viernes, 19 de junio de 2015

LA SIRENA DEL GUADIANA

LA SIRENA DEL GUADIANA




 
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     


   Gliptograma representativo de LA SIRENA DEL GUADIANA, ideograma extramuros en PUERTA de PALMAS.        









                                                                                                                                                                    Bajaba el río Guadiana crecido como todos los años que recordaba. El inclemente y caprichoso río como un niño travieso, al llegar el invierno se enfadaba y bajaba con furia por la ciudad, anegando los campos, destruyendo cosechas para desesperación de los campesinos que veían peligrar el sustento de sus hijos. Mediante estacas en los sembrados iban comprobando como el río se crecía y amenazaba incluso con alagar sus humildes cobijos y sólo en última instancia abandonaban la tierra que trabajaban con gran esfuerzo y sudores. Algunos años, más enfurecido, se crecía de improviso y no daba tiempo a alcanzar las nuevas orillas y los tejados eran el último refugio de los campesinos esperando que los barqueros, con gran riesgo para sus vidas, los vinieran a rescatar con la incertidumbre de si persistía en su furia, las dulces aguas los arrastrarían cauce abajo camino de Portugal.
Estas avenidas eran la comidilla fija de todos los inviernos  para los habitantes que vivían protegidos villa adentro de las viejas murallas a sabiendas que en algunas ocasiones, el río había vencido la protección pétrea de los baluartes y entrando por la Puerta de Palmas, había inundado sus calles más cercanas al cauce. Siempre quedaba la protección del alto del Cerro de la Muela, donde era impensable que se enseñoreara el caprichoso infante.

Todos recordaban como la fuerza de las aguas embravecidas finalizando el siglo XIX llegaron a destruir el viejo puente, arrumbándolo casi en su totalidad y partiendo la ciudad en dos, quedando ambas márgenes aisladas.
María vivía tranquila con sus padres, en una casa solariega de la plazuela de la Soledad y totalmente ajena a las comidillas en el mercado y tienduchos, que con su gorda y dicharachera aya, a veces visitaba para regocijo de los lugareños encandilados por la belleza de la muchacha.
Su padre, hombre rico de ascendencia noble y notoria fama en los contornos, había acrecentado su fortuna en tratos comerciales con el vecino país que algunos consideraban de dudosa legalidad, pero que nadie se atrevía a expresar en voz alta, temerosos del poder que le daban sus contactos institucionales. Hombre metódico cuya  pasión era su hija María y cuyo mayor placer era, después de atender sus negocios, hacer que le prepararan un vistoso carruaje y pasear con ella y su esposa, luciéndolas orgulloso por las principales calles de la ciudad, lleno de orgullo y cuyo paseo siempre acababa cruzando el puente hasta la estación de ferrocarril, contemplando la puesta de Sol que por la ciudad de Elvas en el horizonte portugués, se perdía.
Malhumorado se hallaba el hombre, por la inacción y cambio de rutina a la que le obligaba la crecida del río en aquel invierno, las tardes se sucedían tristes, lluviosas y añoraba los paseos con su familia, totalmente ajeno al sufrimiento de sus convecinos que paliaban como podían el desastre de las crecidas.

