TRES HISTORIAS.
(Cuentos de los muchachos del Rincón)
SIC TRANSIT GLORIA MUNDI.
Tomás de Kempis.
ASÍ PASA LA GLORIA EN EL MUNDO.
Salí de casa cuando la luz se adormece y lentamente en el crepúsculo grandes nubes, acechaban la noche empañando el brillo de las eternas luciérnagas. Yo era el único varón de la casa; tenía entonces catorce años y era el heredero de la familia, como decía mi padre y el mayor de tres hermanos.
Mí padre, me esclavizaba; siempre con prisas, siempre corriendo tras las vacas o las gallinas y el sempiterno huerto donde cada tarde acudía a labrar levantando malas yerbas del jardín comunal.
¡Y, me cansé! Me cansé de tantas órdenes desde la mañana a la noche, todo el día sin descanso para buscar el sustento diario.
No llevaba nada, un simple “jato” con una muda vieja y un trozo de chorizo que apañé al largarme.
Se avecinaba una buena tormenta; el cielo gris vaticinaba una noche rica en truenos y relámpagos.
¡Y me empecé a arrepentir de mi pueril aventura! ¿Cómo soñaba con mi cálida cama que me acogió desde niño?
Barro en los pies y amargura en el alma.
Sentía algo de frío y pronto los gruesos goterones helados, saetas que bajaban del cielo; no tardó mucho en embarrarse el camino y terminé empapado y perdido en la noche negra. Ninguna silueta que me brindaban los rayos de luz me resultaban familiares. Me había alejado demasiado en mis ansias por la huida.
Al fin, húmedo y aterido de frío, los relámpagos me descubrieron una vieja casona de altos muros y allí vi un buen refugio para guarecerme de la tormenta.
Me acerqué, tenía miedo y se hizo pánico cuando una mano huesuda me agarró por el cuello.
-¿Qué jaces aquí, chavea?
- Nada, es de noche y tengo frío.
- ¿T´as escapao de casa?
Aturdido respondió la verdad.
-! Si, mi padre m´obliga a trabajá como una mula y como estaba y´harto, m´eché a los caminos.
- ¿Cuántos cumples?
-Quince en febrero, Señor.
- ¡Bien!, quédate con nosotros y no pasarás la noche al raso.
Con el brazo por encima del hombro, me acompañó al interior de la estancia. La candela estaba en pleno apogeo, gruesas ramas de encina mantenían la estancia caliente… incluso hacía calor.
Cada mendigo tenía preparado su sitio para pasar la noche y en sus cabeceras se adivinaban pobres viandas y buenas raciones de vino.
La candela se hallaba encendida en el centro de la estancia y regalaba sombras a las paredes de la sucia casa. Sería por miedo, que me entraron unas ganas terribles de mear y me entretuve fuera viendo como los relámpagos iluminaban la noche. Empapado entré en la confortable estancia que los mendigos habían limpiado cuidadosamente. Se conservaba bastante bien la vieja casona y seguro que con sus experiencia habían elegido las mejores habitaciones.
-¡Chaval! Desnúdate y acércate a la lumbre, no vaya a sé que t´agarres una pulmonía.
No sabía como reaccionar, no me quería desnudar delante de ellos que aguardaban indiferentes. ¡Sentía vergüenza!
La ropa pegada me resultaba incómoda. Me volví hacia la pared y empecé a quitarme la ropa mojada.
-¿Qué pasa, “chavea” que eres nena o temes que las llamas te chamusquen la churra.
Lleno de rabia, ante tanta humillación, me volví al fuego y me puse la muda limpia que milagrosamente estaba seca.
_ ¡Eso é, coño, como los jombres, sin avergonzase de ná.
-¡ Pos n´estás mal preparao chaval! !Pá mi la quisiera yo; y ahora si que me subió el pavo a las mejillas y seco me senté a la lumbre.
Aparte del aroma de la tierra mojada por la lluvia y los olores característicos de las tormentas, un olor invadió mi nariz que procedía de la estancia de los mendigos.
