jueves, 28 de mayo de 2015

CCCXCVIII PUENTE DE LA BOGAÑA

¡YERMOS CAMPOS DE LA ALBUERA!

CAMPOS DE LA ALBUERA










(A LA BATALLA DE LA ALBUERA)



¡yermos campos de la Albuera!
Tristes  campos de silencio,
Yacen rotos aquel mayo
¡Más de catorce mil sueños!


Roja y viva sangre joven
Mana muda, sin estruendos,
¡Cómo crece el chicapiernas!
Tiñéndose de rojo el lecho.


¿Pero dónde hay más tumulto?
¿En la tierra o en cielo?,
ciegos rayos que iluminan
a los soldados deshechos.






Roja y viva sangre joven,
Perdida sigue fluyendo
De los miembros mutilados
Que sólo aspiran a muertos.






Al relinchar de caballos
Y al entrechocar de petos
Muchos ramos de ilusiones,
Que van…tristes…sucumbiendo.







Y cuando se escapa el humo,
Acre, del arcabucero
Sobre los campos heridos
Entronizado, rie el fuego.






¿Cómo es tal la turbamulta?
Horror de la vida, infierno
Que van sembrando en la Albuera,
Los cuatro jinetes viejos.




¡Cómo la lluvia inclemente
golpea los escudos nuevos!
¡Cómo limpia las espadas
de la sangre de los cuerpos!




Trinos de los ruiseñores,
Que al cañón enmudecieron
Se fueron ciegos de pólvora
Y desde entonces no han vuelto.




Banderas flameando en lanzas,
De brillantes caballeros,
Serios que esperan llegue
Su turno de nuevos muertos.




¡Toda Europa en el “nogales”
todo el pueblo resistiendo
y la muerte que se goza
viendo ya “Capela” ardiendo.ç




Arriba en las “Baterias”,
Se va defendiendo el pueblo
Que impotente ve que vuela
“La casilla de Grajero”




Cañones en “las ventanas”
Escupiendo rabia y fuego
Donde se domina el campo
Que vivirá en el recuerdo.





En las mientes de los hombres
En las tierras de sus siervos
Para que nunca acaezcan,
Los avernos de aquel tiempo.

  




Sólo en unas cuantas horas
En aquel Mayo funesto,
Murieron…cayeron todos
¡Catorce mil bellos sueños!





Donde susurraba el trigo
¡Sólo ayes y lamentos!
Y sobre el futuro pan
Hombres moribundos…!Muertos!




Pronto ya concluye un lustro
Y alguien que vuelve al pueblo
Sembrando va la esperanza
En aquel futuro incierto.





Cuando caminante, un día
Cruces por el puente viejo,
Echa tu mirada al aire
Verás un mañana nuevo





Y, acuérdate de estos hombres,
Que en aquel Mayo sufrieron
Y reza porque no vuelvan
A vagar uniformados,
Tantos hombres…Tantos muertos.  






19 cuartetos libres, uno por cada superviviente del pueblo, 16 mujeres y un varón, uno por cada bando y el título por la casa que se libró del gabacho.

16 de Mayo de 2.001
©mjh.My.01

LAS ADELFAS EN LA BATALLA DE LA ALBUERA

LA BATALLA DE LA ALBUERA:                 LAS ADELFAS.

Allá en la encrucijada donde confluyen los caminos, que desde el Su peninsular se dirigen a Badajoz y Portugal, se ubica la pequeña población de La Albuera, con unas pocas casas asomadas al río Nogales, donde vivían una 250 almas que hasta aquel aciago día, dedicaban su existencia a labores agrícolas o ganaderas, con la única preocupación de la salud y el pan cotidiano de cada día.
Iglesia de La Albuera
Suaves lomas al Sur que riega el regatillo del Chicapiernas que se vierte en la entrada de poblacho al río Nogales. Un viejo puente comunica con el norte a tierras de Talavera y mudo testigo de los horrores de aquellos infelices días. La mujeres preparan la humilde cena en los fogones de leña esperando al marido que con la yunta vueleve del campo y los niños juegan a la picota o a los bolis en las calles empedradas y mojadas por las abundantes lluvias de aquella primavera y la campana de la iglesia, toca a muertos como presagiando los tristes acontecimientos

Los jóvenes combatientes
Hace poco, que la capital del territorio, Badajoz, está sitiada por las tropas aliadas, caballería y cuerpos de infantería, británicas, portuguesas, alemanas y españolas. Sólo unos meses antes, la ciudad se había rendido al General francés Juan de Dios Soult, después de la muerte de su venerado General Menacho, que rindió cuentas a su Dios, en el baluarte sur de Santiago abatido por las baterías francesas,  situadas en uno de los cerros que dominaban la ciudad a orillas y en la vega del Guadiana.

