jueves, 19 de abril de 2012

ESPANTASUEGRAS (sin cORR)

Espantasuegras.

La pequeña viña se perdía al final de la finca que  de buen fruto surtía a su propietario de vino todo el año y nadie más prendado de si mismo por sus excelentes caldos, de los que presumía ante sus amigos todos capitalinos, ricos y presuntuosos.

Los fines de semana, se llenaba el camino de grava  de grandes coches con hombres solos , que contrataban a algún cocinero afamado para que les confeccionara la cena,  regada por los ricos caldos de la viña más allá de los pinos y antes de la tapia blanca lindera con otras propiedades.

Eran noches de francachela, de grandes libaciones, de liberación para los extraños del estrés de la semana y todo terminaba, cuando beodos, se despejaba el camino de entrada a la finca; y, él sólo, con su borrachera recogía los restos del evento, traspiés tras traspiés hasta caer extenuado, llegando el día.

Ella, tuvo la culpa de todo, aquel ser torvo, vitriólico, maldiciente y atrabiliario, tuvo la culpa de todo.
Triunfé en la vida, gané dinero y era un profesional considerado. MI esposa feliz,
  nunca,  reparaba en gastos para lucir siempre bella para orgullo mío.

Tres hijos tuvimos, tres preciosidades que cuanto más crecían más bellos eran.

Aquella vieja, con sus intrigas, enredos y  entuertos, consiguió que en el poco tiempo que convivió con  nosotros enfrentarnos unos con otros hasta hacer la convivencia imposible.

De pronto me sentí,  blanco de todos los reproches de mi esposa y de mis hijos; la situación se hizo desesperante. Acudí al alcohol y me refugié
en esta pequeña finca rodeado de libros y vino para matar las horas.
Para la justicia humana, yo era el culpable del descalabro familiar y me desposeyeron de todo; ricos, me olvidaron.

Compré esta coqueta hacienda, cerca del río, nada ostentosa pero suficiente para llevar una vida, tranquila, alejado del mundo que me tocó vivir. Se, que pasan monótonos los días pero me ayuda mi amigo: el vino y sólo me consuela la visita los sábados de mis “amigos” más ávidos de mis vinos que de mi presencia.

¿Has puesto un espantapájaros en las viñas?
-Si, finalizando el verano, acudían miles de estorninos a comer la uvas y amenazaban con arruinar la cosecha, que como sabes tanto estimo.
¿Y, le has puesto ropas de mujer vieja que parece que está trabajando en los racimos.
-¡Bah!, ropa vieja de mi suegra que encontré en un viejo maletón que traje de casa pensando que eran libros.
-¡Pues, ha quedado que ni clavada!
¡Artista que es uno!

Sentados en el porche trasero disfrutábamos del atardecer y las buenas temperaturas del otoño.
Estábamos algo achispados por los grados del vino.
¡Oye, aquí huele un poco a animal muerto!
-Depende de donde sople el viento.
-Para mí que viene de la viña.
-Hace tiempo que no la piso, será alguna urraca que acabó sus días robando pasas.
¡Vamos a verlo!
-¡Calla! Con lo a gusto que estamos aquí tranquilos disfrutando del atardecer.
¡Permíteme que de una vuelta por la viña!
Achispados.
-¡Vamos! Si tan empeñado estás, no te voy a privar de ese gusto.

El hedor, se hizo insoportable al acercarse al espantapájaros-
-¡Joder que mal huele!
-Ya te dije, alguna urraca…

Llegaron a la cruz de madera donde se adivinaban los inmundos restos; el traje de vieja dejaba ver harapiento, algunos huesos y en su cimera una calavera asquerosa.

¡Oye!, como forense, diría que eso es un esqueleto humano.
-¿Por qué, lo dices?
-Porque el cráneo es redondo.
-Pues yo te digo como veterinario que hay algunos perros con el cráneo redondo.
¡Oye! ¿Y, ahora que me acuerdo, como está tu suegra?
Descansando. Muy bien, gracias.

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