Era, un pollo “guindao” de alguna huerta que lentamente se hacía junto al fuego, sin prisas, mientras el vino corría alegremente entre ellos; el aroma era exquisito o eso me pareció a mí
Qué
tenía las tripas vacías. La saliva de la boca se me desbordaba y unas patatas viejas también de dudosa procedencia acompañaban a la gallinácea arropadas por los rescoldos, lejos del fiero fuego donde se ennegrecían mostrando su rico contenido amarillo pálido.
¡Qué noche más mágica!, sin obligaciones y sin la voz de mi padre: ¡Niño, haz esto. Niño tienes que hacer lo otro! Fuera el granizo y la lluvia lo impregnaban todo; la tormenta se tornaba cada vez más furiosa y se desataba en toda su intensidad sobre los muros y el techado de viejas tejas que amenazaban con emigrar a otros lares.
No olvidaré nunca esa imagen de la acogedora hoguera y a su alrededor, tres harapientos mendigos y un chaval, yo, con los labios pintados de la grasa del parco pollo que no nos supo a poco por las abundantes y saladas patatas asadas.
Sombras proyectadas en las sucias paredes del refugio bailaban al son de las llamas.
“Jarto”, me acomodé junto a la puerta sin puerta y desde mi cálido refugio, sentí como se desataban las legiones de los infiernos en la lucha titánica con el etéreo. ¡Cuánto placer en la tibieza del lecho, sintiendo las gotitas de lluvia en la cara; y, en ese placer natural me evadió del entorno. Tenía sueño.
Serían sobre las tres de la madrugada cuando una batería de truenos me despertó y me mantuvo en duermevela. Los tres mendigos presos del alcohol hablaban entre ellos. Calentito en mi rincón escuchaba las voces etílicas de mis compañeros de noche, y de reojo veía como la bota volaba entre ellos y era recebada continuamente.
Allí, escuché tres tristes historias que impactaron mi alma de niño.
EL CARRANCA
Era un viejo joven, no pasaría de cuarenta años aunque aparentaba setenta, curtido de humo , vientos y solaneras, olía a chacina porcuna ahumada en chozos de bayón; se mezclaba con aromas de romero y jaguarzos de sus días de sierra. Restregaba sus sarmentosas manos mirando al fuego sin pestañear aunque el humo lo invadiera.
“ Yo, en tiempos fui un hombre de éxito; compraba barato y vendía caro- la única forma de sacar provecho en la vida- recuerdo, que empecé comprando el corcho de los alcornoques de las dehesas extremeñas, que después vendía prensado a los vinateros de la Rioja para hacer tapones.
Me hice en poco tiempo con un capitalito curioso y en temporada, trabajaban para mí más treinta “cortaores” encargados del descorche, o sea, desnudar los viejos árboles y más de treinta carros iban y venían sacando la mercancía”.
Llegué a comprar un viejo cortijo de un rico “arruinao” por sus hijos y lo preparé gastándome mis buenos cuartos. La vida, entre tanta miseria alrededor me sonreía y, la verdad, éramos felices.
Tres joyas alumbraron nuestra felicidad en poco tiempo: Damián, Daniel y Darío.
Hizo una pausa para trasegar un buen trago de vino.
“Yo vestía como un señorito, gastaba el dinero tal y como entraba y hasta llegué a tener una cuadra y un coche de caballos que espléndidamente enjaezados eran la envidia del pueblo”
“Mis tres arrapiezos, crecían en la abundancia y Damián –mi ojo derecho- y en quien cifre todas mis esperanzas para seguir el negocio que cada día me reportaba más beneficios para envidia de ajenos”
Yo quise hacerlo fuerte como yo, pero era un poco apocado y algo amanerado; guapo y con garbo, era un chaval maniquí y sufría las chanzas de los muchachos del pueblo. A mí, tanto atildamiento me sacaba de mis casillas y pensé que con mano dura lo estimularía, pero él seguía igual”
¡Qué pena no haber sabido entonces de sus sentimientos!
