LA TORMENTA
- Obscurecía poco a poco la tarde de este recién nacido Junio. El calor envolvía
- todo el paisaje y los trigos tempranos se agostaban apenas nacidos.
- Aves inquietas callan presintiendo la llegada de la noche, se acurrucaban en sus nidos para proteger las crías y el viento se esforzaba en zarandear las frágiles moradas para expulsar a los habitantes del cubículo.
- El calor se hacía cada vez más sofocante y nubes venidas del poniente se reunían
- en un aquelarre seco. Aparecieron por el Oeste y sentaron sus reales en el páramo. No se presagiaba una tormenta, eran todos los dioses de la Naturaleza desatados. Las algodonosas nubes estaban cargadas de peligros, negras amenazaban y la luz se extinguió.
- La vida calló, nada parecía existir vivo bajo la cúpula preñada, ni un trino, ni un salto en el agua de las carpas, la vida murió y el silencio era pavoroso.
- Y, de pronto los relámpagos iluminaron tétricamente todo el paisaje. Los truenos reventaron castigando los oidos y la lluvia apareció en toda su intensidad.
- Se había abierto todo averno y el hombre se encontraba solo.
- Alcornoques centenarios reventaban carbonizados por el rayo, llamas que la lluvia no conseguía apagar.
- Azufre en el viento y cortinas tupídas de agua no dejaban pasar ni el olor a tierra mojada.
- Y, yo estaba allí desnudo ante los imponentes elementos. Abrí las piernas y extendí los brazos en cruz; sentía en mi espalda la fresca hierba y la lluvia acariciando todo mi cuerpo y… recé las oraciones ya casi olvidadas de niño y ante tanta magnificiencia pude ver a Diós.
29cincoseis. Casa
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