LOS
VISITANTES
Y LOS
MUCHACHOS
MALEDICENTES.
(CUENTOS DE LOS MUCHACHOS DEL RINCÓN)
01022005
A media mañana, muy de tarde en tarde y siempre en lo más tórrido del verano, aparecía "El de los torraos". Llegaba con su bicicleta e instalaba su oronda y enorme corpulencia en los soportales de la nueva iglesia, así como su mercancía. Pantalones de pana cruda, del coló de la tierra y un largo sobrepelliz negro a modo de media capa con mangas, negro y holgado, muy usado sobre todo por los turroneros que recorrían las ferias de la Serena vendiendo sus mercancías.
¡Al rico torrao!
¡Garbanzos recien tostaos!
¡Dos medías por una!
En un costal, enorme, como para la siembra, llevaba los garbanzos tostados, envueltos en tierra blanca de la Zarza. En el otro hombro un costal vacio, en el caso de que tuviera la intención de recorrer un poco el Rincón en busca de clientes. Las más de las veces, se quedaba a la sombra de los soportales a esperar a los muchachos.
A pesar de la distancia entre parcelas la voz se corría como arde la pólvora, sobre todo si algún infante, ya lo había visto llegar por la carretera y pronto aparecían los primeros muchachos que ávidos de golosinas realizaban el trueque.
¡Torraos, dos por uno, cantaba ronco el hombre!
Una medida cuadrada de madera, sacaba los garbanzos de su costal correspondiente y caían en el cuenco de las manos del chaval; este a su vez entregaba dos medidas de garbanzos crudos secos, generalmente sacados de la cosecha del padre.
Y, allí, se sentaban en las piedras a chascar los crujientes frutos, a disfrutar de su estimulante olor, que ascendía a la nariz al romperlos con los dientes.
Una verdadera golosina con el mismo producto que odiaban en el cocido, su pan nuestro de cada jornada.
La afluencia de chiquillos se prolongaba hasta el mediodía, cuando el calor se hacía insoportable y acabadas las existencias de "torraos", el hombre se calaba la boina negra, blanca de la cal de las manos y con la ganancia doblada de garbanzos, se echaba unos vinos en la venta y desaparecía hasta mejor ocasión.
El más activo e itinerante de los visitantes estacionales del Rincón, era sin duda el afilador de cuchillos y tijeras.
La flauta de pan de cañas o de plástico, más moderna, despertaba a las gentes con una escala de graves que rápidamente subían a agudos y ahí mantenía el sonido –parecía mentira que siendo tan delgado tuviera tanto fuelle- para descender de nuevo en un sonido tan característico que quien lo ha escuchado alguna vez, no lo olvida.
La melodía, preludiaba la visita a cada casa, pues el enjuto personaje recorría, una a una, todas las parcelas con su bicicleta, adaptada para hacer girar la piedra de amolar y si la visita era cercana a la Navidad, tenía el negocio asegurado, pues todos aprovechaban para vaciar las herramientas de las matanzas y tenerlas listas para el momento más importante del año: el de llenar las despensas.
Era un individuo muy delgado, casi caquéxico, tocado con una seria gorra de plato y ello daba lugar a las burlas de los chicos, que si no tenían otra cosa que hacer lo acompañaban en su andadura, Eran bromas amables.
-¡Afilaó! ¿De ande sacas aire pa asoplá el chifre? Estás tan delgao que cuando te pones de perfil paece que t´has ido.
-¡Si no come por no gastá! Se gasta meno que una marra en un pajár.
-¡Calla!, que pronto se va a parecé a los galgos del porquero, que estaban tan delgaos que cada pulga cargaba con dos.
Coro de risas y el paripé de todas las visitas.
-¡La madre que vos parió! Se bajaba de la bicicleta y hacía ademán de agarrar una piedra para arrojarla.
-¡Afilaó!, Tú en la ducha tendrás que movete pa mojate.
- Yo no estoy delgao sólo, que cuando era monaguillo y me ponía el sayo rojo, me llamaban “el arañazo” y yo, to colorao, me encondía detrás de una vela.
-Pasas más jambre que un caracol en un espejo.