María escuchó desde su cuarto los movimientos en el patio y las voces del cochero y los mozos enganchando los caballos, lo que significaba que esa tarde habría paseo. El sol lució todo el día y aunque el frío no remitía, las aguas habían bajado un poco y le reconfortó pensar en el fin de aquellos días de obligado recogimiento y la vuelta a los ansiados paseos.
Pasearon por la ciudad luciendo sus mejores galas, sembrando la envidia entre sus conciudadanos que llevaban mal la ostentación de su opulencia, mientras ellos luchaban arduamente por subsistir y finalmente el cochero encaminó los caballos para cruzar el puente, desde el que se veían bajar las embarradas aguas, creando una superficie de bronce en toda la vega hasta Portugal.
Al regreso les esperaba la tragedia; quizás el tropiezo de algún caballo, el hundimiento de un lateral del paseo  que las aguas habían debilitado, el carruaje arrancando las barandillas del puente, se precipitó estrepitosamente al cauce turbulento ante el pánico de algunos viandantes que cruzaban el puente a pie en aquel día soleado, viendo como coche y caballos giraban perdiéndose aguas abajo en el crepúsculo.
Con la misma fuerza que llegó la riada, durante las primeras horas de la noche el nivel del río, descendió y ya por toda la ciudad corría la terrible noticia de la desaparición del gentil hombre y su familia, todos apenados por la pérdida de la bella María y su madre y no tanto por él, que nunca había dado muestras de simpatía por los problemas de sus vecinos. No tardaron mucho, al amanecer, en botar sus barcas los esforzados hombres de la ribera a instancias de las autoridades y aún a riesgo de sus vidas, en comenzar la búsqueda por las orillas primero y cauce adentro después, donde la fuerte corriente amenazaba con estrellar las frágiles embarcaciones contra las rocas que asomaban en medio del cauce. Sólo la pericia adquirida durante muchos años junto al río, y la fortaleza reconocida de un barquero que presumía y con razón, de ser el mejor de la ribera, le hizo adentrarse entre los afloramientos rocosos con innegable peligro de su integridad, para descubrir muy cerca de una de las pilastra, una sombra desacostumbrada en los entresijos que tantas veces había visto.
Caía la tarde, cuando el barquero la descubrió, desvanecida y medio desnuda, mostrando toda la belleza de su joven cuerpo. Los lugareños que se habían aprestado a contemplar las maniobras desde las barandillas del puente, sintieron al punto la novedad y ante los gestos del barquero, rompieron en una ovación y algunas lágrimas.

Meses después, cuando la corriente volvió a su cauce, en las orillas se podían encontrar restos del destrozado carruaje pero de los caballos y los padres de María no se volvió a saber nunca más ni que se tengan noticias de si aparecieron restos en las márgenes del río, que pocos kilómetros aguas abajo pasaba a ser internacional.

Jamás se repuso María de la pérdida de sus padres y por las noches la asediaban las pesadillas, soñando donde reposarían sus restos y con la pena de no haber podido darles cristiana sepultura, lo que la privaba de llevar flores a su tumba y prometió que nunca más se acercaría al río que se los había llevado. ¡Qué lejos estaba de saber que allí vagaría en su existencia postrera!
Aquella bella señorita, la más acaudalada de los contornos, al contrario que su padre, se dedicó en agradecimiento a su nueva existencia, a favorecer a los necesitados de la ciudad y nadie que acudiera a su casa en demanda de socorro salía de ella sin ser espléndidamente asistido. Desde su terraza, asomada, podía ver la sierpe de plata que muy cerca discurría y que tan sola y triste había dejado su existencia. Ello agudizaba su dolor, pero no podía evitar la fascinación que ejercían en ella la visión del puente fatídico y el río.
Tantas virtudes, su belleza, su bondad y sobre todo su altruismo con los menesterosos y desvalidos la hicieron en poco tiempo muy popular en la población donde todo el mundo la admiraba y sus mejores amigas consiguieron poco a poco que abandonase aquella vida monástica y mantuvo una moderada vida social, que culminaba en ocasionales bailes en el casino, donde lograba olvidar sus penas unos momentos aún a sabiendas que al volver a la casona, los recuerdos la martirizarían hasta la salida del sol.
 En uno de estos escasos esparcimientos conoció a Jaime, un apuesto y elegante joven que logró penetrar en su dolorido corazón y del que perdidamente se enamoró y que la colmaba de regalos y atenciones. Se les veían pasear por el paseo Anleo y el parque Castelar tomados de la mano y a todos admiraba la perfecta pareja que hacían en apostura y amor.
María, renacida, contemplaba la vida con optimismo y con la promesa de un próximo desposorio, se entregó a él sin reservas y la vieja casona fue el nido donde a escondidas culminaban su amor.
No faltaban los rumores, quizás fruto de la envidia, quizás de ese saber del pueblo, sobre las auténticas pretensiones del guapo mozo que veían en él un avispado buscador de fortunas  que había elegido bien la presa y con sus encantos personales había logrado anular la voluntad de tan frágil enamorada.
No hubo más paseos. Y, una tarde, conseguido su botín desapareció, llevándose no sólo parte de la fortuna de María sino también su honra. Por los corrillos de la ciudad, por los mercados, por las tabernas, se corría el rumor de que había sido vista consultando en secreto a la Veora de los alrededores y confirmando esta que María, se hallaba en estado de buena esperanza.
Sin honra y en boca de los maledicentes y crueles vecinos, que se  olvidaron de sus bondades y se alegraban de la desdicha de la “niña rica”, abandonada de los puritanos y fariseos de su alta clase, sin alguna mano amiga que le brindara consuelo, María se sumió en un estado de total desesperación y al límite ya de sus fuerzas, una noche de plenilunio, se encaminó al maldito río y tan sólo cubierta por una fina gasa que dejaba entrever su estado, se internó en las aguas turbias para no regresar más.
En la mañana, unos muchachos que buscaban ranas, encontraron unas ricas ropas en la orilla bien ordenadas, que alertaron a la ciudad de la tragedia allí sucedida. En el barro de la orilla, alguien dijo haber visto escrito la frase “VENGANZA JURO”
Esa noche de luna llena, la muerte se había enseñoreado de nuevo en el río y nació LA LEYENDA DE LA SIRENA DEL GUADIANA.