Aquella mañana de Mayo, dos muchachos pescaban jaramugos bajo en puente del Nogales, cuando de la dirección de Badajoz, vieron como al cielo se elevaba una gran nube de polvo y un ruido, al principio amortiguado, que fue ganando intensidad a lo largo de la mañana, hasta que vieron llegar en lontananza más caballos de los podían contar en sus cortos años de escuela, subieron la cuesta de la ribera para avisar a un vecindario ya avisado.
Los hombres dejaron sus labores y las mujeres comadreaban a las puertas de las casas, sobre el motivo del estruendo que venía a turbar el monótono discurrir de sus existencias. Los muchachos corrían alborozados a las eras nerviosos y espectantes ante la parada militar que suponían se avecinaba, pero aquel cuerpo de ejército no iba a pasar desfilando y enseguida mostraron su intención de sentar sus bases en el pueblo.
Primero el ruido de las caballerías que se difuminaban en su mismo polvo; caballeros uniformados brillantemente, tocados de bruñidos cascos con penachos de plumas al viento, lucidas charreteras y sables que lanzaban destellos al sol del mediodía. Detrás la infantería marchando marcialmente y seguidos de los cañones con sus formaciones de artilleros y cerraban los carros de municiones, pertrechos y avituallamiento que acompañaban un buen número de mujeres. Fueron tomando el pueblo y el río, montando campamentos ordenados y sin mezclarse unos con otros.
Ellos no sabían bien contar tanto, pero las historia dijo luego que habían llegado a aquella humilde villa unos 30.000 hombres, casi 2.000 caballos y eso si lo contaron 32 cañones.
En la iglesia se quedaron los que mejor vestían; eran mayores y en sus voces y en sus gestos, demostraban que su costumbre era mandar. La Historia diría, que el más orondo y canoso, con el pecho lleno de medallas, era el General Beresford y con él los no menos laureados, Lardizábal, Castaños, Zayas…y toda una camarilla de jefes y oficiales que impartían órdenes a los ayudantes que partían hacia los campamentos envueltos en el denso humo de las hogueras.

Artilleros
Los mayores del pueblo enseguida comprendieron que aquel estancamiento de tropas de ejército, no podía presagiar nada bueno y cuando supieron que estaban allí para contener a los ejércitos franceses que avanzaban desde el sur para procurar auxilio a sus compañeros sitiados en Badajoz, instaron a los demás a marcharse perdiendo casas y tierra suponiendo que los primeros en perder en la guerra serían ellos y sólo quedaron aquellos que vieron en la soldadesca un modo de “hacer su Agosto” en Mayo. Su avaricia le llevó a la muerte.

Se sucedían los días y nada parecía presagiar tan malos augurios, la vida bulliciosa parecía normal en los campamentos y los franceses no aparecían, como se esperaba, en el horizonte del Sur de Andalucía.
De Sevilla y de Córdoba, habían partido 20.000 infantes, con una caballería de 3.200 animales y arrastrando 40 cañones pesados; infantes y caballeros franceses con la inclusión de los temibles lanceros polacos del Vístula, famosos por su formación, valentía y violencia.
En los alrededores de la población, en el campamento norte, un soldado destacaba por su edad y noble porte, el General español Gabriel de Mendizábal, ahora enrolado de infante y que quería demostrar quién era después de ser degradado por cobardía en la batalla del Gévora.
Mientras el avance francés seguía con mucha lentitud, porque aparte de las dificultades orográficas de las estribaciones de Sierra Morena, las tropas galas están muy enfermas. Los médicos de Napoleón no daban abastos con la cantidad de miembros de la soldadesca que enfermaban, cosa que no sucedía con el generalato y la oficialidad.
Comenzaron a pensar, por el gran número de bajas, que alguna enfermedad infecto-contagiosa estaba diezmando a los soldados. Náuseas, vómitos, deposiciones diarreicas sanguinolentas, vértigos y otros síntomas que acababan en convulsiones tetánicas, taquicardias paroxísticas, bloqueos con parada y muerte. Algún galeno recordó en sesión médica, que sus homólogos ingleses, viajeros en la India, describían una enfermedad endémica que se transmitía por el agua principalmente y que llamaban cólera morbo, que años después asolaría a medio mundo, diezmando en un alto porcentaje a la población de la vieja Europa y ordenaron “matar el agua, pensando que ese era el vehículo de trasmisión, pero la morbilidad no bajó a pesar de beber el agua hervida.
Preparando la carga
Las tropas estaban sin fuerzas y avanzaban dificultosamente, pues aparte de los problemas ya recurrentes, la climatología de aquella primavera se estaba mostrando terrible. Nadie comprendía, no galenos ni mandos, aquella situación de las tropas del ejército más poderoso de todos los tiempos y nadie podía sospechar que todos sus males provenían de una vistosa planta, abundante en todos los cursos fluviales del sur donde vivaqueaban para proveerse de agua y cocinar.
Los soldados, utilizaban las vainas del fruto de las adelfas a modo de canutos que rellenaban de tabaco, mezclándolo con las semillas plumosas que contenían. Tampoco conocían que cuando utilizaban ramas de estas plantas para asar, hacían tóxicos los alimentos, no sabían en fin, que todas las partes de estas plantas eran venenosas, hasta el punto que la miel elaborada con el polen de sus flores, producían daños al organismo, porque toda ella contenía un principio activo cardiotónico que actuaba en el cuerpo humano y animal, produciendo un envenenamiento general y un siglo más tarde, sería considerada como una de las plantas más tóxicas de la botánica ya que tal sustancia perniciosa no era destruida ni por la acción del fuego.






Por fin, en la primera quincena del mes de Mayo, las tropas han formado sus frentes, los aliados han tenido tiempo suficiente de descansar y pertrecharse durante los días anteriores acampados en el pueblo, los franceses llegan exhaustos y enfermos. Juan de Dios Soult, conquistador de Badajoz, está al frente de las tropas invasoras y en su cuartel general reunido con sus generales, Goudinot, Gazán, Girard, Werle…, todos temen el momento de la batalla, sabiendo de las escasas fuerzas de las tropas sufrientes de la orografía del camino, las inclemencias del tiempo y desconociendo completamente que las culpables de la situación eran…las adelfas.

Paz a los muertos
©mjh.My.15.