“Un día, en uno de mis arrebatos de ira, le llamé incluso maricón. Recuerdo que fue en la primavera y el chaval cumplía quince años. Al atardecer preparamos una fiesta para él.
En el cortijo, y a las luces de los carburos, velas y “quinqués”, todos los invitados aguardaban impacientes la llegada del muchacho:
-Pero, no se presentó…
Incertidumbre. Al pueblo no podía ir sin ayuda ya que dos leguas lo separaban del cortijo y los aparceros y peones de la finca no supieron dar cuenta de él.
“Era una noche obscura de la recién nacida primavera- su voz se empezaba a quebrar y hacía fuerza para que en sus ojos no aparecieran las lágrimas-, noche de hachones y candiles, interminable. En la búsqueda febril participaron todos los empleados de la finca y del pueblo que vinieron a ayudar en las tareas”
Echó un trago eterno y desde mi camastro pude ver como en los ojos de aquel hombre recio, brotaban dos brillantes lágrimas.
“Al anochecer- continuó su relato-mi mundo se hundió.
Una voz que llegaba desde “el pozo de los alcaudones”; era “el coco” un labriego que gritaba cerca de un pozo en desuso desde tiempo inmemorial. En el fondo algo había llamado la atención del hombre”
“Loco, corrí al pozo y al iluminar su fondo entre lágrimas entreví las ropas de mi amado hijo y, me derrumbé”.
Se hizo un silencio que solo lo interrumpió el estampido de un nuevo relámpago.
Su voz se hizo pausada y profunda, como salida de una cueva oscura:
“Desde entonces, el sol, por mucho que caliente, no ha salido para mí y en aquel momento junto al pozo que albergaba el cuerpo destrozado de mi hijo, supe que había muerto para la vida.
¡ Odié a Díos y a los hombres!
¡Odié la vida y el amor! Y lo más triste es… que sigo odiando.
Y, ¿porqué, sigues vivo?
- Porque soy un asqueroso cobarde, que no tuve cojones la eliminarme y, ahora, quiero purgar en vida lo que de mal hice; ¡quiero merecer la muerte de mi hijo Dani!.
Durante un tiempo la tormenta trató de acallarlo con sus infernales ruidos, mas el prosiguió:
“Aun no sé, porque mi mujer, sumida en la más profunda de las tristezas me culpó de la muerte del muchacho y un día, me abandonó llevándose a mis otros hijos a casa de su madre y yo, sin fuerzas para luchar por ellos abandoné todo y me fui a recorrer los campos sin rumbo fijo.
Y, huyendo del recuerdo de mi amado hijo, me di a la bebida; quería olvidar y el alcohol me proporcionaba un poco de tranquilidad.
Volvieron a sus ojos las lágrimas que los demás no quisieron ver.
Seguía la noche encorajinada con el mundo, llovía como nunca lo había visto y los truenos impedían a veces oír sus voces.
Yo, calentito seguía medio dormido pero sus relatos me llevaban a despejarme.
EL RATA
“Yo, soy un antiguo contrabandista de la raya, ambicioso y ruin que empezó en este mundo sólo para sacar adelante a sus hijos y que con suerte y audacia me convertí en el rey de la frontera.
Noches y noches, en “too” tiempo salía a contrabandear a la frontera hispano-lusa y con audacia me convertí en poco tiempo en el rey del contrabando. Llegué a tené cuadrillas de sesenta jombres y contactos suficientes para comprar a los vigilantes de un lao y otro de la raya, como en too tiempo jice. Durante cuatro años no había cuadrilla que no tuviera “argo” que ve conmigo.
Organicé la vida de todo un barrio, ande me veían como a un díos del cual manaba el dinero del contrabando.
Yo soy, y me jactaba de ello, el antiguo contrabandista que surtió a su casa de todo de lo que otros carecían en los años del “jambre”, después de la Guerra Civil. ¡Llegamos a comé alguna vé, jamón serrano y por supuesto de estraperlo.
