miércoles, 18 de abril de 2012

LOS NOGALES AZULES

(sc) de CUENTOS DE LOS MUCHACHOS DEL RINCÓN.

En el sudoeste de Portugal, la llanura alentejana se hace monte para ascendiendo formar la Serra da Ossa. Pequeños núcleos de casas blancas de zócalos azules se alzan en la monotonía del verde obscuro de la serranía en un boscaje de robles, encinas y alcornoques en algunos lugares tan densos de vegetación prácticamente inexpugnable.
Todos conocían la “Quinta das Nogueiras”. En un cerro en medio de un vallecillo se levanta una mansión con aires de palacio flanqueada por dos riachuelos, uno a cada lado, que ya cerca de la llanura se hermanaban en río para perderse rumbo al mar.
Esa fue la casa solariega de mi familia que algún antepasado mío levantó después de “hacer las Américas” y donde habían nacido y morado varias generaciones antes que la mía. Siempre me pareció, sobre todo de niño, una fábrica monstruosa de grandes salones, eternos pasillos e interminables y altas escaleras. Me hablaron de las suntuosas fiestas del pasado donde se reunía la flor y nata del Reino, de grandes cacerías  a las que acudían las más nobles y mejores escopetas, con unos resultados de caza espectaculares: osos, linces, jabalíes venados, toda la gama de caza mayor de la región estaba allí representada y en gran abundancia con copiosa comida y cobijo en aquellos parajes serranos. Las tierras de la “heredade” eran de las más extensas del país.
Junto a la majestuosa construcción decenas de otras estancias destinadas al almacenaje o al ganado y junto a ellos el poblado de los jornaleros. En realidad era como un núcleo feudal: la casa del señor y alrededor un verdadero pueblo y muchas construcciones desperdigadas por el bosque pero no muy lejos unas de otras pues todas dependían de la “Casa grande”, y por tener tenía hasta su iglesia algo alejada de la casa a la orilla de uno de los riachuelos. Los domingos aquella orilla se llenaba de vida; cientos de aparceros  y sirvientes de la gran casa se reunían a oír la preceptiva celebración de la misa.
Delante de la entrada principal protegida por unos artísticos soportales,. Un jardín exuberante con cientos de especies raras traídas de allende los mares por algunos de mis antecesores; era un inmenso jardín bien cuidado por un gran equipo de jardineros.

Junto a la fuente principal, destacaban dos inmensos nogales, uno a cada lado, de porte casi gigantesco para árboles de su especie, que fueron traídos de los alto de la sierra en un tiempo que nadie vivo recordaba y que eran conocidos en toda la comarca como “los nogales azules”
La iglesia o ermita, me impresionó desde niño al tener cementerio propio al que yo no me acercaba pero el vivir cerca de tantos muertos algunas noches mis sueños me jugaban malas pasadas.

Quizás fuera una noche de invierno, cuando la sierra era azotada por un vendaval de viento y aguanieve, cuando conocí la triste leyenda. Mientras fuera parecía que se habían desatados todos los demonios. Solos, mi padre y yo sentados frente a la chimenea del salón noble, tan grande que en sus buenos tiempos se quemaba,  troceado, el volumen de un roble entero de buen porte.
Lo recuerdo con la mirada fija en el fuego y un vaso de licor en la mano y yo oyendo la tormenta, agradeciendo el calor de la chimenea y con la edad propia de magnificar cualquier historia.
Encendió su pipa con la parsimonia y el rito que le era tan característico, tomó un trago y empezó a hablar fija la vista en la hoguera y como si yo no existiera:

“Fue en los primeros años del siglo pasado, exactamente hacia 1909 o 1910 cuando un amanecer de la recién estrenada primavera, llegaron hasta el palacete dos ricos carruajes desprovistos de ornato alguno. De uno de ellos se apeo un personaje de noble ropaje que solicito con urgencia hablar con mi abuelo. El personaje fue agasajado conforme a su rango y como se acostumbraba en esta casa famosa por su hospitalidad; aquí quien llegase, sin mirar condición, encontraba cobijo y alimento para descansar del andar por estos caminos serranos siempre peligrosos por la presencia de algunos bandoleros que hicieron de la sierra el escenario de sus fechorías y eso que sabían que la ley de entonces era con ellos y al que capturaban moría irremediablemente en la horca.
Nadie supo de aquella entrevista, que sucedió en este mismo salón y, ya entrada la noche uno de los, carruajes se dirigió hacia la iglesia y a cada lado del altar depositaron dos ataúdes de tamaño menor a los normales y confeccionados toscamente, como hechos con premura. Un alarife de la casa, tapió en silencio los dos nichos, uno a cada lado del altar y allí quedaron sepultados y olvidados sin la más mínima señal externa de su existencia.
Pasados los años, tu abuelo, mi padre, hizo cavar dos fosas profundas bajo cada uno de los nogales que no tenían el porte que tienen ahora y una noche ayudado por dos peones de su confianza abrió los nichos de la capilla y enterraron los restos que quedaban de los féretros uno en cada fosa.
El tiempo no había borrado las letras que toscamente a fuego fueron grabadas en uno de los laterales y que mi abuelo no reparó en la primera inhumación:
CONSTANTINO  1893-1909
AUGUSTO-LEOPOLDO 1892-1909
Murieron el mismo día dos hermanos de 16 y 17 años.”

