lunes, 24 de diciembre de 2012



LA MUERTE DE UN PETIRROJO.

Marcial-Jesús Hueros Iglesias.



Creció en el hueco de un abedul, en un cálido nido, plumoso junto a dos hermanos, alimentados por su solícito padre de pecho anaranjado. Su madre, mientras, más abajo, en el bosquecillo de los alisos incubaba a sus hermanos de la siguiente nidada.
La primavera era fresca en Valsprint, diminuto vallecillo en la campiña inglesa.
...
La alegre juventud en el verano brumoso, vagando libre por los prados floridos, agradeciendo cantor los pocos rayos que el sol regalaba al solar de su nacencia. No conocería el amor hasta la próxima primavera cuando volviese de su largo periplo por las tierras del sur. Juventud alegre y desenfadada.

Una mañana, llegó inesperadamente para él, el invierno. Se tiñeron los cielos de gris, el frío se hizo intenso y los primeros copos de nieve le hicieron estremecer en su refugio de un álamo del parque de la ciudad.
¡Era la hora de la retirada!...la hora de buscar el sur-frío también, pero no extremo- y partió, volando todas las noches y descansando de día buscando alimento para reponer fuerzas.

Arribó al sur de Portugal. Estaba fatigado, exhausto del largo viaje, hambriento y la mañana nació con una densa niebla. Voló hacia una adelfa baja.
Sólo vio como dos grandes luces lo cercaron, dos enormes ojos luminosos... y sintió como un fuerte torbellino lo levantó, para al poco dejarlo caer muerto sobre el negro asfalto.

Pronto, las fúnebres urracas darían buena cuenta del frágil y valiente cuerpecillo.
¡La vida volvía a la vida!


Estremoz (Portugal) 20 Noviembre 2012




domingo, 23 de diciembre de 2012

El lince escritor: CUENTO DE NAVIDAD  2012.                        ...

El lince escritor: CUENTO DE NAVIDAD  2012.

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: CUENTO DE NAVIDAD  2012.                                                                   Marcial-Jesús HUEROS IGLESIAS .   Lle...




CUENTO DE NAVIDAD  2012.

                                                                  Marcial-Jesús HUEROS IGLESIAS.  




Llegó desde el Este, donde el Sol se levanta más temprano y los fríos son más violentos. De un hermoso país montañoso a orillas del Danubio, y que sus propios hombres lo hicieron inhabitable por la codicia y la mala sangre. Le habían hablado, que más al Oeste, había unas tierras donde bajaban ríos de leche y miel, donde en vez de hojas marchitas, caían de los cinamomos y las catalpas de los jardines públicos, monedas O billetes. Un soñado paraÍso para dejar atrás una infancia de sufrimiento y miseria.


Recién salido de un tétrico hospital, donde estuvo muriendo más de un año, al quemarse las dos piernas por la chiquillada de echar gasolina a un fuego donde iba a desayunarse un trozo de carne vieja. En aquellas salas atestadas de dolientes, con olor a desinfectante barato, con malencarado personal, rogaba cada noche a su Dios que le arrebatara  la vida antes del amanecer en que lo sometían a las curas, a los cambios de vendajes que le producían un dolor insufrible que sólo lo abandonaba cuando lo hacía su consciencia.


Lo vi allí, junto al semáforo-su amigo, su compañero- su cuerpo delgado y enjuto temblaba de frío y su figura se desdibujaba en la espesa niebla. Esperaba la parada de los coches y ofrecía con humildad sus preciadas mercancías: adornos navideños para colgar, tiras de olor en forma de arbolitos de Navidad o de hojas de marihuana para los más jóvenes.

Allí separado por un cristal empañado, él, la niebla y el frio, al otro lado, la pintada señora calentita lo miraba unas veces con indiferencia, otras con desprecio y un poco de asco.

¡Cómo afean los semáforos estos piojosos emigrantes! parecían decirle aquellas caras embadurnadas de potingues y pinturas.

Día día, hora a hora, con el gélido viento y la fría lluvia, la enjuta figura, sin un mal abrigo, apelaba a la caridad de los viajeros para con una pequeña ganancia, sacar algo con lo que alimentar al pequeño Kilim.


-Señor, mi hijo no tiene que comer. Y para sus adentros se preguntaba:
¿Porque no nos quiere nadie? ¿que hemos hecho?