Las altas temperaturas del estío, hacían que la ciudad se volcase en las orillas de río Guadiana, en un intento de paliar el agobiante calor que sofocaba sus callejas. Bajo los escasos árboles de la ribera se sucedían los baños y los paseos en barca, huyendo del inclemente calor que asfixiaba la comarca y como todos los años, como una maldición de río, algunos jóvenes varones, desaparecían ahogados en los torbellinos de las pozas que los aspiraban y engullían hasta llevarlos al fondo y ahogarlos. Los cuerpos, si alguna vez aparecían aguas abajo, al decir popular, presentaban unas marcas rojas bien visibles en los tobillos, como arañazos, que algunos, atribuían a que los cuerpos se enganchaban en las ramas y malezas del fondo del cauce y perecían ahogados atrapados por los remolinos.
A la vez, crecía el rumor de que la culpable de las muertes, era la Sirena del Guadiana que los atenazaba por los pies y no los dejaba salir a flote ahogándolos. Abundó la leyenda alimentada por los barqueros, que en las noches de luna llena y al hacer algún servicio extraordinario, habían visto una mujer joven, desnuda, sólo cubierta por una sutil gasa y encinta, que emergía de las aguas en las inmediaciones de la roca de la pilastra donde apareció inconsciente la muchacha que perdió a sus padres en el invierno de la gran avenida. La frase escrita en el barro, y que todos los desaparecidos eran varones jóvenes y muchachos, era lo que colmaba ya el vaso de la imaginación popular.

En la tasca de los Tabares y en la del Nene, Los soldados procedentes de los numerosos cuarteles que existían en la ciudad, bebían en botellas con tapón de caña, un vino peleón embocado con azúcar y acompañando a unas bogas asadas y aliñadas, que hacían las delicias de la alborotadora concurrencia, acostumbradas al monótono y escaso “rancho” de los cuarteles. Allí se reunían en las pocas horas de asueto los militares, escapando de los duros deberes de la instrucción, después de dar interminables vueltas por el paseo de San Francisco o Castelar en busca del favor de las “marmotas”, criadas de las clases pudientes que sacaban a pasear a los endomingados y bullangueros infantes.
Aquella noche veraniega de luna llena, tres soldados, después de los consabidos paseos para importunar a las “chachas” e intentar conseguir sus favores, aburridos de su mala fortuna amorosa, se encaminaron a la tasca de Tabares en la calle de subida al Castillo y allí entre risas de chistes y chascarrillos subidos de tono, comieron peces y abusaron tanto del vino, que olvidaron sus deberes castrenses y ni oyeron los toques de retreta de los cuarteles más cercanos. A pesar de las advertencias del tabernero, su estado de embriaguez era tal, que se alejaron por la calle del Río abajo en dirección al embarcadero al grito de “vemos menos que los peces de Tabares”

