miércoles, 2 de mayo de 2012

EL COJO-CAJAS.(CUENTOS DE LOS MUCHACHOS DEL RINCÓN.






EL
COJO
CAJAS
(CUENTOS DE LOS MUCHACHOS DEL RINCÓN)




RELATA REFERO.

CUENTO LO QUE ME HAN CONTADO.










Oscurecía. Se iba poco a poco el día y en la cantina, los colonos tomaban vasos de vino y pelaban altramuces -"chochos"- que siempre servían de aperitivo, después de un largo y fatigoso día de trabajo y antes de volver a casa para lavarse, cenar y descansar, preparándose para un nuevo día. Esa era la monótona vida de estos hombres, dedicados en cuerpo y alma a sacar a la tierra un fruto que muchas veces les negaba. Era la única hora en que la venta cobraba vida, el resto del día, todos en su labores, raramente se acercaban a tomar un "vaso". Era el momento del barullo, del hablar a voces, riendo ruidosamente las ocurrencias de los demás casi siempre de carácter obsceno. El trabajo y el sexo eran siempre los temas preferidos.
A la vez que la noche,  la lluvia comenzó a caer anunciando la pronta venida del otoño y el suelo de la taberna se tornó sucio y resbaladizo de las pisadas al entrar y salir.

-¿T´as fijao en ese que se pone toas las tardes ahí, junto a la ventana, siempre en la misma mesa, mirando la lluvia o lo que caiga? Toma notas en una libretina y escribe tomando continuamente cervezas.
-¿Y yo que sé, algún "rilao" de la ciudá.
-M´an dicho que escucha lo que decimos y lo apunta too pa despué escribí novelas.
-¡Bah, vete a sabé! yo le daba un pico y una pala pa que escribiera pero en la tierra. Estará loco o vete tú a sabé.

Se abrió la cortina de plástico de la entrada de la venta y apareció un individuo, cojitranco, curtido como todos, de una edad indefinida y en su mano derecha manejaba diestramente un cayado en el que se apoyaba para sobrellevar su defecto. Directo se encaminó a la barra y su punto de apoyo descansó sobre un "plati", un tapón metálico de un botellín de cerveza y con el suelo mojado, voló el bastón y detrás el individuo, cayendo con gran estruendo, derribando varias sillas que alertó a la parroquia que acudió de inmediato a socorrerlo.
-¡Hay que joese, la mala puta pata que tengo hoy! Todos se echaron a reír con el alborozo de un coro de niños grandes ante la torpeza de un compañero.
-Tú ties mala pata desde que te tiraste del autobús.
-¿Quiés algo cojo-cajas?- atendió el ventero.
-Echa un vino y unos "chochos" como toos los días. ¿y el de la mesa de la ventana, quien coño es que no se ha reío.
-Viene por aquí algunas tardes y se pone a escribí.
-¡No me jodas! yo nunca lo fuera visto. !Amos, lo que nos faltaba en el Rincón! un poeta. ¡Qué cachondeo!
-¡Qué no coño! el apunta cosas de como hablamos y después hace cosas de esas de los libros.
-!Coño! pos hablamos como toos, menos finos, pero nos entendemos que es de lo que se trata ¡O no!!Acabáramos!

Arrastrando la pierna, se acercó a la mesa de la ventana-tenía fama de atrevido y desvergonzado- donde escribía el extraño visitante.
-¡A la buena de Dio!, que digo yo que preguntá no es molestá, usté escribe historias de por aquí.
-¿?
-Me presento con toos mi respeto hacia usté. Yo soy el Cojo-cajas y si me convida, le cuento una buena historia: la mía. Tabernero pon aquí una jarra, que paga el amigo.



"Lo de cojo es de cajón-se echo a reír de su propia ocurrencia, pues paece que me se nota y lo de "cajas” no es porque las cargase sino porque la cajas, tuvieron la culpa de esta chunga pierna mía, pero no crea usté que cajas normales, sino cajas de muertos, de difuntos, de fiambres.