El perro, tan escuálido como su dueño, también era blanco de las chuflas de los muchachos:
-¡Mira el chucho!, tan delgao como él. ¡Claro!, si lo único que come caliente son las chispas que salen de la rueda de afilar.
-¡A que vos lo “juto”!
- En ves de “Afilaó” te tenían que llamar “El afilao”
Todo era comedia de buenos amigos.
-¡Es tan flaco que cuando se muera van a tene que echá un trozo carne en el ataúd, pa los gusanos!
En estas comparaciones graciosas, no había quien igualara a los muchachos del Rincón. Su retahí
la era tan extensa que se podrían escribir algunos libros y cada cual más ingeniosa y graciosa:
-¡Estás más “bollao” que la escupidera un loco!
-¡Tié las orejas tres tallas más grandes que la cabeza!
-¡El afilaó, desafina con el pito más que la orquesta del “Poroto” de las fiestas de mi pueblo. Como desafinaba, que en un descanso, se le cayó una bandeja a un camarero y too el personal salió a bailá!
-¡Y da más vueltas que un perro perdió en un pueblo! -terciaba un segundo y otro apostillaba:
-¡O que un marica en un baile y jiede más que una tonta cagá!
-¡Eres más falso que los pendientes de “la contenta”, que eran de serpentinas!
-¡El afilaó tie más güesos que el cocido extremeño que jace mi madre!
El repertorio era lo suficientemente amplio como para sonrojar a cualquiera destacándole un defecto físico, una costumbre,etc.
-¡El de los “torraos” es tan gordo, que la policía no podía rodearlo y cuando se casó, él lo hizo en una iglesia y la novia en otra. No tenía compañeros de pupitre, era compañero de toos los niños!
-¡Y tienes menos luces que el belén de un ciego!
-¡Y está más “salío” que un autobús lleno tontos!
-¿Y la cabeza? Si fuera un limón había que rallalo en un somié.
-¡Y más flojo q´un puñao pelusas!
-¡ Y más feo que un muerto con mocos!
-¡Y los calzoncillos de no cambiáselo los tie como las pelauras las madalenas!
-¡Y jiede más que una candela cuernos, que un resto peces o un bote con tres mierdas!
-¡Y el pollero es tan feo que cuando nació su padre lo quería cambia por la cigüeña!
-¡Y la madre en vez de darle el pecho, le daba la espalda!
-¡Y más perro que un becerro del “Linde” que se destetó el sólo pa no seguí a la madre!
-¿Y, no os e contao, cuando el afilaó fue camarero en la feria de su pueblo. Al acabá la faena, iba tan “tajao” que los perrinos le lambian en el cuello. Y como pasaba tanta jambre, cuando ponía un plato de argo siempre cogía un trozo y se lo comía y por eso le pusieron otro mote, “El sabañon”, por lo que picaba el jodio!
El pollero y el recovero, aunque lo llamaban de una u otra manera indistintamente, eran la misma persona.
Viajaba en un carro tirado por un fuerte burro, que con más frecuencia de lo necesario sacaba sus abundantes atributos para regocijo y chascarrillos de las mujeres que hacían chistes que le mosqueaban.
-¡Hay que ve los atributos del burro del pollero- hacían incapié en aquello “del burro” para acentuar su doble sentido, y al recovero, tuerto y viejo, se le encendía la sangre ante las burlas de aquellas lozanas mujeres, jóvenes y guapas, que se acercaban a hacer tratos con el buhonero. En realidad no era tuerto, pues conservaba el ojo en el que, por un chinazo, cuando era pequeño, le había crecido una “nube” que le impedía la normal visión y por su color gris, parecía estar siempre amenazando lluvia.
-¡Si es que tengo una nube en un ojo!
-¿Una nube?, de tormenta, si, de tormenta de verano que son las más malas- se guaseaba alguna.
Su misión y su ganancia. Compraba los huevos y los pollos que los colonos criaban, pagando el género en dinero o en especie que llevaba en su carro: jabones, colonias, botones, telas, peines y los miles de objetos de la buhonería, en general productos manufacturados de los que carecían en el lugar. Ya en la ciudad vendía los productos a tienduchas para el público en general.
Excepto en las casas del extrarradio, en que la población tenía sus huertecitos y sus gallinas el resto de los habitantes compraba los huevos y los pollos, que mataban en su casa.