Más por costumbre de sus pueblos que por otras razones, en el embarcadero, bajo los “pinos” encendieron una gran fogata y continuaron libando de las botellas que generosamente llevaban en los bolsillos de los trajes militares “ de granito”. El calor de la hoguera, la noche y el abundante vino dulzón hicieron el resto.
El más joven y atrevido de los “reclutas” decidió refrescarse, dejó sus ropas junto al fuego y desnudo se introdujo en el agua entre las mofas y risas de sus achispados compañeros y nadó, en la noche de luna llena, hasta unas rocas que divisó junto a una de las pilastras del Puente Viejo de los romanos donde exhausto de tumbó dejando que la luna bañase su cuerpo brillante de luz. Nada sabía de la vieja leyenda de la Sirena ni de que en aquella roca se encontró el cuerpo desvanecido de la muchacha que desapareció cuando el carruaje de sus padres cayó al río.

En la orilla y por encima de sus propias risas, los compañeros oyeron sus gritos desesperados y el ruido del agua por el braceo de pánico del muchacho, que a intervalos se sumergía para volver a emerger sin avanzar nada en su violento nadar. Se lanzaron al agua vestidos y trataron de nadar hacia las rocas cuando vieron como su compañero llegaba hasta ellos completamente aterrorizado y preso de un incontrolable temblor.
Algo recuperados junto al fuego, secaban sus ropas cuando balbuceante contó que una bellísima mujer joven y atractiva, sólo cubierta con un fino tul había aparecido frente a él emergiendo de las aguas y le hacía señas, invitándolo a acompañarla de nuevo al río. Asustado se lanzó de la roca tratando de ganar la orilla donde el fuego lucía y por más que braceaba, una extraña fuerza lo empujaba al fondo y a punto estuvo de ahogarlo hasta que la presencia cercana de sus amigos lo liberó y pudo llegar con ellos a la orilla.
Aún achispados a pesar del baño, no le creyeron y pensaron que todo era fruto del abuso del vino.  El temor se transformó en risas y chanzas hacia el visionario compañero, risas que duraron lo que tardaron en comprobar a la luz de la lumbre, las marcas de arañazos dejadas en los tobillos y pantorrillas por la vengativa Sirena del Guadiana.
Hasta su fin, los barcos de travesía entre las dos orillas y los pescadores de barca del río, eludieron pasar cerca de las rocas de la pilastra sobre todo cuando la Luna lucía llena.

©Marcial-Jesús Hueros Iglesias.
Junio 2015

(Tras las pertinentes revisiones, el autor certifica que no contiene herratas)



jueves, 4 de junio de 2015

CD MONASTERIO DE TENTUDÍA Víd

LOS MONJES CARTUJOS

LOS CARTUJOS






El comienzo de la historia de la Orden de los Cartujos, mitad leyenda, mitad realidad, acaece hacia 1084 cuando San Bruno y seis acólitos, se retiran a orar en la búsqueda de Dios en el desierto de Chartreuse, siendo consentidos por el obispo de Grenoble a construir un cenobio gracias al sueño que tuvo al visionar siete estrellas que bajaban a la tierra.
La Orden de los Cartujos, es a lo largo de casi diez siglos la que ha profesado en la práctica más austeridad de todas las órdenes de la Iglesia Católica.
Fundada por San Bruno en el siglo XI con el lema:  “STAT CRUX DUM VOLVITUR ORBIS” = “LA CRUZ INAMOVIBLE MIENTRAS EL MUNDO GIRA”, busca una vida de oración y contemplación y a través de los votos de obediencia, pobreza y castidad, unidas al total silencio, conducir a la unión espiritual con el Sumo Hacedor.




VIDA MONACAL
Organización:
Un padre Prior, es el responsable máximo, es el encargado de velar por el cumplimiento de las reglas y de asignar las tareas generales para el mantenimiento de la comunidad que realizan los monjes independientemente y que quedan reflejadas en una tábula (tabla) artística y artesanal, colocada en la recepción del Monasterio.
Un monje procurador, que atiende las necesidades materiales de los residentes: monjes y hermanos.
Viven en la Cartuja dos clases de religiosos, los CARTUJOS propiamente dichos que profesan y reciben la ordenación sacerdotal,  pero exentos de la dependencia de obispos y cardenales. Sólo obedecen a su propia jerarquía que emana de un consiliario en contacto directo con el Vaticano. La segunda clase son los HERMANOS, que atienden a las necesidades de los Monjes, divididos en Conversos (con votos) y los Donados sin ellos.