Yo vivía en una choza a la orilla del río y un día me dijo mi padre:

-Prepárate p´al sábado que mú de mañana ties que llevale la burra al tío André; cruzas el río por el vao de entreaguas, ya casi en Portugá y sigues río abajo hasta el chozo del tío. Unas cuatro leguas más o menos y despué vaite p´al pueblo (Despué de deja la burra, se entiende) y te vas pa Olivenza que hay otra legua o más y allí coges el autobús pa casa.
Te has enterao Jose Manué-asín me llamaba yo antes de sé el Cojo-cajas-que te de madre algo pál camino de lo que haiga y agua tiés toa la que aguantes, en el río.

Hombre, que quie usté que yo le diga, tenía quince años y na m´asustaba, así que pasé cuatro leguas encima la burra entretenío con los pájaros y las cosas del camino. Llegué an ca el tió André, dejé la burra, abracé a mis tíos y primos y me preparé pa la mañana siguientes jacé el camino de güelta. La tía me dió un chorizo yn trozo morcón de la matanza, algo de queso y pan duro que me sabieron a gloria bendita.
Asín, que en la guapa mañana, emprendí el camino viendo como levantaba la niebla el día. Vaya el griterío de los pájaros, que a mí me gustaban mucho sus cantares, pero más con arró. !Y es que era asina!"

Algunos parroquianos se habían acercado para escuchar la historia que habían oído cien veces pero que apreciaban por el gracejo que tenía el "Cojo-cajas" al contarla.

"La burra era mú tranquila y con pacencia llegamos a la choza del tío André, saludé a los primos y a la mañana siguiente m´alargue p´al pueblo sin prisas, pensando llegá a casa antes del almuerzo.
-¡T´as repetío!
-¿Y, qué? si no te interesa, te vas, que esto es gratis.
Entretuve la caminata, jaciendo puntería con los cabezones de los cardos secos. La mañana se había ío y el leda también (LEDA=Lineas extremeñas de autobuses) asín que tendría que esperá al autobús de la tarde.
Me senté, a la entrada del pueblo, en una fuente que la llaman de los cuatro caños y que era también abrevadero de ganao y me zampé el cacho chorizo y el cacho queso montao en el pan duro como jacemos por estos andurriales. ¡No sabía yo bien lo que m´esperaba!. Me entretuve viendo a los niños salí de la escuela y a carterazos se iba ca uno pa su casa y, de pronto me se ocurrió:

Con el otoño presente, los calores habían bajao y daba gusto andá, asín que salí caminando del pueblo y ya me cogería"el Leda"  por donde andase y seguro que me cobrarían menos. Incluso pensé que jaciendo to el camino a pata, m´ ajorraría seis pesetas del autobús. Andaba yo animoso, pensando en el lujo de tené más de un duro pa mí solo.

S´estaba nublando deprisa y empezó a jace frío. Pa mí que se barruntaba una buena tormenta. El frío ya se iría andando más depriesa. Miré p´atrás y ya no se veía el pueblo y tampoco casas por los alredeores"

-¡Amos a echá otro vino, que estoy seco de tanto hablá!