Su rostro estaba rojo de las llamas del vino y después de un buen trago prosiguió su relato monocorde.
-“Entonces, Portugal, recibía muchos productos ultramarinos de sus colonias y sobre todo del café que en España era prohibitivo para la mayoría de la población”
“M´acuerdo de la tía Emilia, una vieja siempre moqueante en una esquina de la calle Guardia Civil - ¡Vaya nombrecito para vender allí café de contrabando!-; En la trastienda con una vieja botella de anís molía el café mientras algún
muchacho tras el mostrador:
- ¡Señá Emilia, dos reales.
Cobraba y desaparecía para salir Al momento con un inapreciable cartucho del preciado producto, molido y escaso, abrigado de papel de estraza que pesaba más que el café.
El cuartel de la Guardia Civil se hallaba a escasos cincuenta metros de la tienda y seguro que llegaría a su fino olfato el olor del café molido, pero en eso algunos fueron buenos y hacían la vista gorda. ¡De argo hay que viví!.
Bueno a lo mío, que estoy desvariando.
“Gané muchas “perras” contrabandeando café y las cuadrillas de mochileros que pasaban el contrabando con riesgo de sus vidas en una noche gastaban todo el capital de una noche en vino, cartas y putas.
Yo, precavido sólo vivía para mi santa y mis niños, como me enseñó a jacé mi padre.
La´ulalia”, bendita mujé, nunca me jizo dudá de su honra, siempre solícita se entregaba a nuestro hijos a los que amaba con toas sus entrañas”
Otra parada, otro trago y movía la cabeza de un lado a otro intentando espantar los fantasmas viejos.
-“Todos sabéis que mi oficio era salir de noche, pasá la raya (Q´es un riachuelo) y en el menor tiempo posible pasá la mayor cantidá de café”.
Una noche de un diciembre lluvioso, cercanas ya las fiestas de Navidad yo lo tenía too pensao; dos o tres salidas más y ya me dedicaría a prepará las Pascuas. En mi magín, estaba que para festejá al Señó habría en la mi mesa jamón y gambas hasta jartá a los chiquillos. Me relamía pensando en sus caritas al ver aquellas exóticas y sabrosas viandas alejadas de los diarios garbanzos, lentejas y los domingos : gallo muerto con arroz”
“El rey daría a comer a sus hijos como príncipes”-Otra vé me voy, da igual- reflexiono el ilustre contrabandista-.
Yo me encontraba completamente despierto, oído
atento y la lluvia en la cara…!Qué bien contaba las historias el viejo contrabandista!
- Aquella noche fría del invierno decémbrino
y a pesar del tiempo lluvioso y desapacible, decidimos salir (Se necesitaban las perras). Mala ventisca con lluvia que te barría y te metía por las” espardas” cuchillos de lluvia fría. Quizá, fue mi peor noche de contrabandista en lo referido al tiempo, porque en los roces con los guardias civiles y los “guardiñas” portugueses, alguna ve estuve a punto de entregá la pellica”
“Cabreaos y empapaos llegamos al riachuelo fronterizo, que, para nuestra sorpresa estaba tan crecido que vadearlo era un suicidio. Teniamos tanto frío que antes de volvernos p´atrás jizimos una buena fogata a sabiendas que los vigilantes de la raya no habían salido por el mal tiempo.
-¡ Qué suerte ha tenio “el chispa”
-¿Qué pasa con el muchacho?
-¡Pos, que no está! Dijo en la cantina que no salía, que su madre estaba mu mala y no quería dejarla sola!
- ¿ Y, como no me lo habéis dicho?
-No creimos que fuera importante y además, uno menos a repartí.