LA CARTUJA.

Generalmente de gran extensión por las curiosas características eremitas que practican, así, los lugares comunes como el Claustro, Sala capitular, Refectorio, Iglesia, Dependencias de servicios, etc. Y, las celdas de los monjes que poco tienen que ver con las ideas preconcebidas en otras órdenes.
Consta la "CELDA" de una primera sala con un reclinatorio y un altar a la Santísima Virgen, donde el monje reza cuando entra y sale de ella y otros momentos de recogimiento, que son muchos. Un salón espacioso con una fuente de calor y un escritorio para trabajar leyendo o escribiendo y otras funciones intelectuales. Una sala dormitorio para el descanso, Un taller para prácticas manuales donde según sus dotes practican la pintura, la encuadernación, la carpintería, etc., un servicio con sanitarios (La ducha es un viejo artilugio) y por fin, un huerto personal para el cultivo de verduras, hortalizas, frutales, flores...para contribuir al mantenimiento del convento y el excedente para obras sociales. Generalmente, puede haber un segundo piso que se utiliza como leñero.

LA COMIDA.
Por regla general es servida por los hermanos a los monjes en su propia celda pasándola mediante un ventanuco junto a la puerta a media mañana y por la tarde.
Pescados, legumbres, verduras y frutas componen su régimen donde la carne está completamente prohibida (Aún en caso de enfermedad) y los huevos, leche y sus derivados tampoco entran en su alimentación en épocas de Cuaresma y Adviento. En los meses de Septiembre a Diciembre, sólo hacen una comida a día reservando para la cena un pequeño panecillo o bollo. Una vez a la semana (Optativo el día) pero generalmente el lunes, sólo ingieren pan y agua.
Se reúnen para comer en el refectorio, los domingos y días de fiesta, sentándose aparte los hermanos y donde se leen pasajes bíblicos. El vino, de su propia cosecha, está permitido en pequeñas dosis.



EL SILENCIO.
Proverbial en el conocimiento general. Es el eje en el que se sustenta toda la vida monacal. Es fundamental para la oración y la contemplación y la palabra sólo se utiliza para el canto en los oficios.
Los domingos y fiestas, después de la comida común, hay un período de una hora (no es estricto) para hablar y cambiar impresiones generalmente sobre lecturas y donde el padre prior aprovecha para compartir noticias sobre los acontecimientos que acaecen fuera del monasterio ya que es el único con acceso a la prensa. Otros medios de comunicación, simplemente, NO EXISTEN.
Un día a la semana, los lunes, se hace un paseo de tres horas fuera del convento donde pueden explayarse con la palabra, paseando en las propias extensiones de la Cartuja o por otros lugares, incluso habitados, donde no pueden recibir nada de los lugareños ni hablar con ellos.
El GRAN PASEO, es un día entero fuera del Convento, con comida comunitaria en el campo y que se celebra una vez al año.
La regla de Silencio es tan estricta, que incluso no se emplea la palabra en los trabajos comunitarios (Excepto lo imprescindible para el buen desarrollo de la tarea). En el ir y venir por el claustro en los traslados (muchos) de sus celdas a la iglesia para los oficios: maitines, tercias, sextas, nonas, etc. también mantienen completo silencio.



VIDA ESPIRITUAL.
Hacen dos turnos de sueño. El primero desde las 8 de la tarde a las 11.30 de la noche, acuden la iglesias y se acuestan de nuevo a las 3 de la madrugada para levantarse a la 6 y media para comenzar las tareas del día.
Descontando las horas de sueño, los trabajos manuales, comidas, aseo, etc., el tiempo de oración y estudio es de 14 horas, repartidas mitad en la celda, mitad en la iglesia.
Los libros de coros guían el canto de los Cartujos con total ausencia de instrumentos. La Santa Misa, el rosario y otros oficios, aparte de los comunitarios, las realizan exclusivamente para ellos el altares (pequeñas capillas) en los claustros menores.