Kilim, nació cuando el tenía catorce años, era su hijo y soñó que el nuevo país, con sus manos, ganaría para darle de comer y regalarle todo lo que él no había tenido.


Más pronto o más tarde la "pulisia" aparecía alertada por los solidarios conductores. No huía, no hacía nada malo, sólo ofrecía sin intimidación y con humildad las chucherías compradas con mucho esfuerzo y cuyas escasas ganancias alimentarían a su pequeño hijo. Le quitaban el escaso género, lo amenazaban, cuando no, lo montaban en el coche y lo llevaban a la comisaría (Como apreciaba pasar ese ratito calentito en el patrullero)

-¡Pero señor, mi hijo tiene que comer!- Los "pulisias" sólo pensaban en la cena navideña, en la bicicleta del niño y el coche de capota de la niña chica, en el hogar cálido y en los langostinos de plástico de la cena de Nochebuena; en la cara que pondría el cuñado, cuando le enseñase el coche nuevo.


-¡Anda vete y que no te vea más en el semáforo!


 A mediodía de nuevo en la calle, con la mente puesta en Kilim que ese día no comería bien.


Cuando llegaba la noche, se acostaba en la fría y húmeda yacija,  acurrucando al niño para darle su poco calor y bajo el techo de uralita, lloraba pensando:
-¿Pero, porque no nos quieren?¿Qué hemos hecho?

Sabía que con sólo nombrar su procedencia, se le cerrarían todas las puertas, por eso a su llegada, se bautizó como Raúl o Mario. Decir la etnia a la que pertenecía, lo condenaba de antemano.

Antes de ser el muchacho del semáforo, ejerció de "gorrilla" facilitando a los conductores, la búsqueda de un lugar donde estacionar en los atestados aparcamiento de los hospitales.

-¡Señor, aquí! y esperaba junto al coche, sonriente, esperando que el agraciado conductor se metiera la mano en el bolsillo y dejara en su palma algúnos céntimos.

El verano anterior, pegó cientos de panfletos en farolas y postes, ofreciendo todo por poco, dispuesto a trabajar hasta la extenuación. Nunca recibió una llamada aunque fuera para limpiar inodoros.

Así atendió a su hijo Kilim los dos primeros años, pero un día se dio cuenta que los ríos de leche y miel perdían poco a poco su caudal, la leche se agrió y la miel se aterronó. Dejaron de correr.

Otro tiempo, fruto de la desesperación, trató de vender su cuerpo como había visto hacer a la prostitutas en la cales de su ciudad. Era un joven agraciado, de raza gitana eslava y siempre encontraría algún depravado ávido de carne joven. Se exhibió en algunos lugares de mala reputación, pero la náusea y sobre todo su dignidad, le hicieron desistir de la idea y siguió vagando por las calles a la espera de un maná que no llegaba y de una suerte que siempre se le mostraba esquiva.
Muchas veces pensó en acabar con todo, sería una solución, pero la visión del rostro sonriente de Kilim, ajeno a las miserias, alejaba funestos pensamientos.

QUISO HACER "LAS ESPAÑAS"

Aquella noche, se asomaba a los ventanales iluminados; veía gente sonriente y largas mesas de ricas y caras viandas (La mayoría ni las conocía) y los oía cantar canciones sin sentido que hablaban de un niño pobre que nació en un establo  ¿Se referirían a Kilim?

Los dos debajo de la uralíta: salami, aceitunas y mortadela.

Debajo del árbol bellamente iluminado, atractivos paquetes de  regalos, grandes y coloridos, pero su mente no acertaba a imaginar los contenidos. No los miraba con envidia y no se rebelaba porque no estaba en su cultura; sólo se encogía de hombros y lloraba pensando en su pequeño que dormía ajeno bajo el techo inclemente de las uralítas.

Nació la mañana de Navidad con más frío y viento que los días anteriores, y allí estaba junto a su amigo, el semáforo. Si le di algo, no fue por caridad sino por justicia. Me acerqué a él y lo abracé, el me correspondió mecánicamente, sentí su frío y su delgado cuerpo se estremeció.

Me sorprendió oír mi voz que junto a su oído decía...¡YO SI TE QUIERO!



Diciembre 21-12-12. El día que el mundo iba a acabar.
Baiar (padre) y Kilim, existen.