EL CARABINERO
(Cuentos de los muchachos del Rincón)
MEDICUS CURA, NATURA SANAT.
(Popular)
EL MÉDICO SE PREOCUPA PERO SANA LA NATURALEZA.
UNO
A lo lejos, se veían las luces del cortijo en la semí-penumbra, la correa de la carabina le mordía inmisericorde el hombro de llevarla todo el día a cuestas. ¡ Por fin descansarían al abrigo de la lumbre!, azuzó al compañero que avivó la marcha también deseoso del próximo descanso. Sabía que su visita a cualquier hogar de su jurisdicción era recibida con agrado en aquellos duros años de hambre pues la presencia de la pareja tranquilizaba a los moradores por la cantidad de delincuentes que merodeaban por los campos por la escasez. Su presencia era festejada con lo mejor de la casa, buen vino, tocino y queso de la propia cosecha. Y en alguna dependencia aledaña al cortijo se les preparaba cobijo y lumbre y las primeras horas de la noche era el contacto con los habitantes a los que contaban las últimas noticias de la ciudad y de sus convecinos, nuevas desde su última visita. Antes de amanecer emprendían de nuevo la marcha a cumplir con su cometido en una ruta previamente determinada.
Juan era el típico carabinero, de lo serios, de los más odiados por cumplir a rajatabla las órdenes superiores, de esos que pintan con el tricornio bien calado, espesos bigotes y la tez oscura, curtida de tantas horas en el campo.
Había permanecido fiel a la República como todos los suyos y recibieron un buen varapalo; fueron los tiempos de la gran confusión, cuando la sangre enloqueció y las mentes se obnubilaron hasta perder el juicio. Se salvó en el último momento de ser fusilado en las tapias del cementerio y sin saber porque se vio vestido de guardia de fronteras defendiendo la ley que entonces imperaba. A nadie guardaba rencor y desterró de sus recuerdos aquellos años de locura colectiva.
El hambre y la miseria se enseñoreaban por aquellos lares y por todo el país, pero aquella zona de fronteras tenía una ventaja: el contrabando, que aliviaba mucho la hambruna, el tabaco y sobre todo el café dejaban unos dividendos suficientes para llevar por lo menos el sustento de sus hijos con hambre. Se contrabandeaban estos dos productos principalmente pero otros de primera necesidad también llenaban las mochilas de las “sombras de la noche”, pero estos dejaban poca ganancia y se inclinaban por los de mayor beneficio y menor riesgo.
El café que pasaba a España se compraba en la ciudad más cercana a la Raya por un real, dos reales, una peseta que la distribuidora pesaba cuidadosamente y envolvía en papel de estraza y su importancia estribaba en que al menos estimulaba y se comía el hambre.
- ¿Lo quiere usté entero o molío?
- Molío.
Y la señora Emilia vieja y achacosa depositaba cuidadosamente los granos en el papel de estraza y con una botella de anís “Chamaco” trituraba el producto. Casi nadie lo pedía molido pues decían que la vieja recortaba el trozo de papel que había estado en contacto con el café y se hacía una tisana.
Juan como otros, era de los destinados a recorrer la frontera a la caza de los contrabandistas o mochileros, enfundado en su gigantesco capote verde, como una tienda de campaña con frio o con calor pasaba los días recorriendo a pie los interminables caminos y trochas en defensa de los rayanos y sus pertenencias e interceptando a los mochileros. Cuantas noches de frío enfundado en el capote oyendo el rebotar de las gotas en la gruesa prenda de loneta. Mal comidos (Una fiambrera con lo que hubiera apañado su buena mujer-siempre escaso-) mal aseados y con varios días de recorrido alejados de su familia.
Caminaba Juan recordando como muchas noches sus compañeros del otro lado- los “guardiñas” portugueses- que al fin de la guerra les entregaban a los huidos para ser conducidos a la cárcel o la ejecución por delitos de sangre. Él fue uno de ellos pero le sonrió la suerte y por esos los “guardiñas” eran compañeros pero nunca amigos, aunque reconocía que cumplían con sus obligaciones como él y aunque alguna vez pensó en dejar escapar un preso nunca lo hizo pues se jugaba el pan de sus hijos lo único que importaba en aquella turbulenta época.
