jueves, 11 de julio de 2013
jueves, 4 de julio de 2013
EL CHOTACABRAS Y EL MESTO.
EL CHOTACABRAS Y EL MESTO
Marcial-Jesús
HUEROS IGLESIAS.
My. 13.
Justo debajo de la rama que arrancó del Mesto una tormenta, allí, sin
más cobertura que las miríadas de hojas y ramillas que volaban del árbol cada
Otoño, para morir en la tierra parda, estaba el nido del Chotacabras. Bueno...
el nido.
El pájaro tan dropo como el árbol, dejaba caer dos huevos de camuflaje
que ni las más avispadas aves nocturnas, ni las garduñas, ni las comadrejas,
acertaban a descubrir.
Pastores de varias generaciones- menos que las del pájaro- cuando
paraban a "sombrear" las ovejas al mediodía, veían nacer del suelo la
sombra viva, como de mariposa gigante, que pocos metros más allá y bajo una
encina, dejaba de ser sombra, para materializarse de nuevo en pájaro.
El zagal de las ovejas, acudía al reclamo ya casi por costumbre, y se
acercaba sigiloso al nuevo posadero en tierra para en un descuido entrever como
la sombra nacía de nuevo, ya para perderse ladera abajo:
-¡Con tino toós te mientan como el "engañapastoré"!
Era un pájaro feo, de los más feos que el chaval había visto en su corta
edad pero larga en experiencias pajareras, de volares desgarbados, ojos
saltones para ver la noche y una boca descomunal adornada con bigotes como de
"guardia".
Pero, el Chotacabras había encontrado bajo el Mesto, cobijo y sustento y
allí, a la espesa sombra del árbol, sacaba adelante los próximos polluelos que
mantendrían la tradición de unir pájaro y árbol.
En la noche, cuando las lechuzas y los búhos andan sueltos y los zorros
y ginetas de correría, en la loma, hasta la choza, llegaba un tac-tac-tac...
como del choque de la mano del mortero contra la cuenca de madera de encina, majando el condumio.
Y, el muchacho, medio dormido en su catre de torviscos, rumiaba:
-¡Ya está el "capacho" haciendo su gazpacho!
mjh.My.13.
LOS CARRETES DE LA ABUELA
LOS CARRETES DE LA ABUELA
Marcial-Jesús HUEROS IGLESIAS
Julio 2013.
La Abuela
era la fotógrafa más tenaz que se ha conocido.
No había
evento familiar en que armada con su vieja cámara, no se empeñara en sacar
fotografías a todos...sus hijos, sus nietos...
-¡Ya está
la abuela dando la nota!
Medio
en broma, la familia, se mosqueaba al verse perseguida por el objetivo de la
máquina obsoleta que no conocía la vergüenza a la hora de exhibirse en
cualquier acontecimiento.
-¡Déjalo ya
abuela!... Mira que eres pesada...
- Tu ponte
allí...tu más acá...sonríe...no os mováis ...¡Abraza a tu prima!...Hijo
sonríe...¡Quietos!
Ella
también sonreía sabedora de su secreto.
Nadie nunca
prestó atención a la calidad o cantidad de las fotografías que hacía. Nadie las
vio nunca - y si alguien las vio, a
nadie se lo dijo- y tampoco a nadie preocupó el destino de aquellas
instantáneas .
Pasó el
tiempo y la vieja cámara y la vieja abuela, no asistieron más a las reuniones
familiares y allá, en su cuarto, en el fondo del armario grande de olor a
lavanda, alguien encontró un cofre repleto de carretes fotográficos usados.
Nunca pasó
a papel aquel cúmulo de metros de celuloide, sólo se conformaba con saber que
todos, absolutamente todos...¡Estaban bien guardados en su cofrecito!
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