta convertirse en un monstruo de más de dos metros de altura y enorme peso;
el pequeño de los hermanos sólo sintió una garra enorme acabada en uñas como
navajas que cayó sobre su cuello con una fuerza descomunal dejandole el lado
derecho de la cara y el hombro como un amasijo sanguinolento de carne y hueso;
los desgarros del cuello lo desangraron en un segundo y ni un quejido lo
acompañó y sin ver la forma en que le llegaba la muerte, ni un suspiro escapó
de sus labios.
Paço Ducal. VILAVIÇOSA. |
El hermano mayor oyó el “ramajeo” en la zona donde
presumía que se encontraba el benjamín y hacia allí corrió abriéndose paso en
la espesa vegetación y por un instante vio el cuerpo inmóvil de su hermano
antes que la zarpa gigantesca del animal
destrozara su cabeza rubia y junto a él cayó para no levantarse jamás”
Hubo un momento de silencio, sólo se escuchaba el crepitar de los leños
y la tormenta lejana mientras mi imaginación desbordada se recreaba en la
escabrosa y triste escena.
Paço Ducal. Vilaviçosa.
“El séquito, muy lejos, no se apercibió de nada, sólo
la llegada alocada de los caballos de los príncipes les alertó. Salieron todos
en busca de los muchachos y ya entrada la noche un lancero de la guardia real
encontró los cadáveres exangües y destrozados después de que el oso se ensañara
con ellos. Durante la noche en el campamento, se compusieron dos toscos ataúdes
y en la amanecida la partida de cazadores dio muerte al oso, le arrancaron las dos zarpas que llevaron junto a los príncipes e introdujeron
una en cada féretro”
“Ya sabes como llegaron a la iglesia y como tu abuelo
los enterró bajo los nogales para preservarlos de profanaciones, pues poco
tiempo después pasaron cosas que cambiaron la historia de este país.
Si algún día alguien
excava bajo los árboles
descubrirá los esqueletos (o lo que quede) y acompañándolos en cada
ataúd la zarpa enorme del oso que los mató.”
“A pesar de su porte gigantesco, los nogales dan poco
fruto y los lugareños dicen que en las rugosidades de las cáscaras alguna veces
aparece el perfil de uno de los príncipes.
Según testamento de tu abuelo las nueces jamás pueden
ser vendidas, sólo regaladas a personas humildes que hayan demostrado su
humanidad, pues cada una de ellas lleva un poco de la sangre de los reyes de
Portugal.”
Marcial-Jesús Hueros
Iglesias. Noviembre 2.011
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