EL OTRO
Cuando empezó sus andanzas por la Raya, no tenía más de diez años, huérfano de la guerra, todos le llamaban “el perdigón” por rápido y escurridizo. Menudo y moreno era capaz de camuflarse en el terreno detrás de un terrón y permanecía impertérrito hasta que el peligro pasaba. Toda su vida había transcurrido en la frontera y conocía todo el terreno entre España y Portugal, palmo a palmo, árbol a árbol y como no era aceptado en la cuadrillas por su poca edad y cuerpo empezó trabajando sólo: seguía a la cuadrillas a distancia cuando cruzaban la Raya, apañaba cuatro o cinco kilos de café y regresaba aguardando el paso de las grandes cuadrillas. Teniendo en cuenta la distancia hasta las cantinas de aprovisionamiento portuguesas sería de unos catorce kilómetros y que algunos días hacia tres veces el viaje. “El perdigón” andaba lo suyo.
Sagaz, cuando se producía algún incidente siempre con tiros, los hombres de las cuadrillas tiraban las cargas de veinte o treinta kilos y huían con el fiador de cuatro o cinco kilos- una carga al pecho gracias al cual el viaje no era perdido-el sustento estaba asegurado.
En el alboroto, el chico que estaba siempre cerca de las cuadrillas y mientras los guardias perseguían a las” sombras de la noche” para detenerlas, se escurría hasta las cargas abandonadas, la rajaba con su cuchillete y mientras duraba la refriega se las arreglaba para esconder todo lo que podía en matorrales, en huecos de árboles, desparramando el resto para no ser descubierto y agazapado esperaba a que los guardias se llevaran los hombres y las cargas. Eran días de descanso, pues cada noche iba a un escondite y así noche tras noche hasta que acababa con los remanentes por lo que en barrio nadie sospechaba que había un depredador porque de haberse sabido y por el código nunca escrito del gremio, habría aparecido ahogado en el río y el muchacho lo sabía pero en casa le esperaban: sus abuelos maternos y tres hermanos pequeños que dependían por entero de él para comer.
Con el tiempo llegó a ser el mejor mochilero de la frontera, el líder en quien todos confiaban por su honradez y valentía.
Llegó a mover en una noche más de cien hombres que entraron en Portugal como un pequeño ejército ante el asombro y la alegría de los suministradores por lo que en escudos les reportaría la venta. Jugó fuerte una par de veces y ganó un buen dinero pero se descuidó y no supo adivinar que estaba levantando envidias en otros patrones. Siempre intuyó que los mismos portugueses que acercaban las cargas, en cualquier momento podían dar el chivatazo ante las torturas frecuentes en aquella época; nunca pensó que la denuncia partiría de sus propios compañeros. Y una noche al cruzar la ribera fronteriza, ya en España, un número inusitado de guardias los esperaban, precisamente la noche que jugaba más fuerte. Se armó el belén y lo perdió todo menos el pellejo; cuando alguien le recordaba años después el episodio, sentenciaba: Ahí aprendí que no es buena la gallina que pone todos los huevos en el mismo nidal. Como toda su cuadrilla pasaron tres meses en la trena amén de la correspondiente paliza. Se dedicó a salir el sólo y conformarse con quince o veinte kilos.
Odiaba por igual a los guardias de fronteras y los “guardiñas” portugueses y en tres años sintió dos veces la mordedura de sus balas. Una de un lado y otra del otro.
- Empate- decía él.
