viernes, 4 de mayo de 2012

JOAO SANDRO "EL PORTU" (CUENTOS DE LOS MUCHACHOS DEL RINCÓN.





JOAO
SANDRO
"EL PORTU"
(Lluvia de Churros...)

SIT TIBI TERRA LEVIS. (STTL)
Marcial.
QUE LA TIERRA TE SEA LEVE.






Sonaba extraña la campana de la iglesia del Rincón tocando "a muerto"
El "Güevo", el chico que hacía de monaguillo y uno de los personajes curiosos del lugar, intentaba imitar el toque que un día escuchó repicar al sacristán de su pueblo, el "changao" que tenía un defecto corporal que le llevaba a tocar las campanas sin esfuerzo; se agarraba a la cuerda del badajo y sus tics automáticos las hacían sonar al ritmo de una canción de la época, muy apropiada, "Campanera"

Como todos, el “ Güevo”, estaba muy triste aquel  extraño día.
Raro era que la campana tocase "a difuntos" en aquél asentamiento de gente muy joven, pero además, es que lo hacían por un muchacho muy querido que había fallecido a la temprana edad de dieciséis años.
Un mes transcurrido desde el hecho luctuoso y los vecinos se reunían en honor del chico.

Tres años atrás, con "trece pa catorce"- como ellos cifraban su edad- ninguno tenía trece, catorce o quince, todos eran "de trece pa" "de quince pa"; era su forma de hablar y nunca se sustraían ante un hecho tan evidente, llegó al Rincón a vivir con sus tíos, desde un pueblo de Portugal, para ayudarlos en las tareas agrícolas y ser una carga menos en la pobre casa de sus padres.
Hasta su muerte, fue conocido por el "Portu" pues aunque hablaba perfectamente el español nunca perdió el acento de su tierra.

Una punta "jerrumbrosa" de una tabla desprendida en el establo de la vaca, se le hundió profundamente en la planta del pie, en el talón.
Se sintió enfermo y después de varios días de fiebres, dolores y fuertes contracciones de sus músculos, murió como riéndose. Muchas horas después de muerto seguía ardiendo su cuerpo por "el tétanos"

Hubo dos amigos, que lo acompañaron hasta el final, sintiendo en sus cuerpos los terribles dolores y sufrimientos de su amado amigo portugués. Eran Nicomedes, el "Nico" y Prudencio el "desinflao" por su evidente delgadez.
Estaban sentados en los poyetes de la entrada de la iglesia, después que todos se habían ido al finalizar la ceremonia.

-¡Qué triste final para un chico de tanta vitalidad y alegría- "Nico lo recordaba como el día que lo conoció. ¿T´acuerdas? cuando nos contó lo que le pasó siendo chico en su tierra. Su madre era tan astuta como pobre:

"Siendo yo chico un día, muy temprano, salí de casa a andar por el pueblo y ¡lo que me encontré!
-¡Madre mira! -y le mostró una hermosa billetera, repleta de papel moneda de colores, documentos y atada por una fuerte goma-¡ me la he encontrado!
-¡No digas nada a nadie, ¿me oyes? a nadie? Por los documentos, no es del pueblo y por las fotos se ve que tiene mucho dinero, así que si nos quedamos con los billetes, no le perjudicará mucho. Parece ser  de un tratante de ganados, pero deja la cartera donde la encontraste por los papeles!
-¡Dame veinte escudos!
-¿Para qué?
-¡Haz lo que te digo y confía en mí!

Así que llegué al sitio donde la encontré y la dejé en elsuelo y al volver a casa compré unas “farturas”(churros), cosa que nosotros no podíamos permitirnos. Cuando llegué a casa me subí a la azotea y grité el nombre de mis cinco hermanos chicos y cuando salieron, tiré los churros donde estaban los pequeños, que con regocijo los recogieron y se hartaron. Mi madre me miraba sin aprobar mi conducta pero como siempre me dejaba hacer.
Alguien debió verme cuando dejé la cartera y al día siguiente se presentaron en casa dos guardias.
-¡Nos han dicho que los niños encontraron una cartera ayer...
-!Ayer cuando cayeron del cielo los churros- recordó el pequeño Paolo- si caían del cielo como si lloviera!
Y entre unos y otros , los niños alborozándose, riéndose y diciendo tonterías llevaron a los guardias a la conclusión de que en aquella casa no había una cabeza sana.
´-!Istán tudos malucos!(locos) y se fueron.
-¡Y ahora, vamos a comprar un jamón de los buenos- dijo mi padre-de los que comen los señores.
-¡Pero los niños irán diciendo que han comido jamón!
-¡No te preocupes papá, les parecerá tan increíble como lo de los churros!!Desde hoy en esta familia, todos estamos “ malucos”.