El “Chispas” era un joven agraciado de unos dieciocho años- según me contaron-las chavalas del barrio lo consideraban como un chaval mu bien hecho, guapo y al que su timidez añadía un punto interesante que volvía locas a la muchachas”
“Gastaba el dinero en cuidar a su madre anciana y le gustaba endomingarse con ropa cara que compraba en Portugal. Nadie conocía que hubiera pisado un bar para beber y menos un burdel”
“Algunos del barrio al verlo, envidiosos, tan limpio, tan acicalao y bien vestío, se preguntaban si no sería bujarrón o paneleiro nombre que el vecino pàis se traducía por maricón y como nunca se le vieron escarceos ni con hembras ni con machos, los chinchorreros, envidiosos, murmuraban”.
Respiraba el viejo estraperlista entrecortadamente y sus ojos se tornaron húmedos.
- ¿ No me jodas que vas a llorá?- terció jocosamente “ El Carranca”.
- ¿Qué coño?, es el humo de la candela.
“El camino de vuelta- prosiguió su relato- no fue mejor que la ida; la noche era pareja a la de hoy. Llegamos al barrio helados y empapados y cada cual se fue a su casa. Aún recuerdo como la lluvia caía sobre el protector de la única bombilla de mi calle creando una fuente de gotitas luminosas”
“Entré en la mi casa a oscuras, que siempre estaba sin llave (En nuestro hogar, entraba y salía quien quería, siempre que sus intenciones fueran honestas y tanto “pa” da como “pa” tomá, franca estaba la puerta). La única luz provenía de la chimenea del salón en rescoldos”. “Vos juro que entré sin ruido pa no molestá a la parienta ni a los niños y me acerqué a la candela pa secarme”
“En el silencio de la noche, ruidos salían de la habitación de matrimonio mezclados con el respirar tranquilo de los niños.
Abrí despacio la puerta del dormitorio y la luz que entraba de la hoguera, me descubrió a mi “ulalia” echada en nuestra yacija y “ el chispas” encima de ella con su joven cuerpo retorciéndose de gusto. En su éxtasis no se dieron cuenta de mi presencia y me invadió una rabia asesina que me llevó a la cocina donde apañé un gran cuchillo dispuesto a lavá con jonra mi honor. Una mano de luz, aplacó mi rabia y mi desprecio. ¡No se explicaros!
¡No ties derecho a quedá a tus hijos sin el cariño y el amor que por su madre sienten y además, vosotros no tenéis la culpa de ná! . Solté el arma, dejé visible el dinero que llevaba, que era mucho pues iba comprar género y un tosco plano donde escondía las ganancias. Y, sin ni siquiera llorá, me fui.
-¿Y hasta hoy?- intervino “el virutas”. ¿ Y los hijos?
- ¡ No me importa! Que sigan pensando qu´ es una buena madre, aunque pa mí sólo es una cacho-puta!
Clavó los ojos en los rescoldos de la hoguera y ya no pronunció palabra en toda la noche, Para mi, que se había vaciao.
En mi improvisada cama, calentito escuchaba las confesiones de mis ocasionales compañeros. Calculo que serían las cinco de la mañana y la amanecida se acercaba, aunque calcular la hora como estaba la orilla, era difícil .
La candela daba estertores de moribundo y las sombras fantasmales habían huido de las paredes en busca de otras fogatas. La ración de vino , amenazaba ruina.
En la improvisada cama-cartón y cubierto por dos andrajosos abrigos que hacía años perdieron la memoria
de su color, que lo cubrían, “El Viruta”, viejo carpintero, aunque se le trababa la lengua se le entendía.
EL VIRUTAS
“Yo, fui carpintero de cepillos y gubias, de escuadras y machihembrados . Más que carpintero, mi padre me hizo un artista de la madera; decían que mis manos las guiaban los ángeles divinos y debía ser verdad, pues de lo que de ellas salían eran obras de arte al criterio de los entendidos. Hice mucha imaginería religiosa que los obispados me pagaban de maravilla.
Por supuesto, sólo los más ricos me encargaban columnas, balaustradas, escaleras para sus cortijos y mansiones y claro, yo les cobraba muy bien.
¡Vente a Madrí , Virutas”, que allí podrás llegá a sé un artista de renombre mundial. Tus manos son de oro- me dijo un día un entendido sacerdote!