Pero afortunadamente fueron heridas leves: una le atravesó el muslo limpiamente sin tocar hueso y otra un mordisco en un costado que le rompió dos costillas y ambas en noche de luna llena del verano cuando las siluetas de las “sombras de la noche” se recortaban en las claras eras. En las dos ocasiones el río
fué su salvación evitándole la cárcel; cuando sonaron los disparos soltó la carga y corrió desesperado, sintiéndose herido se arrojó al río. La bala española la paró el fiador : siempre pasaba de fiador tres kilos pero aquella noche se sintió con fuerzas y afortunadamente le comió la codicia y se forró con diez kilos que parecía- como él decía-un palomo “embuchao”- ni bajar los brazos podía. La bala le rompió el costado después de atravesar el café y herido se dejó llevar por las aguas caudalosas varios kilómetros río abajo cuidando de arribar en la orilla española pues en ese tramo cada borde es de un país y la ley en Portugal no era tan permisiva como en su país.
Sólo nombrarle: guardias, ”guardiñas”, carabineros, hacía que se le encendiera la sangre y su odio era a muerte, pero también sabía que como representantes de la ley eran intocables y cualquier agresión o rebelión contra ellos se pagaba con muchos años de cárcel o con la vida.
LOS DOS
Juan “el carabinero” conocedor de la fama del “perdigón” o del “comadreja” como también lo llamaban, lo tenía “enfilao”, su mayor gloria sería hacerlo prisionero. Recababa información de las “partías”, de los “Vaos” que frecuentaba, pero de nada le servían los chivatazos, pues actuando sólo era muy difícil su localización.
Aún así Juan lo convirtió en una cuestión personal.
Todos los informes los obtenía de los propios proveedores portugueses que levantaban sus “estalaches” cerca de la frontera,
ahitas de géneros, con apariencia de cantinas o tascas y en ellas se hablaba a veces demasiado por el alcohol y además las dos policías intercambiaban datos, chivatazos. Lo cierto es que de comprobarse un chivatazo, el chivato pagaba más tarde más pronto con la vida.
“El comadreja” sembraba en las cantinas falsas informaciones de sus correrías con el fin de evitar encuentros desagradables.
Algunas noches Juan se maldecía al comprobar que la “comadreja” le había engañado otra vez.
-“El perdigón es mucho perdigón”- decían sus compañeros.
EL CHICO
A la luz de la penumbra del crepúsculo, al fondo de la casucha de madera, se podía adivinar una limpia yacija sobre la que descansaba un muchacho adolescente: Manu “el Rasca”, hijo mayor del “perdigón”. Su cuerpo casi desnudo perlado de gotas del sudor que arrancaba la fiebre que lo consumía. Aquel cuerpo vigoroso y joven-no tendría más quince años- estaba siendo derrotado por la infección y toda su piel pálida pugnaba por arrimarse lo más posible a los huesos. Su sonrisa se apagó el día que jugando con José “el Mochilo”, sintió un fuerte dolor en el vientre, que se hinchó y lo postró en la cama preso de dolores y altas fiebres. El vecindario comentaba:
- Lo del chaval del “perdigón” es un cólico miserere y de eso no sale nadie.
Y en un carro, lo llevaron al hospital de beneficencia que se encontraba abarrotado de indigentes y malnutridos.
Tenía una apendicitis aguda perforada que le provocaba una peritonitis que lo iba a matar.
Le proporcionaron abundante morfina y lo enviaron a casa por no poderlo mantener allí y porque su vida se apagaba sin poder hacer nada.
Todos los remedios que preparaban las vecinas no surtían él más mínimo efecto, hubo quien propuso darle tisanas de deyecciones de gallina diciendo que en su pueblo de origen el remedio obraba milagros, la fiebre no abandonaba el cuerpo flaco y todo lo vomitaba inmediatamente.
Las mujeres se reunían alrededor del chico rezando como en un velatorio a la luz de las velas que iluminaban todos los santos y vírgenes disponibles.
- ¡Fuera de aquí cuervos-estalló “el perdigón”- que paeceis butres alreó la carne´.
Se marcharon cabizbajas recibiendo en la puerta las disculpas de la madre del muchacho.
El sabía que siempre quedaba un cartucho por quemar y recordó en sus pasos por la frontera había oído hablar de un producto muy eficaz en la grandes infecciones.
- La “pinicilina” coño , ¡eso é ¡ ¡la pinicilina!