Era el más asiduo al Rincón, lo visitaba casi todas las semanas, donde aparecía sentado en un varal del carro; el mismo varal que ocupó desde que se conocía. Su padre y su abuelo también fueron del gremio y él encima del carro se crió, entre cestos de huevos en paja menudas y chillonas gallinas con las alas trabadas para inmovilizarlas.
A veces, los muchachos salían al camino y charlaban con él caminando a su lado, y como siempre…terminaban riñendo. Formaba parte de la dinámica social, lejos del insulto y la vejación y que generalmente, acababa en una guerra de pedruscos sin la más mínima intención de dañar a nadie.
-¡ Pollero, ¡hay que joerse!, que ties gorda la cabeza, amos, que tiés cabeza pa tres pescuezos!
-¡Malnacío!- le gritaba.
-¿Y el burro?, está más “salío” que la espuma un puchero y tié menos fuerza que el vinagre de “El Rincón”, la casa vinos, que no servía ni pa ensalás.
-¡Como me baje y vos arreé un guantazo vay a tené que volvé en bicicleta!
-¡Ya será meno, dano un caramelo o una brea!
-¡Darme vusotros a mí los güevos!
-¡Si, no te joe, los güevos!- y se protegían graciosamnete la entrepierna abultándose los genitales
-¡Güevero!, eres más agarrao que una mano con vértigo y te gastas menos que un palo de punta!. ¡Amos que por no gastá no gastas ni bromas!.
-¡Como vos coja, vos voy a dá mas que a un tambor en un desfile soldaos!
-¡Calla viejo, que tú y tu burro teneis más mierda que la tienda un indio
Y como todos los días, el hombre bajaba del varal y siguiendo el ritual, agarraba unas cuantas piedras, que intercambiaba con los muchachos, que todavía le increpaban alejándose corriendo.
-¡Eres más agarrao que el pasamanos una escalera!
-¡De la cofradía de la Virgen el puño!
Y, volviendo al carro:
-¡Habráse visto, camá de rompepoyos!
Los muchachos se perdían entre los árboles de la orilla y el recovero tomaba camino para la ciudad. Lo que no sabía el buen hombre es que lo llamaban “El calzoncillos” porque siempre andaba “entre pollas y entre güevos”
En el camino, bajo una higuera, se tomaba un trozo de queso y un trozo de pan y cuando entró de nuevo al carro, pensó.
-¡Pos van a tené argo de razón, este carro jiede más que un zorro al hombro!
Ya en la alameda los muchachos comentaban el encuentro con el pollero.
-¡Pos m´an dicho que s´ha casao con una chavala mas joven q´el!
Y too el día con el carro. ¡Pos tendrá más cuernos que trastos una era!
-¡O que la percha d´un marqués!
Una vez al año, por la primavera, aparecía un personaje que iba al Rincón a pie y cantaba:
-¡Se cambia plástico, ropa vieja!
Era una gitana que acarreaba grandes barreños de plástico de vivos colores que llevaba en la cabeza con un rodete y guardando imposibles equilibrios con su moño de pelo negro y denso.
-¡Como le tié que jedé!- especulaban los chicos.
Era una mujer de grandes hechuras, muy alta y con una sayas negras hasta los pies, sayas como de terciopelo y un mandil de indefinible color.
-¡Se cambia plástico por ropa vieja!
Montada en sus alpargatas negras, se hacía todo el Rincón, desde la ciudad hasta las últimas casa del “Vao de entraguas” donde el Caya se rinde al Guadiana. Dos leguas más o menos.
Nadie se planteó nunca si aquello era un buen negocio, pero si la gitana lo hacía, por algo sería.
-¡Tié mas bigotes que un cabo civiles!
Las mujeres salían con las ropas ya desechadas:
-¡Esto es muy poco por este barreño colorao!- sostenía con el lastimero tono de voz de su raza, y tras varios tiras y afloja, la parroquiana se iba con su cubo nuevo y la gitana con la ropa en su faltriquera…
-¡Se cambia plást….!
Marcial-Jesús Hueros Iglesias
01022005
Me ha encantado ¿De donde has sacado tanta "retahi"?
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