Tras una chupada a su pipa, pareció reparar en mí,  que escuchaba embobado y con un poco de miedo.

“Tu bisabuelo era uno de los hombres más ricos y poderosos de Portugal y en sus tierras -  hoy muy mermadas- solían cazar los reyes con toda la corte y como habrás supuesto ya,  cada ataúd contenía los restos de un príncipe, uno de ellos heredero al trono”
“Andaban los príncipes de caza por estos pagos armados de arcos y flechas (la que más les gustaba, a la antigua) con su séquito,  cuando en la mañana se levantó una espesa niebla que aquí acontece hasta en pleno verano por las condiciones del valle, se alejaron de los demás y se perdieron en la espesura del bosque buscando el rastro de un colosal ciervo con una cornamenta digna de figurar en un lugar preferente del pabellón de caza del palacio de Villa-vicosa y del que se venía hablando hacia tiempo por su belleza y  altamente codiciado por los más expertos cazadores del reino,  y así se adentraron en lo más intrincado del bosque. Sintiendo el rastro cerca descabalgaron y ninguno se apercibió de que escondido en la espesura de la floresta,  un enorme oso pardo los acechaba. Se irguió sobre sus patas traseras hasta convertirse en un monstruo de más de dos metros de altura y enorme peso; el pequeño de los hermanos sólo sintió una garra enorme acabada en uñas como navajas que cayó sobre su cuello con una fuerza descomunal dejándole el lado derecho de la cara y el hombro como un amasijo sanguinolento de carne y hueso; los desgarros del cuello lo desangraron en un segundo y ni un quejido lo acompañó y sin ver la forma en que le llegaba la muerte, ni un suspiro escapó de sus labios.
El hermano mayor oyó el ramajeo en la zona donde presumía que se encontraba el benjamín y hacia allí corrió abriéndose paso en la espesa vegetación y por un instante vió el cuerpo inmóvil de su hermano antes  que la zarpa gigantesca del animal destrozara su cabeza rubia y junto a él cayó para no levantarse jamás”


Hubo un momento de silencio, sólo se escuchaba el crepitar de los leños y la tormenta lejana mientras mi imaginación desbordada se recreaba en la escabrosa y triste escena.

“El séquito, muy lejos, no se apercibió de nada, sólo la llegada alocada de los caballos de los príncipes les alertó. Salieron todos en busca de los muchachos y ya entrada la noche un lancero de la guardia real encontró los cadáveres exangües y destrozados después de que el oso se ensañara con ellos. Durante la noche en el campamento, se compusieron dos toscos ataúdes y en la amanecida la partida de cazadores dió muerte al oso,  le arrancaron las dos zarpas que  llevaron junto a los príncipes e introdujeron una en cada féretro”

“Ya sabes como llegaron a la iglesia y como tu abuelo los enterró bajo los nogales para preservarlos de profanaciones, pues poco tiempo después pasaron cosas que cambiaron la historia de este país.
Si algún día alguien  excava bajo los árboles  descubrirá los esqueletos (o lo que quede) y acompañándolos en cada ataúd la zarpa enorme del oso que los mató.”

“A pesar de su porte gigantesco, los nogales dan poco fruto y los lugareños dicen que en las rugosidades de las cáscaras alguna veces aparece el perfil de uno de los príncipes.
Según testamento de tu abuelo las nueces jamás pueden ser vendidas, sólo regaladas a personas humildes que hayan demostrado su humanidad pues cada una de ellas lleva un poco de la sangre de los reyes de Portugal.”





Marcial-Jesús Hueros Iglesias. Noviembre 2.011
Estremoz (PORTUGAL)

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