"Todo empezó con gruesos goterones que puso de lunares negros la carretera reseca y de pronto, empezó a llové como si no lo hubiera hecho nunca; relámpagos y truenos se mezclaban hasta asustáme y en cinco minutos estaba empapao de la cabeza a los pie, corrí a unos árboles aislaos y m´arrimé al tronco. Me se vino al magín lo que decía mi padre, que en las tormentas, si estás debajo de un árbol y cae un rayo t´achicharra y además recordaba un dicho también de mi padre, "quién se guarda bajo hoja, doble se moja" y era verdá: la que cae del cielo y la que cae del árbol.
Cuenta me di que a unos doscientos metros de ande yo estaba se veía el hueco de un arroyo seco y por tanto tenía que habé un puente pa la carretera. Corrí totalmente empapao y allí estaba el puente que no tenía más de unos ocho metros de largo por unos tre de ancho. Me chorreaban las perneras de los pantalones; m´acurruqué en seco pero el aire que entraba como un cañón me tenía helao.
En el otro extremo a que yo m´encontraba había cantidá de ramas secas arrastrás en otro tiempo por las riás. Me preparé una fogata grandiosa, la leña seca ardía al instante. ¡Yo y toos los del campo, llevamos siempre un mechero de yesca, como m´enseñó mi padre; tanta era la fogata que temí que me visitase el demonio vivo; ardían sin humo de lo seca que estaban, resguardás en el puente durante años. Pronto el caló me espabiló y me sentía alegre; las ropas despedían varaás de vapó de lo empapas q´estaban y a la fuerza de la fogata, me despeloté, colgué cerca del fuego, la camisa, los calzones, las botas, los calzoncillos y los calcetines pa que se secaran y me quedé dormido a lo calentito, despué del día ajetreao y el madrugón de la mañana.
¡No sé que me despertó! Yo creo que la tormenta qu´amainaba.
Cuando levanté la cabeza, soñoliento, miré el techo sin sabé donde m´encontrraba y al bajá la cabeza, como estaba boca pa´arriba me ví la…….virilidad erecta (ÉL EMPLEÓ OTRAS PALABRAS) hasta el doló y ya regresando del sueño, en el hueco iluminao del tuné, una sucia zamarra que contenía a un viejo pastó de barba encanecía y dientes negros del tabaco.

¡Cooooño! Pos si q´estás bien apañao pa lo pequeño q´eres.

Rojo de vergüenza, corrido, me acurruqué pa ocultá mis …. Enhiestos genitales (EL COJO-CAJAS USO OTRAS PALABRAS). Avergonzao no sabía que decí y eso que no soy yo de los que no tien desparpajo.
-¿Cúantos años tienes?
-¡Quince pa servirle- contesté sin miralo y en voz baja.
-Hijo, con un cacharro asín no tendrás poblemas, te vas a la capitá y con toas las ricas viciosas que hay te jaces d´oro y no t´avergüences d´empepinarte, q´eso nos pasa a toos, que nos empepinamos cuando nos dormimos.

Sacó del viejo zurrón un trozo de pestilente queso y un cantero de pan y al amor de la lumbre, compartimos la comía.  Aproveché que salió un momento a careá las ovejas, pa vestime con las ropas secas y calentitas”.

-¡Otro vino “Patillas”, que el señó está generoso y me se seca la boca de tanto hablá! Se echó al coleto un generoso trago y continuó:

“-¿Aonde estábamos? ¡Ah!, había dejao de llové. Agradecí al pastó la merendilla y se despidió como con un poco de desgana, ¡Pa mí que era un poco bujarrón!
-¡Ah! Y cuídate mucho…eso (ASÍ NO HABLAN LOS PASTORES). Seguí la carretera adelante, riéndome de la forma en que m´había encontrao el viejo (El susto que se llevaría el hombre, ya jubilao de los placeres de la carne, al ve allí a un muchacho con toa la p….varonía extendia (ASÍ NO LO DIJO EL COJO-CAJAS).

Caía la tarde y sol había salío otra vé y calculé que pronto pasaría el autobús; y así fue: No podía pensá en jace tol camino a pata pos mis padres se preocuparían y en esto vi vení a lo lejos las luces del cacharro, le jice una seña y al pronto paró.
-¿Dónde vas?
-A la ciudá.
-¡Pues vamos llenos! Me dijo el conductor, no hay sitio, pero si quieres puedes ir en la baca.
-¿Y, a qué hora pasa la vaca?
-¡Encima cachondeo! Vamos arriba con los paquetes, que no te voy a cobrar nada- seis pesetas pa mí, pensé-¡Vamos que nos vamos!

Lo primero que vi al asomarme al techo del autobús por la pequeña escalera de hierro y ¡casi me caigo de culo!, tres ataúdes mu toscos que me causaron canguelo, tres cajas de muertos, de difuntos, de fiambres.

