Se desperezó,
eran las dos de la madrugada.
Del patio helado, de la leña seca
al horno del pan.
Los maestros amasabann y cocían...él...
un ajedrez de harina y tizne.
Al amanecer, los dulces estarían brillantes y coloridos.
Sus pequeñas manos, arañadas de de leña y heladas,
ayudaban al amase.
Alto el sol, en el parque, risas infantiles:
cochecitos, bicicletas, balones y muñecas;
él, no tendría nada que enseñar.
Tiznado y agotado,
se acostó sobre los sacos vacios,
junto al horno, calentito.
Y, se durmió,
al menos, habría sido un algo artífice
de la felicidad de los otros niños.
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