Algún compañero la pasaba por encargo, pero les estaba prohibido a los que no fueran ricos por su costo y el era un contrabandista de los buenos que había ganado dinero, pero también lo había perdido y ahora en esta época sólo ingresaba lo suficiente para no pasar hambre. Podría cruzar la frontera una y mil veces –como siempre había hecho-, podría encontrar donde le vendieran el medicamento pero lo que no podía era pagarlo.
Cuando miraba el joven cuerpo de su hijo vencido y a la espera de la muerte lloraba sin consuelo y se arrepentía del puñetazo que le propinó no hacía mucho tiempo cuando organizó la última partida que lo arruinó.
Sabía que era muy chico y no quería que se metiera en el mundo peligroso del contrabando arriesgado a perder cualquier noche la vida en cualquier camino, pero tanto insistió el chico que le concedió salir en una partida para que viera lo duro que era.
Ya de regreso hacia España los cuadrilleros y el chico se disponían a cruzar la ribera por un lugar desacostumbrado más largo y fatigoso pero también menos propicio a una emboscada de los guardias. El lugar era desconocido por todos menos por el “perdigón”, oyeron a lo lejos dos perros chivatos y pronto recortado en el horizonte el chozo donde dormían sus moradores. Si alguno se despertaría al oír los perros, volvería a dormirse sabiendo que pasaban los contrabandistas; de más sabían ellos los acuerdos tácitos de las gentes de la frontera-Tú
no me molestas a mí y yo a ti tampoco- .
Se detuvieron en el pequeño huerto a descansar usando las mochilas como apoyo, iban muy bien de tiempo y las cosas parecían tranquilas, acalló “el perdigón” a los perros y sólo el canto de las lechuzas, siseantes, rompían el silencio de la oscura noche de diciembre. Se descargó el jefe e hizo una avanzadilla para ver cómo estaban las cosas más adelante.
-Nada, comunicó a los demás- amos a las cargas-ordenó, que aún queda camino y se me hace que despejao.
Agarró la carga para colocársela cuando llegó a su olfato de lobo el olor a naranjas recién abiertas; enojado y presintiendo que su hijo novel no había resistido la tentación de comerse una naranja del huerto del chozo.
- A sío tú verdá “rasca” ya te güelo- y lo registró encontrando tres más.!pringao! ¡desgraciao!, si no tuve que traerte, una cosa así puede echá a perdé a toa una cuadrilla. Si el amo del naranjo da el “queo”, y denuncia que pasamos por aquí, se acabó, y otra ves a los viejos pasos ca día mas vigilaos y encima dejaba las cáscaras, el desgraciado. Dejó junto al naranjo medio kilo de café para el labriego y su familia comprendieran lo que había pasado.
Y, en presencia de los otros, le largó un puñetazo con tal rabia que dio con el chico en el suelo, avergonzándolo tanto que no le volvió a oír en todo el trayecto.
!Cómo se arrepentía ahora de aquello! Utilizó la violencia en vez de reprenderlo. Pero la vida en la frontera era así de dura y sólo con la violencia se aseguraba la supervivencia.
!Cuánta impotencia sentía ante aquel pobre cuerpo, sangre de su sangre! hace días espléndido de vida y hoy roto por el sufrimiento y la fiebre. "El comadreja" "El perdigón", el tío más "bragao" de la frontera, el número uno de los contrabandistas, el más sagaz, el más listo, el más atrevido de la Raya, sólo podía llorar.
Desesperado, agarró la vieja zamarra, la que lo protegía en las travesías de los duros inviernos y salió a la fría noche. Los niños dormían ajenos al drama familiar y la mujer absorta en su desesperación no lo vio salir.
Se echó a la noche helada, con toda la angustia del mundo cargada en su pecho, con toda la rabia en su mente pensando en el fin de su querido hijo que estaba en manos de Dios y aunque él nunca había creído, en aquel momento de acordó de Él. No rezó porque simplemente, no sabía.
Enfiló la calleja solitaria y se encaminó como tantas veces a la frontera.
- !Aunque tenga que robá o matá!-pensó
Eligió el camino más corto,tenía prisa.
