LA PLAYA
Los niños. Castillos de arena, cubos de plástico, sombreritos y mucho sol. Vendedores de patatas, cangrejos y quisquillas y padres satisfechos a la sombra de las sombrillas.
Ana y Luís se conocieron creando fortificaciones de la Edad Media que las olas de pleamar, cual líquidas catapultas desmoronaban, asolando las ilusiones de los chiquillos.
Año tras año, camaradas, ajenos al mundo adulto, se encontraban en la arena, disfrutando de la libertad de la vacaciones estivales. Ana le enseño a orinar como las niñas, en cuclillas y observaban frente a frente, indiferentes, sus glabros sexos.
Otro verano, la misma playa y entre esta y los pinares las mismas dunas, amigas de siempre de obscuros secretos y juegos eróticos infantiles. Sus cuerpos dorados cubiertos sólo por los pequeños trajes de baño. Ana y Luís se refugiaron entre la marea de las grandes dunas.
- Hagámoslo como siempre!. Tu desde que te conozco quisiste ser niña y recuerdo como escrutabas mi sexo al verlo distinto al tuyo.
- ¿Por qué, estamos de lado si siempre lo hicimos de frente?
Se bajaron los bañadores y uno frente a otro intentaron orinar como habían hecho todos los veranos anteriores.
Acumulaban trece años cada uno y cruzaron sus miradas mientras se acuclillaban.
Él bajó los ojos y descubrió en la entrepierna de su amiga una mata de pelo negro azabache, abundante y brillante surcado por una línea roja carmesí perlada de gotitas de orina. Ana se ruborizó y bajó la vista para descubrir en el sexo de su amigo una mata de pelo rizado y largo de la que en medio apuntaba una protuberancia enorme, turgente y roja que se balanceaba de arriba abajo y en cuyo extremo hilos de plata refulgían.
- Ya veo que no eres niña como deseabas ¿Verdad?.
- ¡No soy culpable!
Y, aunque sabían que aquello estaba hecho lo “uno” para el “otro”, cruzaron sus miradas para no encontrarse nunca más.
Marcial-Jesús Hueros Iglesias
261105
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