LA MUERTE





El cementerio Cartujo, participa de la sobriedad y la pobreza que impera en la Orden. El algún lugar del jardín del claustro, entre cipreses, unas simples cruces sin inscripciones ni marcas, indican la presencia del camposanto.
A su muerte, se cava una fosa en la tierra del patio y mientras se lava al monje, se le colocan el escapulario-cilicio, el hábito blanco y se cose la capucha; en una mortaja oscura y tosca se le envuelve y con unas angarillas por el claustro se le lleva a la tumba abierta, no sin antes haber velado el cuerpo con monjes pareados y un gran cirio a los pies. Tras los rezos se le deposita directamente en la tierra.



CHARTREUSE.
Conocido y de gran fama es el licor que ancestralmente se fabrican en las Cartujas.
El Chartreuse, de exquisito sabor y alta graduación alcohólica (40-58º), según las variedades verde, amarilla o blanca, está compuesto de alcohol puro de vino y de las esencias de más de 150 plantas (53 de ellas crecen en los Alpes) y cuya composición es un secreto tan bien guardado como el de cierta bebida espumosa conocida en todo el orbe.
Todos los beneficios obtenidos de su venta y distribución se destinan al mantenimiento de los Monasterios Cartujos y el resto a obras sociales.

©Marcial-Jesús Hueros Iglesias.
Mayo 2015



(El hautor, certifica, que después de sucesivas revisiones, este artículo no contiene ninguna errata)

jueves, 28 de mayo de 2015

CCCXCVIII PUENTE DE LA BOGAÑA

¡YERMOS CAMPOS DE LA ALBUERA!

CAMPOS DE LA ALBUERA










(A LA BATALLA DE LA ALBUERA)



¡yermos campos de la Albuera!
Tristes  campos de silencio,
Yacen rotos aquel mayo
¡Más de catorce mil sueños!


Roja y viva sangre joven
Mana muda, sin estruendos,
¡Cómo crece el chicapiernas!
Tiñéndose de rojo el lecho.


¿Pero dónde hay más tumulto?
¿En la tierra o en cielo?,
ciegos rayos que iluminan
a los soldados deshechos.






Roja y viva sangre joven,
Perdida sigue fluyendo
De los miembros mutilados
Que sólo aspiran a muertos.






Al relinchar de caballos
Y al entrechocar de petos
Muchos ramos de ilusiones,
Que van…tristes…sucumbiendo.







Y cuando se escapa el humo,
Acre, del arcabucero
Sobre los campos heridos
Entronizado, rie el fuego.






¿Cómo es tal la turbamulta?
Horror de la vida, infierno
Que van sembrando en la Albuera,
Los cuatro jinetes viejos.




¡Cómo la lluvia inclemente
golpea los escudos nuevos!
¡Cómo limpia las espadas
de la sangre de los cuerpos!




Trinos de los ruiseñores,
Que al cañón enmudecieron
Se fueron ciegos de pólvora
Y desde entonces no han vuelto.




Banderas flameando en lanzas,
De brillantes caballeros,
Serios que esperan llegue
Su turno de nuevos muertos.




¡Toda Europa en el “nogales”
todo el pueblo resistiendo
y la muerte que se goza
viendo ya “Capela” ardiendo.ç




Arriba en las “Baterias”,
Se va defendiendo el pueblo
Que impotente ve que vuela
“La casilla de Grajero”




Cañones en “las ventanas”
Escupiendo rabia y fuego
Donde se domina el campo
Que vivirá en el recuerdo.





En las mientes de los hombres
En las tierras de sus siervos
Para que nunca acaezcan,
Los avernos de aquel tiempo.

  




Sólo en unas cuantas horas
En aquel Mayo funesto,
Murieron…cayeron todos
¡Catorce mil bellos sueños!





Donde susurraba el trigo
¡Sólo ayes y lamentos!
Y sobre el futuro pan
Hombres moribundos…!Muertos!




Pronto ya concluye un lustro
Y alguien que vuelve al pueblo
Sembrando va la esperanza
En aquel futuro incierto.