- !Por "el Rasca" haré lo que sea, hasta dejá que me maten.
Mientras caminaba, cruzaron por su mente imágenes de la vida del muchacho: la ilusión cuando vio a aquel rollizo bebé que tomaba el pecho de su madre; aquel primer día que dijo papá…
Cruzó, casi sin darse cuenta, ensimismado en sus pensamientos, la frontera, con los sentidos embotados cuando siempre fueron tan finos.
Y, aquella noche, aquella precisa noche, los "guardiñas" portugueses, que hacían mucho la vista gorda, estaban de caza.
Hacían la vista gorda pues el contrabando mayor, por no decir el único, era de café, que los importadores portugueses traían de las colonias y vendían en la frontera grandes cantidades. En España el café, alcanzaba precios prohibitivos y lo que se tomaba lejos de la frontera era pura achicoria tostada. Por eso era tan rentable su paso de un lado a otro.
Aquella maldita noche, por orden de la superioridad, los "guardiñas" portugueses habían decidido preparar trampas en los senderos más transitados por los "caminantes-sombras" de la noche.
-!Alto! ¿Quién va? quieto o e home morto- oyo la voz en la oscuridad
-!España! gritó levantando los brazos. !No llevo ná!
Tenía que pasarle a él, con quien el infortunio se cebaba y en aquella noche, la más importante de su vida.
-!Home! o famoso "perdigao" o melhor contrabandista do pais vecino. !Boa caça!
Se reía el jefe de la partida mientras le apuntaban cuatro fusiles de sus compañeros.
- Vose ten mala sorte, home- hablaba el jefe una especie de jerga que todos entendían en la Raya con palabras y giros en portugués y español y que conocían como "portuñol"- Los guardias españoles se conforman con apañarles las cargas de café y tabaco rubio y nos muitas veces facemos a vista gorda pos es beneficio para os povos da Raia mais agora el governo da uma prima por cada espanhol aprendido que al fin apaga el governo de tu país. y tú !Vales muito!
Pocas horas después del amanecer en que fue capturado-acusado de entrar ilegalmente en Portugal-cosa insólita en aquellos días- desesperado, yacía en una celda del sucio cuartelillo del pueblo donde fue conducido. Ruegos, promesas, llantos no hicieron mella en aquellos "guardiñas" acostumbrados a escuchar las más inverosímiles mentiras, al increible rosario de cuentos que empleaban las "sombras de la noche" para salvar el pellejo.
SOLO
Malos tiempos para "el perdigón", condenado a tres meses de presidio; sabía que las autoridades españolas, contra las que había luchado toda su vida, no moverían un sólo dedo a su favor y nos les preocipaba lo que le pudiera pasar. Los tres meses los pasó incomunicado, sin saber nada de su familia, rumiando sus penas sobre todo por el hijo que desde el principio dió por perdido. Si hubiera estado libre podría haber buscado algo con que ayudar a su hijo y aunque cuando se marchó sabía que su muerte era inminente siempre le quedaría el resquemor de no haber hecho lo suficiente.
A los tres meses justos lo soltaron, vencido y sin asomo del coraje que tanta fama le dió y durante ese tiempo anidó en su corazón un odio furibundo que se fue acrecentando conforme se acercaba a la frontera.
- !Si pudiera los mataría a toos, los de un lao y los del otro! !No tienen ná que echase en cara!
TODOS
La misma noche que "el perdigón" desapareció hasta darlo por muerto, en la casucha de madera que era su vivienda sonaron unos golpes en la puerta. Cuando esta se abrió un olor a muerte sacudió sus olfatos y la luz de la fogata iluminó los capotes gigantes y verdes de Juan "el carabinero" y su compañero de ronda que escoltaban a un individuo bajito y bigotudo con un maletín en las manos.
El muchacho yacía moribundo, caquexico empapado en un sudor frio y delirando de fiebre. Los guardias se retiraron y dejaron junto al lecho al hombre que cuidadosamente extrajo de su maletín una cajita de metal que guardaba una jeringa y agujas con las que inyectó al muchacho el líquido de unas ampollas que llevaba. La madre de "el rasca" no dijo palabra pues cuando los civiles aparecían nunca era para nada bueno y la prudencia era una de sus mejores virtudes.