Yo, el día que más me reí con Joao fue el día que nos contó lo de los garbanzos.

Cuando llegaba la Semana Santa, pasábamos unos días con mi abuela que vivía en un pueblo llamado “Degolados” (Decapitados), ¡vaya nombrecito! Mas por hacerle compañía, pues por esas fecha se cumplía el aniversario de la muerte de mi abuelo.
Montamos todos en el carro y partimos en alegre romería. Eran días de aburrimiento por el tiempo, siempre lloviendo y porque allí se lo tomaban muy en serio, no se podía poner música que no fuera clásica, la gente casi no hablaba y había quien ponía los cuadros al revés, cara a la pared. ¿Qué hacía yo allí con catorce años recién cumplidos y sin conocer a nadie.”

“Mi madre y mi abuela eran de las más piadosas, mejor, casi beatas y asistimos a todos los oficios de Pascua ¡con el frío que hacía! Yo acababa de “latines” hasta el cuello. Íbamos con las ropas muy viejas pero muy limpias, pues mi madre todo lo que tenía de piadosa también lo tenía de hacendosa.
Y, aquel año tuvo su mejor ocurrencia; no sé donde había oído que los Santos para mortificarse hacían sacrificios para aspirar a la Gloria y así, se acostaban en el suelo, se azotaban y se hacían daño de muchas maneras. Mi madre inventó la versión casera de tales prácticas. Este año-nos comunicó muy seria- que cuando fuéramos a la procesión del Cristo nos meteríamos en los zapatos dos o tres garbanzos y ese pequeño sacrificio lo ofreceríamos por las almas del purgatorio y por los niños pobres, o sea nosotros- pensé para mí- y como mis hermanos eran muy pequeños, quedaron excluidos pero yo si entraba en el lote de la ocurrencia de mi madre”
La procesión del Cristo crucificado consistía en sacarlo de la vieja iglesia y pasearlo hasta el final del pueblo (doscientos metros) y vuelta a la capilla. De noche, en total silencio, con las velas encendidas y sólo el sonido lúgubre de un tambor a la cabeza de los parroquianos ¡pom! Al que seguido contestaba otro al final de la procesión ¡pom! y ello junto con el graznido de los grajos de la iglesias que se despertaban daba un canguelo de…cagarse”
“Cuando acabó la tenebrosa procesión y volvimos a casa muy despacio, la abuela, mi padre y mi madre andando como borrachos, como si pisaran tizones. Al cruzar el umbral se tiraron sobre la sillas y se quitaron los zapatos para aliviar sus sufrimientos; los pies sudados tenían moratones y puntos sanguinolentos.
-¡Que aguante tienes Sandro, tú tan campante!¿Tu te has puesto los garbanzos en los zapatos?
-¡Pues claro, como todos!. Me puse diez en cada calcetín.
-¡Quiero verlo! Y cuando me quité los calcetines varias manchas amarillas y restos sólidos del mismo color.
-¡Diez, me puse diez!, se habrán derretido por el calor y el sudor.
-¡Imposible, mentiroso! ¿Cuál es el truco?
-¡No hay truco madre!, los garbanzos estaban ahí, tú no nos dijiste que de cuáles y yo cogí los primeros que vi, los que habían sobrado de la comida de mediodía…¿Eran garbanzos o no eran garbanzos? Y me fui a la cama ¡Calentito!”

-¡Que listo era el putas- el “desinflao” sonreía dejando ver su eterna mella.                      -Por eso estás tan delgao, se te va la gordura por la mella y por otro sitio que no voy a dicí, bromeó “Nico” casi sin ganas.
-¿Y no t´acuerdas del de los melones?

“Estaba yo recién llegado de Portugal y no me entendía yo bien con el español todavía, y un día-¡yo creo que aún no os conocía!- llegó un hombre gordo y colorado, con una pinta bruto como después se vería.
-¡Melones a los ricos melones! Pregonaba ¡D´Almendralejo! De la tierra de los barros, la mejó pa endulzarlos, los melones más ricos de España, baratos los de “piel de sapo”
Las mujeres se acercaban y cargaban con los primeros melones de la temporada, unos para consumirlos en los próximos días y otros para colgarlos en una red de juncos del techo de la choza y duraban hasta la Navidad.
Al final de la jornada de venta, sólo le quedaban los más chicos en los serones de esparto y en ello decía que se le iban las ganancias.
-¡Pos no m´an dejao los chicos!, esto no me vuelve a pasá a mí.
Pasados unos meses, ya en el invierno, volvió el gordo, pero esta vez vendía botas de cuero y de goma para los días de lluvia. Me fui al puesto, no había nadie y sobre un “estalache” cubierto por una persiana vieja exponía una bota de cada modelo para probársela. Elegí unas botas de goma que me hacían falta, el gordo la guardó en su caja junto con su par y me las dio.
Cuando llegué a casa se las enseñe a mi tía.
-¡Hijo, Joao, te ha dado una bota del treinta y nueve y otra del treinta y cinco!
Salí corriendo y cuando llegué estaba junto al motocarro, recogiendo.
-¡Oiga, señor, que me ha dado usted una bota grande y otra chica!
-¡Amos, chavea, no te irás a pensá que me va a pasá como con los melones, que me dejasteis pa mí toos los chicos!
Sólo con la amenaza de quemarle el motocarro y la mercancía accedió a cambiármelas”.
-No te contó a ti nunca, el primé día que pasó en el Rincón cuando se vino de Portugá y lo que le pasó con sus primos.
-¡Ya no m´acuerdo!
“En la choza, bien grande dormíamos, los tíos, mis dos primos de edad parecida a la mía y el “agüelo”, yo se lo decía, pero en verdad era abuelo de mis primos, mío no.
-¡Pos me voy, y no me vereís más, desagradecíos y totá por una copinas de más!