Cuando caminante, un día
Cruces por el puente viejo,
Echa tu mirada al aire
Verás un mañana nuevo





Y, acuérdate de estos hombres,
Que en aquel Mayo sufrieron
Y reza porque no vuelvan
A vagar uniformados,
Tantos hombres…Tantos muertos.  






19 cuartetos libres, uno por cada superviviente del pueblo, 16 mujeres y un varón, uno por cada bando y el título por la casa que se libró del gabacho.

16 de Mayo de 2.001
©mjh.My.01

LAS ADELFAS EN LA BATALLA DE LA ALBUERA

LA BATALLA DE LA ALBUERA:                 LAS ADELFAS.

Allá en la encrucijada donde confluyen los caminos, que desde el Su peninsular se dirigen a Badajoz y Portugal, se ubica la pequeña población de La Albuera, con unas pocas casas asomadas al río Nogales, donde vivían una 250 almas que hasta aquel aciago día, dedicaban su existencia a labores agrícolas o ganaderas, con la única preocupación de la salud y el pan cotidiano de cada día.
Iglesia de La Albuera
Suaves lomas al Sur que riega el regatillo del Chicapiernas que se vierte en la entrada de poblacho al río Nogales. Un viejo puente comunica con el norte a tierras de Talavera y mudo testigo de los horrores de aquellos infelices días. La mujeres preparan la humilde cena en los fogones de leña esperando al marido que con la yunta vueleve del campo y los niños juegan a la picota o a los bolis en las calles empedradas y mojadas por las abundantes lluvias de aquella primavera y la campana de la iglesia, toca a muertos como presagiando los tristes acontecimientos

Los jóvenes combatientes
Hace poco, que la capital del territorio, Badajoz, está sitiada por las tropas aliadas, caballería y cuerpos de infantería, británicas, portuguesas, alemanas y españolas. Sólo unos meses antes, la ciudad se había rendido al General francés Juan de Dios Soult, después de la muerte de su venerado General Menacho, que rindió cuentas a su Dios, en el baluarte sur de Santiago abatido por las baterías francesas,  situadas en uno de los cerros que dominaban la ciudad a orillas y en la vega del Guadiana.

Aquella mañana de Mayo, dos muchachos pescaban jaramugos bajo en puente del Nogales, cuando de la dirección de Badajoz, vieron como al cielo se elevaba una gran nube de polvo y un ruido, al principio amortiguado, que fue ganando intensidad a lo largo de la mañana, hasta que vieron llegar en lontananza más caballos de los podían contar en sus cortos años de escuela, subieron la cuesta de la ribera para avisar a un vecindario ya avisado.
Los hombres dejaron sus labores y las mujeres comadreaban a las puertas de las casas, sobre el motivo del estruendo que venía a turbar el monótono discurrir de sus existencias. Los muchachos corrían alborozados a las eras nerviosos y espectantes ante la parada militar que suponían se avecinaba, pero aquel cuerpo de ejército no iba a pasar desfilando y enseguida mostraron su intención de sentar sus bases en el pueblo.
Primero el ruido de las caballerías que se difuminaban en su mismo polvo; caballeros uniformados brillantemente, tocados de bruñidos cascos con penachos de plumas al viento, lucidas charreteras y sables que lanzaban destellos al sol del mediodía. Detrás la infantería marchando marcialmente y seguidos de los cañones con sus formaciones de artilleros y cerraban los carros de municiones, pertrechos y avituallamiento que acompañaban un buen número de mujeres. Fueron tomando el pueblo y el río, montando campamentos ordenados y sin mezclarse unos con otros.
Ellos no sabían bien contar tanto, pero las historia dijo luego que habían llegado a aquella humilde villa unos 30.000 hombres, casi 2.000 caballos y eso si lo contaron 32 cañones.
En la iglesia se quedaron los que mejor vestían; eran mayores y en sus voces y en sus gestos, demostraban que su costumbre era mandar. La Historia diría, que el más orondo y canoso, con el pecho lleno de medallas, era el General Beresford y con él los no menos laureados, Lardizábal, Castaños, Zayas…y toda una camarilla de jefes y oficiales que impartían órdenes a los ayudantes que partían hacia los campamentos envueltos en el denso humo de las hogueras.