Arrancó el aparato y me tranquilicé poco a poco, rezando a toos los santos que me se venían a las mientes; ¿Estaría gafao?. Pensé en si algún ataú llevaría mi nombre. Son tantas las historias que se cuentan en las noches de hoguera en los chozos, puesto que pa mí, esos no tenían dueño. Estaba anocheciendo y de nuevo parecía que quería llové. Acurrucado y frío por la velocidá del aire, me adormecí y me desperté sintiendo un movimiento al otro lao de la baca del autobús y vi con horror, como dos de las tapas de los ataúdes se levantaban y a la voz de ¡Ya pasó!, quedé mudo por el pánico al ve salí dos muertos y ponerse en pie. Mi única reacción, ¿Usté me comprende? fue saltá del autobús como alma que sigue el diablo y mientras caía oí…el muchacho….el muchacho.

Imagínese la leche que pegué, too lleno de sangre, una pata tronzá. Se había hecho la noche y sentí el bús regresá y entre unos pocos me tendieron en el suelo y por fin perdí las entendederas. Así fue como me convertí en el “Cojo-cajas” y no de frutas como puede usté ve.

-¡”Patillas”, otro vaso que m´alargo. ¿Q´había pasao?
Cuando empezó el aguacero ya había dos clientes en el techo del autobús que precisamente venían de un velatorio en el pueblo de Alconchel y paece que no habían quedao saciaos de muerto. No se les ocurrió otra cosa, que pa no morí de pulmonía, no dudaron en guardarse de la lluvia dentro de las caja-muertos; toa la noche sin dormí y la música de la lluvia en la madera, se quedaron dormíos. Cuando uno se despertó, sacó la mano y al ver que la orilla había cambiao, salieron de las cajas sin pensá en un tercer pasajero.

Tres mese colgao en una cama del hospital de los pobre, de la bieneficencia esa, con curas diarias, pue las jerías no iban por sus atenores. Cuando los practicantes me descubrían pa cambiá las vendas, las monjitas se volvían de espalda. Y el afán de mi compañeros de sala era de verme aquello de lo que tanto hablaban en too el hospital.

¡Sospecho que siempre había mucha gente en la sala a la hora de las curas!

-¡Qué bien apañao estás, hijo!
-¡Joe! con el niño y además es guapo y está bien hecho y mejó rematao. Una ficha pa una ricacha guarra.
- Con una buena polla bien que se folla.
Las hermanitas se hacían las escandalizadas- ellas que habían visto y escuchao de to- y miraban a los otros pacientes con mala cara.
-¡Brutos!, más que brutos!, ¿No veis que no es más que un niño?
El resto de los pacientes no se cortaban y sin respeto alguno seguían:
-¡Si, si, pero con una ver…!
-¡Silencio! ¡coño!- cortó el practicante y todos callaron ante su autoridad. Yo me moría de vergüenza, hoy no.

-“Patillas”, echamé vino q´esta noche estoy embalao.
-¡No te joe, como que paga otro!
-¡Tú te callas maricón!- de no mediar el “Patillas” hubiera habido jaleo.

De aquellos malos días de doló y sufrimiento, saqué dos cosas:
Uno: que debía acostumbrarme a sé un tullío que no podría realizá los trabajos y labores que los demá hombres, porque la pata tronzá me quedó más corta que la otra y como con menos vida (Me se fue secando).
Dos: Que Dios m´había dado algo mejó que a los otros-pa compensá-en una parte del cuerpo (Se llevaba la mano a la entrepierna y reía).