Aparejaba el viejo el burro en la puerta de la choza, colocaba sin prisas las alforjas, siempre rezóngando, y mi tía sin inmutarse, atendía al puchero de los garbanzos y coles que hervía en el centro del chozo, colgado de las llares y mis primos seguían a lo suyo, como si nada pasara, como si estuvieran acostumbrados.
A mí se me arrugaba el corazón al ver a aquel infeliz acarreando “archiperres” viejos al jamelgo: una sartén, una cuerdas, una camisa… y, me dolía la indiferencia de la familia ante el patético viejo y aunque nada mío era, me dolía ver a mis primos sentados en los posijos de corcho, enredando con las navajas y silbando.
-¡Desgraciaos!!Desagradecios!, con too lo que vos he dao y continuaba su cantinela de reproches señalando con el dedo ahora a la choza , ahora a cada uno de sus habitantes.
Conforme iba mejorando el olor de la pitanza, disminuían los improperios hasta que cesaron junto con los paseos al burro y en un momento estalló de nuevo pero con más fuerza. Lanzaba los puños al aire, chillaba, maldecía, con unas fuerzas impropias de su edad.
La comida ya estaba lista y dejaba un olor que daba hambre. Cuando del interior de la choza salio el mágico ¡A comé! Y a la sombra de los chopos en una tosca mesa con bancos los primos que se pusieron en movimiento, uno traía las cucharas, el otro el pan, el padre unas naranjas de postre y la madre con el caldero y las escudillas. Cuando empezaron a servirse se oyó de nuevo al vejete:
-¡Con que esas tenemos,eh! ¡Con que no m´asujetaís! Osease que lo que quereís es que m´ alarge y queá vosotros tranquilos. ¡Pos no!, pa joeros me queó y agarrando la escudilla que ya había sacado de las alforjas, se sentaba a la mesa a comer. Mi primo Barto me dio de ojo y enseguida lo comprendí:
-¡Tú no te preocupes, Portu, cuando se jarte de comé, descargará en un minuto el burro y esta noche o la próxima dirá que se alarga a tomá el fresco y lo que toma es la frasca de vino peleón en reunión de otros viejos jubilados como él y volverá con la medio tajá; la hija le reñirá y a la hora de la comida, cuando se levante, otra ve el mismo teatro con la misma función. Con el ejercicio de cargá y descargá el burro y el vino de la comida s´echará una buena siesta”.

-¿Y cuando costruimo la choza?. Joao se puso a trabajá con sus tíos n´el campo, pero al tiempo se jizo una choza con la ayuda de los primos, de nosotros y del agüelo, que con la burra iba a por los materiales al río. La levantamos en el tiempo que las faenas nos dejaban; era mú grande pa uno y la jicimos lejos de las de sus tíos pa que tuvieran intimidá y sólo acudía con ellos a comé cuando no lo jacía en el campo. Apañamos tres camas, pa llevase a sus primos y durante un tiempo allí nos juntábamos a bebé vino, jugá al chamelo o al tute y tené libertá pa hablá de lo que más nos gustaba, las chavalas.- recordó el “Nico”
-¿Y el lio que le pasó con los civiles? ¿Tuvo güevos?, yo creo que como era portugués no le podían jacé na-Tomó el relevo el “desinflao. Con el magín que tenía y la forma de contá las cosas, te tenías que reí con él.