Artilleros
Los mayores del pueblo enseguida comprendieron que aquel estancamiento de tropas de ejército, no podía presagiar nada bueno y cuando supieron que estaban allí para contener a los ejércitos franceses que avanzaban desde el sur para procurar auxilio a sus compañeros sitiados en Badajoz, instaron a los demás a marcharse perdiendo casas y tierra suponiendo que los primeros en perder en la guerra serían ellos y sólo quedaron aquellos que vieron en la soldadesca un modo de “hacer su Agosto” en Mayo. Su avaricia le llevó a la muerte.

Se sucedían los días y nada parecía presagiar tan malos augurios, la vida bulliciosa parecía normal en los campamentos y los franceses no aparecían, como se esperaba, en el horizonte del Sur de Andalucía.
De Sevilla y de Córdoba, habían partido 20.000 infantes, con una caballería de 3.200 animales y arrastrando 40 cañones pesados; infantes y caballeros franceses con la inclusión de los temibles lanceros polacos del Vístula, famosos por su formación, valentía y violencia.
En los alrededores de la población, en el campamento norte, un soldado destacaba por su edad y noble porte, el General español Gabriel de Mendizábal, ahora enrolado de infante y que quería demostrar quién era después de ser degradado por cobardía en la batalla del Gévora.
Mientras el avance francés seguía con mucha lentitud, porque aparte de las dificultades orográficas de las estribaciones de Sierra Morena, las tropas galas están muy enfermas. Los médicos de Napoleón no daban abastos con la cantidad de miembros de la soldadesca que enfermaban, cosa que no sucedía con el generalato y la oficialidad.
Comenzaron a pensar, por el gran número de bajas, que alguna enfermedad infecto-contagiosa estaba diezmando a los soldados. Náuseas, vómitos, deposiciones diarreicas sanguinolentas, vértigos y otros síntomas que acababan en convulsiones tetánicas, taquicardias paroxísticas, bloqueos con parada y muerte. Algún galeno recordó en sesión médica, que sus homólogos ingleses, viajeros en la India, describían una enfermedad endémica que se transmitía por el agua principalmente y que llamaban cólera morbo, que años después asolaría a medio mundo, diezmando en un alto porcentaje a la población de la vieja Europa y ordenaron “matar el agua, pensando que ese era el vehículo de trasmisión, pero la morbilidad no bajó a pesar de beber el agua hervida.
Preparando la carga
Las tropas estaban sin fuerzas y avanzaban dificultosamente, pues aparte de los problemas ya recurrentes, la climatología de aquella primavera se estaba mostrando terrible. Nadie comprendía, no galenos ni mandos, aquella situación de las tropas del ejército más poderoso de todos los tiempos y nadie podía sospechar que todos sus males provenían de una vistosa planta, abundante en todos los cursos fluviales del sur donde vivaqueaban para proveerse de agua y cocinar.
Los soldados, utilizaban las vainas del fruto de las adelfas a modo de canutos que rellenaban de tabaco, mezclándolo con las semillas plumosas que contenían. Tampoco conocían que cuando utilizaban ramas de estas plantas para asar, hacían tóxicos los alimentos, no sabían en fin, que todas las partes de estas plantas eran venenosas, hasta el punto que la miel elaborada con el polen de sus flores, producían daños al organismo, porque toda ella contenía un principio activo cardiotónico que actuaba en el cuerpo humano y animal, produciendo un envenenamiento general y un siglo más tarde, sería considerada como una de las plantas más tóxicas de la botánica ya que tal sustancia perniciosa no era destruida ni por la acción del fuego.






Por fin, en la primera quincena del mes de Mayo, las tropas han formado sus frentes, los aliados han tenido tiempo suficiente de descansar y pertrecharse durante los días anteriores acampados en el pueblo, los franceses llegan exhaustos y enfermos. Juan de Dios Soult, conquistador de Badajoz, está al frente de las tropas invasoras y en su cuartel general reunido con sus generales, Goudinot, Gazán, Girard, Werle…, todos temen el momento de la batalla, sabiendo de las escasas fuerzas de las tropas sufrientes de la orografía del camino, las inclemencias del tiempo y desconociendo completamente que las culpables de la situación eran…las adelfas.

Paz a los muertos
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