Cada mañana y cada tarde aparecía el individuo solo-el practicante, como lo llamaban todas las vecinas- y, aplicaba la inyección al dolorido cuerpo del chico que en pocos días comenzó a comer, recobró el ánimo perdido y las fuerzas ante la alegría del atónito barrio.
Y un buen día, el practicante se despidió entre los aplausos de los vecinos que lo sacaron a hombros del barrio como a un torero y la algarabía de todos los que habían seguido con ínterés la evolución del paciente.
- !Bueno, ya se acabó, el muchacho está curado y fuera de peligro, sólo queda que con buenos caldos y sustanciosos condumios recupere su aspecto de antes o mejor porque con las fiebres ha dado un buen estirón; de aquí a un mes no hay quien lo conozca.
- !Gracias, pero...No sabemos a que ha venido todo esto! ¿Quién ha pagado las medicinas...usted?
- Señora, yo tampoco se mucho. Juan "el carabinero" me entregó una caja de medicinas y me trajo hasta aquí para que yo las aplicase y eso es lo que he hecho. Y después de los resultados, no sabe como me alegro !es un milagro! y dirigiéndose al muchacho:
- Adios chaval y mucha suerte.
Ya se iba, pero se paró apoyado en el quicio de la puerta:
- !Ah! he oido, pero no me hagan mucho caso, que Juan habló con sus compañeros y entre ellos y los "guardiñas" portugueses,cómplices, lograron el dinero- ¿no me pregunte cómo? y localizaron y pasaron la medicina que ha salvado al chico. Adiós.
La vecindad estaba totalmente confundida incapaces de entender lo que estaba pasando.
Era la primavera cuando "el perdigón" llegó al barrio con todo el odio a sus espaldas, pensando en su querido hijo muerto.
- !Dicen los niños que han visto a "la comadreja" viniendo hacia el barrio.
. !Ca! si murió en una prisión de Portugal- apuntó una vecina enterada.
La madre de "el Rasca" estaba aturdida, su hombre vivo y allí. Se recluyó en el fondo de la chabola.
Lo primero que vió al entrar en el barrio de chabolas fue a su querido hijo, en su consciente muerto, corrió hacia él y lo abrazó y besó como no lo había hecho nunca. Lloró hasta quedarse seco y después abrazó a su mujer y sus hijos.
LOS DOS
En la misma Raya.
- ¿Por qué has hecho esto por mí?. "El perdigón" partió por la tarde a la frontera donde sabía que pronto que tarde se encontraría con Juan "el carabinero".
- Yo no he hecho nada por tí. En todo caso por tu hijo. El no tiene la culpa de que en este maldito país haya habido una guerra y estemos todos como estamos. Lo hemos hecho por tus hijos y por los míos, porque tenemos que desterrar el odio que nos ha llevado a matarnos como fieras.
Tú, "perdigón" o "comadreja" y yo guardia, no somos más que dos figurantes en este teatro inmenso que es la vida. Tu papel es de contrabandista, comprar un género para venderlo más caro en el otro lado y así darle de comer a tus hijos y el mío como guardia no dejar que lo hagas porque va contra la ley y esa es la que da de comer a los mios. O sea, que tu fin y mi fin, es sacar adelante a nuestras familias y que no pasen hambre- con lo díficil que es- así que cada cual en su papel y !Diós dirá!.
- !Adiós Juan y...gracias!
- No me las des a mi. Han sido muchas de las gentes que odias, civiles y "guardiñas" los que se han sacrificado por salvar al muchacho y gracias a Dios !que bien ha salido! !Cúidalo y que siga tus pasos!
- !Descuida!
- !Adios "comadreja" y ten cuidado no te vayamos a pegar un tiro un dia de estos y dejemos huérfano al chaval que tanto nos ha costao salvar.
Soñado 09052001.Madrugada. Llovía
Finalizado.Mochilo 28102004
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