Cuando llegó el verano, cumplía los dieciseís y ya totalmente recuperao y como jacía demasiao caló, bajábamos toos los días al rio a bañarnos, yo con mi muleta y mi zapato de suela gordísima. No tenía vergüenza de despelotarme a pesá de mi pierna manca que estaba como muerta.
-¿Qué pasa, nos empelotaís?- yo me reía pa mis adentros. ¿Os avergonzaís de vuestros pitos escuchumizaos, pos yo no m´avergüenzo de mi pata coja.
Me compensaba la pata mala aquella espléndida ver…cosa (NO FUE LA PALABRA QUE UTILIZÓ)
-¿Vos da vergüenza?
-¡Venga Cojo-cajas, que tiés una pierna más corta que otra!
-¡So gilipollas, pa compensá también tengo una más larga que otra!- y se palpaba la pierna sana- y ademá, aquí quien tien algo corto sois vosotros. Al final todos acababan chapoteando en pelotas, en el río con esa libertad que sólo disfrutan los muchachos del campo.

-¿Puedo echá otro vaso, maestro?- se dirigía al desconocido.
-
-Tabernero otra jarra pa este hombre.
-¿No te paece que t´estás pasando?
-¡Tú sirve, coño!

Ese verano, también fue el de nuestra iniciación en la vida sexual (TAMPOCO ERAN SUS PALABRAS). Nos reunimos unos cuantos con el dinero juntao de mucho tiempo (seis duros) nos arriscamos y alargamos pa la ciudá, justo a la calle Encarnación que toos la conocían como calle “el burro” y nadie sabe porqué. Allí vivían toas las furcias y la más barata y la más guarra era “La mua” que se preciaba de habé dervirgao a varias generaciones de chavales y haberle pegao “la purgaciones” a otras tantas y no jizo pasá a un cuarto con una cama de matrimonio, con un enorme crucifijo en la cabecera la cama y en una silla, una jofaina con agua pa lavase.

-Chocho lavao, chocho estrenao.

Era vieja y desdentada y nos hizo depositá los seis duros de cada uno en la mesilla y los guardó en una lata qu´en otros tiempo fue de mortadela. Sabía por vieja que alguno mirando, no resistiría y se vaciaría antes de tócala. ¡Sabia la pécora!
-¡Hum!!hum!- indicaba pa que pasase el primero- los demás aguardábamos en las penumbras con los ojos como platos ante la escena y más calientes q´el rabo un cazo. El “Tonino” aguantó poco, un culeo y al carajo. Y como predijo la vieja y sabia puta. Dos de los cinco no aguantaron y le regaron las macetas.

Yo, pobre de mí, era el ultimo y pensando en flores, me mantuve.

La “mua” me hizo una indicación pa que m´acercase a la cama y cuando salí de la penumbra, armao como si estuviera de guardia, con el cacharro en posición de revista, me miró y entonces se produjo el milagro del que se habló mucho tiempo por los contornos.
-¡Hijo mío!, eso que tienes, lo envuelves y se lo regalas a tú mamá.

¡La “mua” había hablao!
Y como pude, me tuve que aliviá yo solito tambien en la maceta que parecía nevá, pero fue la frase más larga que la “mua” pronunció en su vida.

-¿Qué más quié que le cuente? No pude jacé lo que los demás hombres por culpa de la pata, pero ayudaba en to lo que podía y ¡escuche! nunca faltó de ná en casa, escaso, pero siempre había.
Encontré una buena hembra que me dio diez hijos, cinco varones y cinco hembras, los más bonitos que s´han visto en esta vía y es que lo que me digo que “con buenos mimbres se hacen buenos cestos” y que no lo digo yo, que lo icen toos, aunque los varones, ninguno ha salío a su padre en los bajos…”

Los parroquianos,  a pesar de haber oído la historia mil veces, se reían a carcajadas.

-¡Yo puse los mimbres y mi mujé los tejío con pacencia y asín han salió los muchachos.
A la mesa de la ventana se acercó un colono.

-Usté, que escribe cosas nuestras, pues escriba usté-mirando al Cojo-cajas- q´aquí tenemos al cojo más raro del mundo.
Tié tres patas, ¡una mala y dos güenas!
Renqueando, el “Cojo-cajas” se fue hasta la barra,ç
-Y ahora, voy a echá un vaso a su salú.
Y, se despidió de
        El autor.




Marcial-Jesús Hueros Iglesias.
06062002







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