Nunca tuve prisa con la madera, me dejaba guiar por ella (Se le notaba entusiasmado y casi, casi llorando) y como nunca me interesó ni la fama ni el dinero, no le hice caso.
-Vos imaginaís un gran escultor al que llaman “El Virutas”-
Yo, atento e impresionado por la historia vi a la luz de una postrera llamarada que “El Viruta”…era manco. Su mano izquierda estaba cercenada a la altura del antebrazo y un muñón apareció a la vista de todos- cosa que nunca hubiera sucedido en circunstancias normales. Si para mí fue una sorpresa para sus compañeros de viaje…
- ¡Hóstias, si eres manco!
- - Si, y todo por hacerme caso de un hombre que un día pasó por la carpintería y se ofreció a venderme una sierra de cadena para hacer los trabajos bastos (Era el mismísimo diablo), y así dedicarme más a los detalles. Pues esa maldita sierra un día se rompió, se encontró con mi mano y… se la llevó”
“Todo mi mundo se hundió. Durante los días de hospital, maldije todo. A veces en duermevela sentía como mi mano amputada se abría y cerraba, pero al ver que allí no estaba me echaba a llorar sin consuelo y hasta al asqueroso muñón le nacieron gusanos al picarlo las moscas”
“Ya no podía abrazar a mi mujer, como es de ley. Los medios abrazos a mis hijos no me llenaban.
. Mi carácter se hizo insufrible. Dejaron de entrar las abundantes perras en casa y la convivencia se tornó un infierno. Todos discutían por todo; mis hijos se fueron alejando paulatinamente de mí hasta hacerme transparente a sus ojos; mi esposa no supo comprender lo que para mí era la pérdida del brazo”
“Un día intuí que sin mi presencia la familia podría llegar a ser un poco feliz. Me eché a los caminos y nunca he vuelto a saber de ellos”
Concluido su relato, se echó a dormir. Desde un rincón del cuarto una voz estropajosa preguntó:
- ¿ Y, no los echas de menos?
- ¿Y tú a los tuyos? Pos entonces somos lo que somos y ya está.
Ya estaba clareando el día
cuando me quedé dormido en mi rincón calentito. Mis tres compañeros- en los que el vino había hecho estragos más que hablaban, balbuceaban frases inconexas y en alguna ocasión se pusieron violentos hasta que por fin borrachos se quedaron dormidos.
Amainaba la tormenta y entre sueños me llegaba el olor de la tierra mojada y a lo lejos se oían los campanos de las vacas que salían a pastar y eso me recordó el sonido de los amaneceres de mi cercana infancia y que no lejos de allí mi familia se despertaba preocupada por mí y ellos eran en realidad los que más me importaban.
Dejé mi cómodo refugio. La lumbre, eran brasas y cenizas que no calentaban; salí de la casona y bajo la lluvia orine satisfecho sintiendo el vaho del chorro caliente al salir al frío.
- Y… me fui,
Sin despedirme, ellos no estaban “por la labor”
Bajo la lluvia mansa, deshice el camino hasta mi casa. Contento, sabía que me esperaba una buena tunda pero no me importaba. Iba a estar otra vez con mis seres más queridos y sobre todo con “el nano”, mi hermanito de seis años.
La vida en chozo seguía igual , cada cual a sus tareas. Mi ausencia parecía no haber cambiado nada.
De pronto me encontré con mi padre, que indiferente me preguntó:
- ¿Ande -h´astao?
- He pasao la noche con unos pordioseros.
- ¿Y, porqué no t´as io con ellos?
- ¡Mi sitio esta aquí!
Pues entonces, bienvenio, come argo y después: limpia el gallinero y siega alfalfa pa las vacas y arregla un poco la cerca que se está cayendo de vieja y se escapan los animales. Y, esta tarde, hay dos vacas pa parí y leña queda poca, hay que
jacé picón y… los guarros sin comé…
Entre el 070607 y 120607 en Mochilo.
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