“Me tenían manía los guardias civiles por ser portugués y sin comerlo ni beberlo, tuve dos o  tres riñas pequeñas con ellos, no aguantaba los abusos que estos cometían en aquellos años y sabeís de más que yo no me dejo pisar por nadie, ni me achanto ante nada y menos ante los guardias, españoles o portugueses.
Fue en el verano y hacía un calor de espanto y bajé a la ribera a darme un chapuzón.-
Me desnudé y me eché al agua en el charcón de los “chotacabras”; flotando tranquilo se desató la tormenta, bajo de repente la temperatura y a soplar fuerte el viento. Tanto es así, que me encontraba mejor dentro que fuera del agua. En diez minutos de granizo cayó lo que de agua en quince días de invierno. La ribera es la frontera natural con mi país y de pronto vi como la cruzaban un grupo numeroso de contrabandistas perseguidos por “guardiñas” portugueses. Al llegar a la orilla española soltaron las cargas de café para correr más deprisa pero los esperaban los civiles españoles y se armó la marimorena: La tormenta, los gritos de los hombres que corrían en todas las direcciones y los tiros de ambas orillas que estallaban a diestro y siniestro y yo temiendo que una bala perdida me hiriera, me acurruqué en una oquedad y a esperar protegido. Cuando la tarde ya iba cayendo dejaron de oírse disparos pero me llegaban voces de la zona donde habían arrojado las mochilas. Y no me atrevía a moverme.
-¡Amos, sal de ahí, so sinvergüenza o te hago un ojal.
Y, en disposición de ello estaban pues dos guardias me apuntaban con los fusiles amartillados.
-¡Quietos!- les dije. Yo no tengo nada que ver con este embrollo, me estaba bañando en la ribera cuando empezó el jaleo.
-¡Calla, asqueroso!, s´ estás lleno de barro y mierda de vaca de tol día acarreando la carga de café.
-Y ¿desde cúando van los contrabandistas desnudos a por café?. Me encontraba completamente desnudo, sucio de arrastrarme, de pie y con las manos tapándome los güevos.
-¡Coño, si está en cueros vivos! Y arriba las manos, a bailá sevillanas, no sabeís ya q´ hacé pa engañarnos; t´ has desnudao y a dismulá un baño pero a mí no me la pegas.! Sube esas manos o te pego un tiro!

Y como siempre, buscaban la forma de humillar al débil. Levanté las manos quedando con todo al aire.
-¿Habeís visto?, tié los güevos como los leones, pegaos al culo y esa mierda de picha que le cuelga, con esa mierda te quedarás de cura porque las que te la vean se van a morí de risa.

Humillado y con las mejillas ardientes, les hablé con humildad y a punto de echarme a llorar. Tenía miedo porque sabía que en cualquier momento me podían pegar un tiro y ¡Aquí no ha pasado nada!
-Les repito que no soy un contrabandista. ¿Qué cuadrilla cogería a un chaval con quince años?
-¡Pa cargá pue que no, que se te ve que las fuerzas las tiés como el pijo, cortitas, pero pa dá el “queo” y avisá que el camino esta libre,si.
-¡Soy el sobrino del tío Bartolomé del Rincón!
-El sobrino es portugués y tú no por como hablas. Otra mentira. Mentiroso, churricorto, güevosleón. No tienes vergüenza.
-¡Si que la tengo, chillé- se me encendió la sangre y bajé los brazos que ya me dolían.
-¡Ah, sí! Y donde la tienes “portugués de mierda”
-¡En mi chozo!- grité más aún.
-¡Pues vamos a tú chozo a verla!
-¿Para qué?
-¿Cómo que pa qué? ¡Pa verla!
-¡NO MERECE LA PENA PORQUE NINGUNO DE USTEDES LA CONOCE Y RECONOCERLA NO SABRÍAN!
Si no llega en aquel momento un sargento, me hubieran dejado allí seco de cuatro tiros.
-¡Dejarlo en paz!, no tiene pinta de pertenecer a una partida. ¡Vístete chico y para casa!
-¡Gracias!
Me encaminé al río, dejando a los guardias recogiendo las mochilas con el café y me lavé, el barro, la mierda y … la sangre.

-¡Que güevos tenía el niño! ¿Verdá Nico?
-¡Vaya que sí!

Se estaba haciendo de noche y cada cual se encaminó a su casa con el peso en el alma de su amigo muerto. El Rincón estaba en silencio, algunas lechuzas siseaban desde lo alto de los chopos. El “Nico” iba en sus pensamientos y se reía al recordar una frase que Joao repetía mucho, “Hasta los diez años no me enteré que no me llamaba ESTA JA QUIETU-estate quieto- Miró a las estrellas y creyó que desde alguna de ellas su amigo el “Portu” le guiñaba pícaramente un ojo.


L a juventud pronto olvida y los muchachos volvieron a sus juegos, risas y travesuras adolescentes; sólo cuando se encontraban en situaciones parecidas a las vividas con el “Portu” se les nublaba un poco el semblante, algo pasajero. La vida en el Rincón seguía a pesar del amigo muerto





 Marcial´Jesús Hueros Iglesias. 26092003

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